El largo viaje a bordo del Irízar de la basura que se genera en la Antártida
Los residuos de las bases argentinas se guardan en tambores de 200 litros, sellados, a la intemperie; una vez por año, el rompehielos los transporta hasta el Puerto de Buenos Aires, de allí luego son llevados a plantas de tratamiento en Córdoba, en Santa Fe y en el conurbano bonaerense
Irene Schloss mira por la ventana ese continente blanco que tanto le apasiona. Está en la base argentina Carlini, en la Antártida, rodeada de otros científicos, analizando en el laboratorio las muestras que tomó ayer. Lo que no le sirve lo desecha en un cesto cercano. Eso que tiró se acaba de convertir en residuo peligroso. Un residuo que tardará meses en llegar al continente a bordo del Rompehielos Almirante Irízar y depositarse en plantas de tratamiento de Córdoba o Santa Fe.
En la última campaña de verano, que va de diciembre a abril, unas 270 personas pasaron por las bases antárticas argentinas y produjeron unos 15.000 kg de residuos sólidos urbanos (RSU), 7000 kg inertes y 2500 kg peligrosos.
Antes, todos tuvieron que aprender cómo no contaminar el ambiente, asistiendo a cursos dictados por la Dirección Nacional del Antártico. Fueron los científicos, los encargados de logística y las tripulaciones de los buques y aeronaves. Aprendieron sobre un protocolo internacional que obliga a traer la basura de vuelta al país, a cómo dividir los residuos, cuáles son las áreas protegidas y qué conducta se espera de cada uno para cuidar la flora y la fauna antárticas.
El Sector Antártico Argentino tiene una superficie de unos 5 millones de km2. El 75% está ocupado por mares y el 25% restante es la superficie sólida, que incluye tierra firme y barreras de hielo. En promedio, según registró el Comando Conjunto Antártico, los RSU producidos en las bases argentinas son de 0,9 kg por persona por día, el equivalente a lo que produce un vecino de La Matanza en el mismo tiempo.
Schloss es investigadora del Instituto Antártico Argentino e investigadora independiente del Conicet en el Centro Austral de Investigaciones Científicas (Cadic), conocida por su trabajo en biología de plancton. Viajó a la Antártida diez veces. A partir de su doctorado, se empezó a hacer el monitoreo del plancton en la zona.
La última vez subió a un avión en Buenos Aires que la llevó a Río Gallegos, después otro hasta la Base Frey y, por último, tomó un buque hacia la Base Carlini. Cada una de las veces que viajó a la Antártida, tuvo que presentar un papel explicando cuánto residuo iba a generar y de qué tipo. "Lo anotamos en volumen de basura, de tóxicos, de reactivos, etcétera", dice la científica desde Ushuaia, donde vive.
Eso que completó es un formulario preliminar de impacto ambiental para el Programa de Gestión Ambiental y Turismo de la Dirección Nacional del Antártico (DNA). "Los investigadores tienen que indicar qué sustancias químicas utilizarán y si de las mismas se prevé la generación de residuos peligrosos", explica Patricia Ortúzar, Jefa del Programa de Gestión Ambiental y Turismo de la DNA.
Esos residuos permanecen toda la campaña en tambores de 200 litros, sobre pallets para que nada se derrame y contamine el suelo, a la intemperie. Tambores de chapa reforzada que serán sellados y deberán soportar las temperaturas heladas y los vientos fuertes de la Antártida hasta que el Rompehielos Almirante Irízar los vaya a buscar. Cada base tiene una cantidad determinada de tambores que se van llenando de residuos.
Cambios
En abril de 2007, el Irízar se incendió y estuvo casi 11 años fuera de servicio. En ese tiempo, la Argentina tuvo que modificar la logística antártica: empezó un período de campañas cortas y largas, y se habilitaron transportes marítimos más pequeños además de alquilar algunos buques rusos para lograr traer la basura en tiempo y forma.
La única excepción a esta forma de traer la basura es la Base Marambio, que gracias a su pista aérea puede aprovechar para retirar residuos no peligrosos que son llevados a Río Gallegos.
Para Schloss, cada día es distinto. Hay días que sale a buscar el agua adecuada para hacer experimentos con microcosmos en una especie de piletones donde se encuentra el fitoplancton en distintas condiciones. Otros días se pasa horas en el laboratorio, submuestreando el agua que puso a incubar.
En ese laboratorio hay tachos para separar los residuos comunes como papel, plástico y también líquidos que van en botellas. En ocasiones, uno de esos líquidos es ácido. Y eso, claro, no es tan fácil de desechar. Son residuos peligrosos.
Ningún gramo de esos residuos debe quedar en el continente blanco; así lo indica el Protocolo del Tratado Antártico sobre Protección del Medioambiente o Protocolo de Madrid, firmado en 1991 por los países que tienen bases en la Antártida.
Además de lo que generan los científicos con sus investigaciones, los residuos peligrosos más comunes generados allá son: el recambio de aceites de las camionetas, lubricantes, estopas embebidas en aceite, restos de pinturas, solventes y agua con combustible.
Los residuos se clasifican en seis grupos y cada uno tiene un color asignado: biodegradables, no biodegradables, peligrosos, inertes, biodegradables líquidos y residuos radiactivos. De estos últimos no hay en ninguna base argentina.
"Residuos como los plásticos, las latas, los vidrios, los residuos de construcciones, los residuos combustibles y los residuos químicos que se generan en los laboratorios científicos son clasificados, almacenados y luego evacuados de las bases antárticas", explica Patricia Ortúzar.
Hay algunas excepciones. Una es el caso de los residuos orgánicos, que pueden ser incinerados en equipos de emisión controlada, y otro es el de las aguas residuales, que pueden ser tiradas al mar no sin antes pasar por plantas de tratamiento.
Antes de todas estas reglamentaciones, nuestro país ya tenía presencia en la Antártida. La Argentina es el Estado que lleva más tiempo de permanencia en el continente blanco. Orcadas fue la primera base: se inauguró el 22 de febrero de 1904.
Desde ese momento, científicos y militares generaban basura y no existía la obligación internacional de trasladarla a su país. Según un informe de la Dirección Nacional del Antártico, para 1998 ya había 38 basurales a cielo abierto sobre la Base Marambio y otros 43 en el área de la isla.
Eso generó lo que ahora los especialistas llaman "residuos históricos", algunos de los cuales siguen allá. Diez años después, se eliminaron más de 30 basurales en la base, lo que equivaldría a unos 7500 m3 de residuos históricos. De los 43 basurales en la isla quedan nueve. Esos aún tienen una importante cantidad de tambores. Desde el Comando Conjunto Antártico estiman que ya se lograron retirar más de 2000.
En 2003, la Dirección Nacional del Antártico creó la figura de encargado ambiental. Esa persona, que es parte de la dotación de cada base, recibe un curso especial y tiene funciones distintas a los demás. Debe elaborar informes de supervisión ambiental de las bases para que luego el Programa de Gestión Ambiental y Turismo genere una base de datos ambientales estandarizados y así poder mantener un seguimiento permanente.
Casi todos los residuos que se evacúan son transportados desde cada base hasta uno de los buques de la campaña antártica. Desde allí son llevados hasta el Puerto de Buenos Aires.
En febrero pasado, cuando el Irízar llegó al Puerto de Buenos Aires, traía 40 m3 entre residuos peligrosos y no peligrosos. Diez kilos de no peligrosos fueron transportados a la empresa Arcillex, que está dentro de la Ceamse.
Los residuos peligrosos se disponen en plantas de tratamiento o disposición final habilitados por la Secretaría de Ambiente y Desarrollo Sustentable de la Nación. La empresa que gana la licitación determina dónde los va a llevar, pero siempre será a Córdoba o a Santa Fe.
Cuando el Irízar amarra en el Puerto de Buenos Aires, personal de la Secretaría de Ambiente sube al buque, los mira y dice: "Este sí, este no", según el estado de los tambores.
A los que aprueba, Envairo, la empresa que ganó la licitación este año por segunda vez, se encarga de bajarlos con una grúa especial que los retira de la bodega y los coloca en camiones con cajas roll off y bateas fijas. En la campaña pasada (2017-2018), durante diez días, 20 camiones trabajaron para transportar las 130 toneladas de residuos provenientes de las bases antárticas para su disposición final en el Complejo Ambiental Norte III.
Esta semana, en el Puerto de Buenos Aires se podrá ver bajar del Irízar esos tambores sellados llenos de la basura que pasaron meses en el continente blanco. Los camiones transportarán, luego, las 39,4 toneladas que se esperan llevar a Córdoba o Santa Fe, y al conurbano bonaerense.
Compleja logística por la distancia
Si el clima complica las maniobras del Irízar, no siempre se pueden recolectar los tambores
"Para traer los residuos de la Antártida entran en juego ciertas variables. Una es cuánta plata tenés, cuántos recursos te asignan para traer los residuos", dice Martín Díaz, representante técnico de la gestión de residuos del Comando Conjunto Antártico.
Cuando el Irízar empieza a recorrer las bases tiene una cierta cantidad de bodegas libres. Si no logra abastecer una base por las condiciones climáticas, debe seguir viaje con las provisiones. Luego pasa por otra base y tiene que cargar los tambores con residuos, pero no le alcanza el espacio porque no pudo bajar provisiones en la anterior.
Otra dificultad es el estado de los tambores. "Puedo querer sacar 200 tambores con residuos de Marambio, pero quizá 50 están destruidos. Entonces el personal del buque dice: 'No lo subo'", explica Díaz.
Este año, por problemas de planificación y de medios, el Irízar vino dos veces a Buenos Aires. En la primera etapa se sacaron residuos de las bases Orcadas, Belgrano y Esperanza. Esta semana llegarán los tambores de las restantes.
De las 13 bases argentinas en la Antártida, este año se abrieron nueve. "La gestión de residuos de las bases antárticas es probablemente la más cara del mundo. Nosotros estamos más cerca, para países como Inglaterra, por ejemplo, son muchas más horas de avión y de buques", explica Díaz.
"Este año por un problema presupuestario se abrieron solo las seis permanentes y tres transitorias. El año que viene si siguen achicando el presupuesto, no nos alcanzará para hacer una campaña completa", explicó a LA NACION el comodoro Enrique Videla, segundo comandante y jefe de la plana mayor del Comando Conjunto Antártico. Por eso aún no saben cuántas bases se abrirán el verano próximo ni cuánta gente podrá ir.
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