Julio María Sanguinetti: "Siempre fue una tribuna desde donde pudimos luchar por la amenazada libertad de expresión del pensamiento"
Para un uruguayo colorado de convicción y sentimiento, LA NACION se asocia indisolublemente a la figura de Bartolomé Mitre, soldado de "La Defensa", aquel momento singular de nuestra historia rioplatense en que Montevideo, amenazada por la tiranía rosista, fue albergue de la idea liberal, republicana, del humanismo universalista. Como escribió el propio Mitre: "El sitio de la Nueva Troya del Plata duró diez años, como el de Ilion, pero, más feliz que ella, en vez de caer, triunfó. Dentro de sus débiles murallas, artilladas con los viejos cañones de hierro que servían de postes en sus calles, se salvó la causa de la civilización y de la libertad del Río de la Plata".
Allí estaban Garibaldi, el "ícono liberal", el indomable combatiente, junto al general Paz y al coronel Melchor Pacheco, y, naturalmente, Fructuoso Rivera, el caudillo que derrotó en Cagancha la invasión rosista encabezada por el temible Echagüe, episodio heroico en que Mitre, jovencísimo oficial, recibe su bautismo de fuego. La intelectualidad rioplatense combatía y soñaba: Miguel Cané, Andrés Lamas, Esteban Echeverría, Juan Cruz Varela, Rivera Indarte, Juan María Gutiérrez… En la ciudad sitiada cae, apuñalado por la tiranía, Florencio Varela, primer mártir de la libertad de prensa, que había hecho de El Comercio del Plata la vigorosa tribuna de la libertad.
LA NACION nacerá años después pero su espíritu, su alma, radica en esa profunda raíz histórica. Allí se configura esa filosofía que, más allá de partidarismos, perdura en la matriz de los partidos democráticos del Río de la Plata. Así ha sido espacio de convivencia y tribuna de ideas para liberales conservadores, liberales progresistas, socialdemócratas, democratacristianos o aun nacionalistas de pensamiento abierto, que de todo ello hay en nuestra vida política, repartidos en diversos partidos o expresión de individualidades. La común fe por la libertad y una visión amplia del mundo, en cada etapa de nuestra historia, lo han singularizado. Nunca quedó encerrado en la anécdota del día a día para otear en los andariveles de las corrientes profundas de la historia. Ese es hoy más que nunca el periodismo que –en medio de la irrupción universal de las redes, con su vocerío ruidoso y contradictorio– necesita nuestra amenazada democracia representativa.
En los últimos años, LA NACION fue una tribuna desde la que pudimos luchar por la amenazada libertad de expresión del pensamiento. Cuesta pensar que aún en estos tiempos, a treinta años de la caída del muro de Berlín, hayamos tenido que salir a combatir por la primera de las libertades democráticas. Fue en los penosos tiempos del kirchnerismo, cuando desde la altura se agredía a LA NACION como, con saña inédita, al colega Clarín, y en lo personal hasta a periodistas insobornables, como nuestro viejo amigo Menchi Sábat, que editorializaba desde los dibujos. En este punto hagamos votos para que la mirada hacia atrás de la reciente elección argentina no reviva esas sombras.El andar apresurado de los humanos de hoy hace que el ciudadano se desdibuje detrás del contribuyente (siempre enojado), del consumidor (constantemente insatisfecho) o de ese redactor de "facebooks" o fulminantes tuits, que no busca representantes e imagina que sus expresiones logran un audiencia universal. Ese proceso está detrás de esas multitudes que en la calle se saltean partidos, iglesias y hasta sindicatos, para pretender protagonizar la historia. Sentimos que espacios como LA NACION son hoy nuestro refugio, la herramienta para mantener vivo el pensamiento y la capacidad de razonar que está imprescindiblemente en la base de una democracia que empieza a resquebrajarse cuando la pasión o el momentáneo estado de ánimo sustituyen a la reflexión.No nos sentimos solos.
* ExPresidente de Uruguay
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