Carlos Rosenkrantz: "Los 150 años de LA NACION son un recordatorio de que, con una convicción compartida firme, es posible trascender"
A los argentinos nos cuesta admirar a otros argentinos. Usualmente sospechamos de nuestras prácticas e instituciones. Tenemos pocos héroes nacionales que susciten adhesión generalizada y los pocos que tenemos están separados de nosotros por muchísima distancia temporal. No hemos conservado tradiciones nacionales que nos permitan recrear -o recordar cada vez que participamos en ellas- nuestro orgullo por la común pertenencia a la misma comunidad política. De hecho, no hemos podido ponernos de acuerdo acerca de nuestra historia y lo que nos sucedió casi nunca es referido para entender nuestro presente.
La pregunta de por qué nos pasa eso es fascinantemente compleja y ha capturado la atención de quienes quieren entendernos. Vistos desde afuera nos parecemos más a un conjunto de individuos en mera proximidad geográfica que a una comunidad integrada y comprometida en forjar un futuro colectivo mejor.
Como alguna vez ha dicho Nicolás Shumway, uno de los académicos norteamericanos que más simpatiza con nosotros, los argentinos hemos fracasado en la empresa de recrear el mito de nuestra nacionalidad.
Obviamente, son muchos los factores que influyeron en nuestra actual conformación cultural pero, si fuéramos forzados a identificar una causa dominante, mi conjetura es que nuestra condición es el producto de la creencia generalizada de que la Argentina ha tenido un pasado mejor. Ese hecho ha determinado que buena parte de nuestra energía colectiva, en lugar de ser usada para prepararnos para el futuro con los demás, haya sido invertida en identificar a aquellos a quienes debemos reprochar por nuestro presente.
A pesar de todas estas dificultades, no dudo de que los argentinos tenemos el poder de hacer cosas que nos trasciendan y que formen parte de un proyecto común que involucre a varias generaciones. Los 150 años de LA NACION son un recordatorio de que, cuando hay una convicción compartida firme, eso es posible.
En el caso de LA NACION, esa convicción es la del periodismo libre, que no es otra cosa que el mejor modo de someter a un férreo escrutinio y de controlar el poder de los poderosos.
Si se trabaja con libertad periodística, si se informa al país sobre el país y el mundo, si se lo hace con calidad, si se trabaja con consistencia alrededor de las ideas que definen una visión y, por sobre todas las cosas, si se distingue claramente entre hechos y opiniones y entre descripción y ponderación, es posible contar con el respeto y la adhesión sostenida de muchos lectores interesados a través de muchísimo tiempo.
Los 150 años LA NACION son también una extraordinaria noticia porque nos permiten entender que, entre nosotros los argentinos y más allá de nuestras diferencias, también hay instancias en que es apropiado homenajear a otros argentinos.
El presente de LA NACION es el producto combinado del esfuerzo, la dedicación y el compromiso de directivos y periodistas de muchas generaciones distintas que fueron partícipes de un proyecto periodístico común entre cuyos objetivos se incluía no solo el deber de informar con integridad, sino también la aspiración de servir al país del modo en que se lo entendía más fructífero. Así como hoy homenajeamos la trayectoria de LA NACION, debemos siempre reconocer a todos los argentinos y a todas las instituciones de nuestra sociedad que despliegan esfuerzo, dedicación y compromiso en el servicio al país. Esto es necesario no solo como muestra de gratitud, sino también porque homenajear en común nos hará más unidos.
* presidente de la Corte Suprema de Justicia de la Nación
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