PARQUE NACIONAL ESTEROS DEL IBERÁ, Corrientes.- El carpincho pasta en la orilla mientras una garza se apoya en su lomo y otea el río buscando una presa. El chajá interrumpe con sus alaridos, pero el yacaré ni se inmuta. Tampoco lo hace la bandada de patos, ni la cigüeña, ni el ciervo de los pantanos, ni el pecarí. El río Carambola, que serpentea la planicie pantanosa del Parque NacionalEsteros del Iberá, es un postal bíblica del paraíso natural.
"Están gordos y confiados, pero esto pronto se les acaba", se ríe Sofía Heinonen directora de la ONG Conservation Land Trust Argentina (CLT) y una de las principales responsables de que este rincón del planeta se haya convertido en un vergel de placidez en tiempos de crisis climática. La advertencia se relaciona con la pronta liberación del yaguareté, el máximo depredador de este ambiente. Si no quieren convertirse en su cena, el resto de las especies deberá abandonar su actitud bucólica.
Como muchos de los bichos que hoy patrullan los esteros, el yaguareté estaba casi extinto. El trabajo de Heinonen y su equipo busca recuperarlo. Cinco ejemplares de este tigre americano hoy se entrenan en inmensas jaulas. Nacidos en cautiverio, o domesticados, CLT apunta a que renazca su instinto primitivo para que vuelvan a ser el terror de este pantano. "Con el yaguareté suelto acá habrá un paisaje de miedo", se entusiasma Sofía al referirse a la necesidad de estar alerta que modificará la vida en los esteros. Una vez más, sólo sobrevivirán los más aptos.
Contra el exterminio del planeta
Con 51 años y casi 35 dedicados a la naturaleza, Heinonen es una guerrera ambiental, la madre intelectual de los jóvenes que, como Greta Thumberg, este año sacudieron el mundo denunciando el exterminio del planeta. La diferencia es que, antes que levantar el dedo acusador, Sofía recorre el país recuperando ambientes naturales. "El desafío es transformar la angustia y la desesperación de los jóvenes en un motor de cambio", explica esta bióloga de alpargatas que disimulan su enorme poder. En la Argentina, CLT ya lleva donadas casi medio millón de hectáreas y la agenda de Sofía incluye encuentros con presidentes y magnates.
El plan con el que opera la ONG parece simple: con el dinero de donantes, compra campos que están en zonas de relevancia ambiental, restaura su flora y fauna y luego los dona al Estado para que funcionen como parques naturales. Sin embargo, no lo es.
Comprar es lo más fácil, sólo cuesta plata. La fortuna inicial vino de los bolsillos de Douglas Tompkins, un aventurero que se hizo rico con una marca de indumentaria y luego puso su fortuna detrás de su fanatismo ambiental. Tompkins murió en 2015 en una accidente de kayak en Chile.
Mucho más difícil que comprar es recuperar los ambientes degradados por la agricultura y el desmonte y coordinar su entrega para uso público. Luego de siglos de evolución, en un puñado de años la acción del hombre extinguió especies, o las dejó recluidas a zoológicos y colecciones privadas. Escindidos de su ambiente, los animales que sobreviven enjaulados son analfabetos naturales, perdieron los saberes que les permitían vivir en libertad.
Es el caso de los guacamayos que CLT está entrenando para volver a introducirlos en los esteros. Estos pájaros de un rojo intenso que combina con su plumaje verde y celeste -los protagonistas de la película animada Río- están aprendiendo a volar en túneles protegidos por una gran red. Durante meses, practican una rutina de apenas 50 metros, con dos adiestradores que los llaman hacia su alimento con un silbato. Recién cuando dominan este ejercicio pasan a la siguiente instancia, entre montes y sin la protección de la red. Luego, la libertad y la esperanza de que se reproduzcan para así volver a poblar lo que alguna vez fue su territorio. "Son muy vistosos y se acercan a los poblados, serán nuestros embajadores", explica Sofía.
Resistencia de los productores
El otro gran enemigo del trabajo de CLT es la resistencia de algunos productores rurales. La idea de naturaleza de Heinonen implica una crítica explícita al modelo agrícola ganadero que impera en la Argentina. Uno de los campos privados a la entrada del Parque Nacional Iberá está repleto de vacas. En el otro hay una plantación de pinos. Ambos predios son un páramo ambiental al lado de Iberá. Los pinos y las vacas expulsan al resto de las especies. Nada prospera a su alrededor.
"El desmonte, la ganadería a gran escala y la agricultura transgénica generan destrucción y pobreza", se queja Sofía. El hombre, continúa, domesticó un par de especies y está en camino de eliminar aquellas que no le resultan productivas, pero esta simplificación de la naturaleza atenta contra nuestra propia supervivencia. Enfocar el problema ambiental sólo desde la perspectiva del cambio climático es un error, explica. La clave, dice, es la restauración de los ambientes naturales. Y en esto, las especies endémicas resultan fundamentales.
Su alternativa de desarrollo supone producciones agrícola ganaderas variadas, respetuosas de la diversidad y en escalas más pequeñas que los grandes conglomerados actuales. Estos cambios también incluyen modificaciones en nuestra manera de consumir y de relacionarnos con la naturaleza y son la causa que impulsó Tompkins en vida. También es la agenda de un grupo de empresarios críticos del capitalismo, entre los que se encuentra Yvon Chouinard, un amigo de Tompkins dueño de la marca de ropa Patagonia.
Sospechas
Cuando desembarcó en la Argentina, los movimientos de Tompkins levantaron sospechas por izquierda y por derecha. La Sociedad Rural de Corrientes lo combatió, pero su pico de conflicto fue con Luis D’Elía. En agosto de 2006, el entonces subsecretario de Tierras para el Hábitat Social del gobierno kirchnerista cortó con tenazas las tranqueras de los campos correntinos que Tompkins había comprado para donar. Lo acompañaban varios legisladores y una decena de medios locales. Era la misma época en que, desde el otro extremo del arco político, Elisa Carrió denunciaba a los extranjeros que compraban tierra en la Argentina. "Vienen por el agua", advertía.
Heinonen y Tompkins, en cambio, congeniaron desde el principio. Sofía se había enamorado de la causa ambiental al mismo tiempo que conoció al padre de sus hijos. Fue en una charla que Juan Carlos Chebez, un naturalista argentino fallecido en 2011, dio en el Labardén, el colegio de Sofía de San Isidro. Chebez tenía 22 años y Sofía 16 y comenzaron a compartir salidas al campo a hacer trabajo ambiental. Con un grupo de jóvenes, exploraban, acampaban, hacían inventario de especies y sentaban las bases de lo que décadas más tarde se convertiría en parques naturales.
Luego de ocho años de noviazgo, se casaron y se instalaron a trabajar para Parques Nacionales en la reserva de Iguazú. Allí nacieron sus dos hijos, a los que se llevaba con mochila a sus expediciones en carpa. "Uno de nuestros programa era contar yacarés mientras bajábamos en bote por el río Iguazú ", recuerda. Lautaro tiene 23 años, se dedica al arte y a la historieta y vive en el bajo de San Isidro. Camila, de 20, estudia comunicación en Holanda y es activista de Extinction Rebellion, una organización ambiental.
Tompkins necesitaba alguien para comenzar a trabajar en la restauración de Iberá y contrató a Sofía que, ya separada, se mudó con sus dos chicos a Corrientes. Vivían en una zona sin colegios y los educó con un programa a distancia del Ejército. Invitaban a familias amigas o a alumnos de intercambio -tuvieron una francesa, un tailandés y una neozelandesa- para sumar variedad en el aula.
De a poco y con mucho trabajo fueron reintroduciendo las especies originales que hace años no aparecían por los esteros. Osos hormigueros, venados, pecarís y guacamayos volvieron a patrullar el pantanal. El yaguareté cerrará el círculo de la misión que le encomendó Tompkins y marca el final de CLT Argentina. En pocas semanas la fundación cambiará su nombre a Rewilding Argentina. El objetivo es prosperar ya sin la tutela, ni el dinero, de su fundador.
La agenda de Sofía combina destinos internacionales y reuniones con financistas, con expediciones en terrenos repletos de barro. Un típico recorrido incluye Los Angeles, Buenos Aires, Esteros del Iberá, El Impenetrable, en Chaco y alguno de los parques patagónicos. Se sube a decenas de aviones por mes y maneja cientos de kilómetros por autopistas o caminos de ripio.
Heinonen está al frente de un grupo de 120 personas que se ocupa de negociar donaciones con multimillonarios, compras de campos, cesiones de terrenos con gobiernos y reintroducciones de especies con biólogos. Y lo hace durmiendo en grandes hoteles, o en carpas en el medio del monte. Es severa al argumentar contra las represas de Santa Cruz frente a Mauricio Macri, o regañar a un contratista que transporta operarios en un tractor, pero paciente cuando detiene la camioneta y espera a un yacaré que, parsimonioso, se toma su tiempo para cruzar el camino.
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