“Solo necesito el calor de mi familia”: la odisea de cuatro argentinos para escapar de la guerra en Ucrania
Ayer lograron llegar a Brasilia, en dos vuelos de repatriación; en las próximas horas viajarán hacia Buenos Aires
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BRASILIA.– Con los ojos vidriosos y Yaroslav, su hijo de tres años, en brazos, Gloria Katich no dudó un instante cuando le preguntaron cuál era su mayor deseo una vez que pisara suelo argentino tras la pesadilla que comenzó hace poco más dos semanas cuando Rusia invadió Ucrania, donde ella vivía. “Solo quiero estar con mi familia. Necesito ese calor”, dijo a LA NACION, sentada en un sofá en una de salas de la embajada argentina en esta ciudad.
Tanto para Katich, quien hasta hace días vivía en Brovary, una ciudad 20 kilómetros al este de Kiev, como para otros tres argentinos y un ucraniano de 82 años que hoy recibió de manos del embajador Daniel Scioli una visa humanitaria para vivir en la Argentina, va llegando el fin del arduo periplo para escapar de la guerra.
Los cinco durmieron anoche en la capital de Brasil, luego de haber aterrizado ayer aquí como parte de una misión de repatriación coordinada por las cancillerías de la Argentina y de Brasil. El Ministerio de Relaciones Exteriores brasileño incluyó al grupo, considerado en “situación vulnerable”, en los dos vuelos militares que salieron de Varsovia, capital de Polonia, por pedido de las autoridades argentinas. En las próximas horas, los cinco seguirán viaje a la Argentina.
Alivio parcial
Antes de que pudiera estar bajo resguardo en Varsovia, Katich, de 26 años, con su hijo, emprendió la huida desde Brovary hasta Polonia. Para ello, viajó en tren, en camioneta e, incluso, recorrió algunos tramos a pie.
Para ella, aún el alivio es parcial. Alex Arturavich, su marido, que trabajaba en una fábrica de termoplásticos cuando estalló la guerra, se quedó en Ucrania en las filas del ejército. En el momento que comenzaron los bombardeos de Rusia, el matrimonio estaba con las valijas casi listas para ir a Polonia y probar suerte en ese país.
“Mi marido está cansado ya. No es para él eso [la guerra]. Quiere defender el país, pero duerme dos horas por día. Y todo el tiempo, hay disparos”, contó Katich, cuyos padres viven en Mar del Plata, ciudad donde se instalará en los próximos días. “Las cosas pasan por algo”, señaló la joven, que tiene comunicación periódica, pero breve con su esposo, apenas para chequear que sigue bien.
“Todo fue difícil, pero estamos vivos. No me quejo de nada de lo que viví. Y agradezco toda la ayuda que tuvimos dentro de la situación tan fuerte”, completó. Está agradecida con el “compromiso” de la cancillería argentinas, las embajadas de la Argentina en Ucrania, Polonia y Brasil y las autoridades de este país.
Bombas
Scioli saludó hoy a los cinco repatriados en la embajada, y entregó la primera visa humanitaria a un ciudadano ucraniano, de 85 años y que está casado con una argentina, para que pueda seguir su vida a Buenos Aires. “Estoy muy, muy contenta”, dijo a LA NACION Olga Trunina, de 75 años. Estaba emocionada, mientras veía a su marido, Zinovii Frondzei, recibir la visa.
“Yo quería volver para ver a mis hijos en 2020, pero por el Covid-19 no pudimos. Y ahora nos toca volver”, explicó Trunina, que es ucraniana naturalizada argentina. “Mi nieta en la Argentina me decía: ‘Abuela, ¿querés que te explote una bomba en tu edificio? Vení ya’”, contó.
Y completó: “Cada noche escuchábamos bombardeos y sirenas. Dormíamos con ropa para salir si necesitábamos”.
Sobrevivir bajo tierra
Gabriel Santomero, un cordobés de Río Cuarto y diseñador gráfico que había ido a probar suerte a Kiev hace un año, afirmó con alivio que, luego de dos semanas, no solo escapó de la guerra, sino de la sensación de frío que le calaba los huesos. Esa que lo siguió desde la capital ucraniana por todos los pueblos que recorrió hasta llegar a Varsovia.
Los primeros días de la invasión, Santomero transcurrió las horas durmiendo en el suelo, en el subterráneo de Kiev. “El problema fue tratar de salir de la ciudad. No se podía a menos que tuvieras auto. Y pasé mis días 120 metros bajo tierra, relativamente seguro de los bombardeos, pero en medio de la paranoia de la gente, que cada vez que sonaba una alarma entraba en manada y se peleaba”, contó. Y añadió: “Era increíble cómo se peleaba la gente por sobrevivir”.
Su familia, en Río Cuarto, esperaba sus mensajes. Apenas frases cortas como “estoy bien”, seguidas de una foto. De hecho, en algunos momentos, la comunicación se cortaba durante muchas horas porque no podía cargar el celular.
Peligro
“Me enteré que en Kiev habría un tren que saldría gratis para sacar a la gente. Era un lío entrar a esos trenes, pero lo hice en un salto de fe, sin saber a dónde me iba a llevar”, contó Santomero. Y siguió: “El tren estaba casi vacío. Después supe que iría a un pueblo que estaba siendo bombardeado, y justamente por eso se desvió a Lviv.”
A partir de allí, en contacto con las autoridades argentinas en Polonia, el joven inició la ruta hasta Varsovia, una parte en auto, otra en camioneta y otros tramos, a pie. “Era difícil salir. Había muchas formas de intentarlo, pero había que tomar la decisión correcta. Yo soy muy tranquilo, y eso me ayudó. Me cansé de hablar con gente que tenía autos para que me llevaran, pero ser paciente me jugó a favor”, describió. “Tenía que estar con alguien que hablara ruso, porque había muchos retenes hasta la frontera y era muy peligroso”, describió.
Al llegar a Polonia, en la embajada argentina le comunicaron que habría un vuelo el 9 de marzo, y no lo dudó. Santomero dijo que ahora solo quiere llegar a Río Cuarto y reencontrarse con su familia, después de más de un año sin verla. “Hay muchísimas cosas por comentar. Y también quiero ordenar un poco mi vida”, concluyó.
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