Natalio Botana: "LA NACION defiende un concepto de democracia que arraiga en el legado de su fundador"
Invitado por su director, Bartolomé Mitre, comencé a escribir en LA NACION hará pronto 40 años. Soportábamos todavía la férula de un régimen autoritario y las heridas recientes de una violencia recíproca y asimétrica (como consignó Ernesto Sabato en el prólogo a la primera edición de Nunca más) que habían sepultado los ideales de una vida civilizada bajo el imperio de la ley. Un año más tarde llegó la guerra de Malvinas, la turbulencia, frente a la derrota, de un pronto llamado a elecciones y, por fin, a partir de 1983, la promesa de la democracia.
Desde entonces LA NACION renovó sus tradiciones periodísticas y doctrinarias. Recorrió con su prédica estas últimas décadas y defendió un concepto de democracia que arraigaba en el legado de su fundador. ¿Qué quiso decir Mitre con aquello de que "LA NACION será una tribuna de doctrina"? Varias cosas a la vez. Primero, la necesidad de instaurar una república que, entre feroces combates domésticos, debía perfeccionarse con el ejercicio de la libertad política. Luego, la exigencia de insertar ese proyecto en un desenvolvimiento histórico que, a ojos de Mitre, era en nuestra tierra favorable.
Estos propósitos no eran los únicos, pero sobresalían en medio de una tendencia hacia el faccionalismo y el alzamiento en armas que no daba respiro y que se volcaría contra el propio Mitre en 1874. Aun así, era preciso mantener firme el timón en defensa de un puñado de instituciones, inscriptas en la Constitución de 1853-1860, a la espera de una inevitable consumación. Esta inevitabilidad de la república democrática fue el leitmotiv de Mitre como hombre de Estado e historiador.
En el curso del siglo XX ese designio se apagó y el diario navegó en medio de una crisis de legitimidad que se extendió entre 1930 y 1983. Cuando en esa fecha una democracia cargada de incógnitas se puso en marcha, se abrió al unísono un abanico de promesas (Bobbio le añadiría el calificativo de incumplidas) que convocaban a una opinión pública al fin libre de censuras y coerciones.
¿Qué quiso decir Mitre con aquello de que "LA NACION será una tribuna de doctrina"? Varias cosas a la vez: la necesidad de instaurar una república que debía perfeccionarse con el ejercicio de la libertad política; la exigencia de insertar ese proyecto en un desenvolvimiento histórico que, a ojos de Mitre, era en nuestra tierra favorable
Las promesas incumplidas conforman pues un vasto repertorio, desde la ilegitimidad de la moneda hasta la declinación de nuestra capacidad exportadora, pasando por la fragilidad del régimen fiscal. Esta enunciación no debería omitir, sin embargo, una condición previa que se sintetiza en nuestra flagrante insuficiencia institucional. Las advertencias acerca de la endeblez de un Estado de derecho en cuyo seno las instituciones no responden volvieron siempre a las páginas del diario a través de los editoriales (inolvidable al respecto Bartolomé de Vedia), de las columnas de opinión y de una calidad en la investigación que alcanzó su cénit en los años de tentacular corrupción.
He aquí, por consiguiente, una feliz convergencia entre pasado y presente: un alerta institucional y un llamado a perfeccionar los frenos y contrapesos de la república (antigua obsesión de su fundador) que no desdeña ponerse a la vanguardia de la innovación periodística y, en especial, del constante escrutinio del poder visible y de los poderes subterráneos ocultos a la ciudadanía.Justo cuando este diario está a punto de doblar el codo de los 150 años, estamos por tanto en presencia de una doble legitimidad. La primera, que compete estrictamente a LA NACION, es la de su tenaz duración abierta al cambio en un país en el que poco dura, salvo la inestabilidad. La segunda legitimidad, muy diferente a un hecho adquirido como el anterior, nos alerta acerca de lo mucho que aún resta por hacer para consolidar el temple republicano de la democracia. No dudo de que LA NACION seguirá roturando ese camino.
* Politólogo