“Solo querían un abrazo”. El crudo relato de médicos argentinos que atendieron a refugiados ucranianos en Polonia
Viajaron en uno de los vuelos humanitarios de Enrique Piñeyro y cooperaron en el operativo impulsado por Hadassah; trataban a 200 personas por día
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“Llegaban en un micro, con una pequeña mochila en la que tuvieron que meter toda su vida. Dejaron su casa, su trabajo o escuela, y huyeron sin saber dónde terminarían. ¿Y ahora qué? ¿Hasta cuándo? Es una situación de mucho impacto emocional y de gran perplejidad para quienes la sufren”, relató a LA NACION Fanny Ribak, coordinadora de Desarrollo del Centro de Educación Médica e Investigaciones Clínicas (Cemic).
El 1° pasado, Ribak, junto con el director general y cuatro profesionales médicos de la institución llegaron a la ciudad de Przemysl, en Polonia, cercana a la frontera con Ucrania, para asistir en la clínica de atención primaria de un centro de refugiados. Los médicos viajaron en uno de los vuelos humanitarios que comanda el expiloto de LAPA, médico y actual emprendedor gastronómico Enrique Piñeyro. La Misión Médica Humanitaria del Hospital Hadassah de Jerusalén opera en el lugar desde el 7 de marzo pasado, en colaboración con ONG locales e internacionales y profesionales del Hospital Universitario Médico de Lublin ante la invasión de Rusia a Ucrania.
La clínica del centro de acogida ocupaba el lugar de un supermercado abandonado, donde las luces permanecían prendidas a cualquier hora y no había relojes, borrando cualquier sentido del tiempo. “Los locales funcionan como lugares de pernocte de la gente, con hileras de camas y cuchetas ocupadas por mujeres y chicos, y separado del mundo de la guerra a 10 kilómetros de la frontera con Ucrania. Era el lugar de seguridad para los refugiados, en medio de tanta incertidumbre. Representa el escenario de la gran tragedia humanitaria que causó la guerra, en un pequeño porcentaje de los millones de personas que la atraviesan”, apuntó Pablo Rozic, jefe de psiquiatría del Cemic.
Con turnos rotativos de 12 horas, entre las 8 y las 20 y viceversa, los profesionales del Cemic contaron que un promedio de 200 personas (alrededor de 130 durante el día y 80 por la noche) acudía a la clínica cada 24 horas. “Nos levantábamos a las 5.30 para llegar a tiempo, porque estábamos alojados en el hotel de la ciudad. Entre profesionales, no había un rol jerárquico. Cada uno hacía lo que tenía que hacer, lo que hacía el otro y lo que se necesitaba”, describió la pediatra Dana Tatin.
El equipo, que regresó a Buenos Aires el lunes pasado a las 6, conformó el 14° contingente de médicos y enfermeros voluntarios que cooperan en el operativo impulsado por Hadassah de forma rotativa, donde ya se trataron a más de 12.000 refugiados. El organismo precisó que más de 5,16 millones de ucranianos abandonaron el país hasta el 22 de abril pasado y que 2,4 millones se encuentran refugiados en Polonia.
Misión humanitaria
“Cuando el refugiado cruza a pie hasta la frontera, lo reciben organismos de ayuda humanitaria. En ese momento, recibe una tarjeta con 10GB para el teléfono y tiene que elegir entre las opciones que le ofrecen sin conocer qué se encontrará: un ticket de tren para ir a Varsovia, Berlín, Praga, Viena o Hamburgo. Su mundo ya no existe más y una familia voluntaria los recibe en cada lugar y se compromete a darles alojamiento durante 3 meses hasta un año. También les otorgan la habilitación legal para poder trabajar y de escolaridad a los chicos, más un seguro médico”, contó Rozic.
“Lo que más me impactó fue pensar que, en un momento, esas personas refugiadas en el centro tenían su vida ordenada y se derrumbó de un día para el otro, y cómo reconstruirían su vida con esa única mochilita que llevaban”, describió la médica de familia Mercedes Heinermann.
Y completó: “Algunas personas se quedaban allá porque no tenían dónde ir y no tenían a nadie. Atendí a gente a la que le dolían los pies de caminar durante una semana. También vi mucha angustia, y después descubrí que eran personas que el día anterior habían vuelto de Ucrania de enterrar a su marido y a su hijo. Me llamaron de noche por pacientes con ataque de pánico por no saber dónde están. En un caso, una mujer se largó a llorar y me dijo que lo único que quería era un abrazo, mientras me contaba todo lo que vivió y perdió en medio de su ciudad bombardeada”.
"Hicimos lo que teníamos que hacer, de la mejor manera, pero al final volvimos a nuestras casas, a lugares seguros. Y, del otro lado, la guerra sigue"
Dana Tatin
Los especialistas del Cemic coincidieron en que, además de una labor sanitaria, era muy demandada la atención humanitaria. “Una sonrisa cambia por completo el trato en una situación como esta. Lo ideal es que no hubiera conflicto ni gente sufriendo, pero ante la tarea que tuvimos que hacer, el orgullo es doble”, aportó Hugo Magonza, director general de la institución.
Jimena Juárez, también médica de familia, relató: “En ocasiones no era necesario hablar el mismo idioma. El de los sentimientos y miradas lo hablamos todos y era suficiente para comprender lo que estaban padeciendo. Una señora me agarró muy fuerte la mano y no me soltó mientras me contaba su historia en ruso. Se escapó del lugar donde vivía y no sabía dónde iba a ir. Nosotros teníamos el deber de acompañarlos”.
Salud mental
Rozic expresó que el equipo colaboró con profesionales de las organizaciones Natan y Medair para el abordaje de la salud mental durante la breve estada de los refugiados adultos. “Tomamos una conducta de observación activa e identificación de casos potencialmente activos de enfermedad, entendiendo que el estado de la mayoría de las personas era de abrumación, apatía y ansiedad, de entumecimiento vital, por atravesar una situación difícil de procesar. También había dos asistentes sociales y psicólogas que recorrían el lugar permanentemente, haciendo una pesquisa de situaciones conflictivas y por las personas con patologías crónicas que abandonaron sus tratamientos”, advirtió.
Tatin, especializada en salud de menores de 18 años, apuntó: “Tuve una paciente de 15 años a la que sus papás la llevaron porque no dejaba de llorar y estaba pegada al celular. Hablaba ruso, así que nos comunicamos con el traductor del teléfono. Me contó que sus papás la regañaban por no hacer nada, pero que se sentía angustiada por haber dejado su pueblo. Había pasado tres días en un tren en el que se sentía aún a bordo. No tenía amigos, porque todos estaban allá y sentía miedo por ellos”.
Y añadió: “La adolescencia de por sí es difícil y dolorosa, añadiendo el marco de una guerra y en un lugar desconocido. Venía a verme todos los días y encontraba un lugar de contención. Le regalé un alfajor argentino y, el último día, ella me trajo una pulsera que había hecho y me agradeció la charla que habíamos tenido. Su destino está en Alemania y quedó en avisarme cuando llegara para saber que estaba bien”.
“Hicimos lo que teníamos que hacer, de la mejor manera, pero al final volvimos a nuestras casas, a lugares seguros. Y, del otro lado, la guerra sigue”, sentenció Tatin.
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