La primera evaluación convocó a los 700 niños y niñas de la escuela Buen Consejo, del barrio de Barracas. Ese grupo fue puesto a prueba por los docentes del nivel primario, que se dispusieron a hacer la selección preliminar: tomaron grandes carteles con letras en distintos tamaños para que los alumnos que concurren desde primero a sexto año leyeran a una distancia de tres metros. Buscaban detectar dificultades en la visión. Del grupo original, quedaron aproximadamente 220 chicos que pasaron a la siguiente etapa.
Esos alumnos formaron parte de uno de los encuentros que organiza la Fundación Médica de Salud Visual y Rehabilitación (Fusavi), que atiende personas en situación de vulnerabilidad para resolver sus problemas de salud visual. El pasado 31 de mayo, ocho oftalmólogos junto a alrededor de 10 voluntarios de la fundación instalaron distintos aparatos en la escuela que se encuentra en la calle Santa María del Buen Aire, en Barrancas. El 65% del alumnado proviene del barrio 21-24
Según explicó Aida Vescovo, directora del colegio, las dificultades en la vista se observan en muchísimos chicos y generan problemas de aprendizaje que se perciben cuando el docente observa que el alumno achica los ojos, o pide estar más cerca del pizarrón. "La Ciudad hace unos años nos pide un certificado visual de los chicos para primer grado, pero no todos los papás lo pueden cumplir porque los turnos en los hospitales no son inmediatos. A veces les dan turno dentro de seis meses y eso es medio año lectivo", señaló. A partir de allí, se contactaron con Fusavi.
La jornada de estudios oftalmológicos se dividió en cuatro instancias, o estaciones. El inicio fue un espacio donde los niños debían mirar a través de un autorrefractrómetro, un dispositivo parecido a una cámara polaroid. Una vez finalizada esa primera medición, los niños pasaban a la segunda estación. Lo que habitualmente funciona como el comedor del colegio se transformó en un espacio con grandes carteles con letras sobre las paredes. A tres metros de distancia, se colocaron dos sillas y sobre el piso, dos cintas de papel. Nerviosos, los alumnos iban pasando de a dos y se sentaban erguidos, mientras los doctores les colocaban un par de anteojos parecidos a los de Mr. Magoo y después regulaban con vidrios hasta alcanzar la medición adecuada. Así, empezaron la prueba: "C, F, H", leyó la niña sentada a la izquierda mientras la médica señalaba la línea de abajo, con letras cada vez más pequeñas. "D, E, B, N, U", siguió en voz alta. La lectura fue correcta, la visión clara. La médica festejó con los brazos en alto: "‘’¡Bieeeeeeen!".
Después de esa instancia, se avecinaba la prueba más temida. "Puede existir un defecto en la visión, como la miopía, el astigmatismo o la hipermetropía, pero además puede ser que haya otra enfermedad que afecte la estructura del ojo", indicó Emilio Dodds, secretario de Fusavi. Para prevenirlo, se colocaban unas gotas que ayudan a dilatar la pupila y observar el ojo en profundidad. Después, se utilizaron unas lámparas de hendidura que permitían ver la córnea y el cristalino. En general, a los niños no les gusta porque, según dicen, las gotas les incomodan. "A mí no me molesta porque ya uso anteojos hace dos años y ya sé cómo es", cuenta Zaira, de 9 años, atrás de un par de lentes combinados entre el negro y el rojo. "A mí me gusta usar anteojos, ahora veo bien el pizarrón", relata.
La última estación se hace en el escenario del teatro donde se realizan los actos escolares. Es la prueba que permite ver hasta lo más profundo y preciso: se hace un fondo de ojo para observar la retina y el nervio óptico. Desde ese lugar, Sofia, una niña de ocho años y medio, y unos cachetes redondísimos le cuenta al médico que la está por atender que quiere usar lentes de contacto.
"Lo que pasa siempre es que las personas no se dan cuenta de que tienen un problema visual y no se hacen atender. Y sobre todo los chicos, que después con una buena visión van a poder insertarse en su actividad escolar y laboral", sostuvo Cristian Dodds, director de Fusavi.
Para él, el principal problema vinculado a la salud visual es la imposibilidad de hacer una detección temprana. "Vemos muchísimos casos en que no hay posibilidad de revertirlo porque no hicieron una consulta en el momento adecuado. Muchas veces las personas tienen que ir a la madrugada a los hospitales para ir a sacar un turno. Si es una urgencia los atiende un médico que no es especialista y los deriva, pero mucha gente no tiene plata para hacer dos viajes o después no se pueden comprar los anteojos", analizó.
En Fusavi han recorrido varios lugares del país. La iniciativa surgió del oftalmólogo Ricardo Dodds, que propuso atender personas que no pudiera pagar las consultas o los tratamientos. La fundación funciona desde 2005 y se encarga de brindar asistencia y tratamientos gratuitos a niños, jóvenes y adultos en situación de vulnerabilidad social, con patologías visuales.
A partir de la jornada en el colegio del Buen Consejo, se detectó que el 74% de los chicos atendidos tiene algún tipo de patología en la visión y requiere acción médica. En total, se recetaron 86 anteojos, seis pruebas complementarias, siete tratamientos y cuatro cirugías programadas.