Sin policía ni ambulancias ni asfalto: así viven en la zona de La Matanza donde mataron al colectivero
Durante una recorrida, LA NACION recolectó los reclamos de los vecinos del barrio Vernazza y otros cercanos; la inseguridad, una constante
- 5 minutos de lectura'
“Los acompaño. Yo tengo dos hijos remiseros y rezo todas las noches, por ustedes también. No nos queda más que rezar, pero con eso no cambiamos nada”, le dijo una mujer mayor de 70 años mientras avanzaba con su andador por la calle Alicia Moreau de Justo. “Gracias, madre”, contestó el guardia de la terminal de la línea 620. El playón, que ocupa cerca de una manzana, está completamente vacío: todos los compañeros de Daniel Barrientos, el colectivero asesinado ayer en La Matanza, están en su velatorio. Solo queda un colectivo estacionado, que en la víspera no llegó a arrancar. “Yo le decía ‘Capitán’. La última vez que hablé fue hace 15 días. Me dijo que no me quejara y que le quedaba un mes y medio para jubilarse, así que ahora estaba a un mes. Estuvo enfermo y se salvó dos veces. Mirá dónde fue a encontrar la muerte...”, agregó el vigilador.
La postal se repite a unos 43 kilómetros, en la otra cabecera de esa línea, ubicada en la colectora de la ruta 3, en Virrey del Pino, la localidad matancera donde ocurrieron tres de los cinco asesinatos de choferes de colectivos en los últimos seis años.
En las columnas verdes hay fotos de Barrientos, a quien mataron de un disparo en el pecho a unas cinco cuadras de este predio, en la esquina de Cullen y Bernardino Escribano, en el interior del barrio Vernazza. “¡Daniel, un señor chofer! ¡Muy amable y respetuoso! Siempre un chiste o algún comentario gracioso al subir al cole. Abrazo a los compañeros, familia y choferes”, dicen los carteles. “Gracias por esperarnos siempre para llegar a los coles. Nos ayudaste mucho”, agregó alguien con marcador negro.
Adentro descansan 143 colectivos. Los restantes integran el cortejo especial que organizaron los compañeros en unidades de la 620 para marchar detrás del féretro. Recorrerán la cabecera de la línea, la casa de Barrientos y llegarán al cementerio.
Alan Félix no recuerda si esa noche se despertó por la lluvia o por los tiros. Escuchó tres. Vive en La Tranquera, un barrio nuevo de terrenos amplios con construcciones bajas de ladrillos; del lugar del crimen lo separa el predio del Parque Industrial. “Estás a la buena de Dios”, resumió. Y siguió: “Un móvil acá no vas a ver ni en pedo. El domingo que los camiones no andan es la muerte”.
“Muchas veces en los grupos avisan que están robando. Un mismo auto hace poco le robó a varios vecinos. Hace un mes y medio robaron una camioneta en plena luz del día y dejaron el cuerpo del copiloto. Pasábamos con el colectivo y todos miraban”, relató.
El joven de 27 años cuenta que a su barrio no llegan los colectivos. Para ir a estudiar Derecho a la facultad de La Matanza se acerca a la ruta y toma un colectivo hasta el kilómetro 29, la parada del tren. “A la vuelta me tomo un remís. Si no, estoy arriesgando mi vida, ni en pedo. Me deja en la entrada del barrio, tampoco entra”, indicó.
Pablo Oyala también opta por un remís para ir todos los días a la panadería de su madre, que está a tres kilómetros. “Si sacan todos los recorridos del barrio Vernazza, van a tener que venir para acá [la ruta]. Se tienen que juntar cinco o seis para que no los roben. Esto es tierra de nadie”, dijo el hombre, de 40 años.
Esa misma frase usó Ana Noble, que atiende una verdulería frente a la terminal de la línea 620. “La gente acá ya sabe. Nosotros cerramos a las 19. Los que vuelven de trabajar a las 20 no llegan. Cuando ves que cierra un negocio, empiezan a cerrar todos. No te podés quedar solo por la inseguridad”, describió.
“Es muy triste. Acá no es el problema que no entren los colectivos: no entra la policía, no entra una ambulancia. Si tengo una urgencia, tengo que caminar 22 cuadras de 300 metros para llegar al kilómetro 43 de la ruta y de ahí tomar un colectivo hasta el kilómetro 32, donde está el Hospital Santa Evita. ¿Cómo hacés con un chico enfermo?”, relató Mónica Díaz, de 49 años, que vive en el barrio Recoleta, que nació de una toma.
”Llámas al 911 y no viene. Después de las 19, la mayoría de los vecinos salen armados. Lamentablemente acá sobrevivimos, querer planear tu futuro es imposible. No podemos ni salir a trabajar. Para poder entrar a un trabajo entre las 7 y 8, tengo que salir a las 4 e ir caminando a la parada, para llegar cerca de las 5. Yo renuncié. Tendría que conseguir un trabajo que me permita entrar a las 11″, siguió.
Basta doblar en cualquier calle para alejarse del asfalto que, al igual que colectivos, ambulancias y móviles policiales no llega al interior de los barrios donde los nombres de las calles y la numeración de las casas son carteles de cartón.
“Yo estoy a ocho cuadras de la ruta para tomar un colectivo. Hay uno que pasa a tres, pero circula cada una hora y mientras estás esperando, te roban”, contó Zulema Yamango, vecina del barrio Sarmiento, en el kilómetro 47, el último de Virrey del Pino, donde solo hay dos calles asfaltadas. “Nosotros entendemos que los choferes no entren al barrio, pero ¿y nosotros? Tenemos que trabajar”, agregó.
Anoche entraron a robar a dos cuadras de su casa y “empezaron a los tiros”. Anoche también robaron hasta la comida y las ollas en la Escuela Nº202 de Virrey del Pino. “No se puede vivir así”, resumió Yamango. Y cerró: “No sabemos qué hacer ya. Ayer cortamos la ruta, mañana vamos a volver a cortar a ver si hay novedades, para ver si nos dan una solución. Siempre nos dicen que van a mandar patrulleros y nunca llegan”.
Otras noticias de Inseguridad en el conurbano
- 1
En la ciudad. Lanzan un programa para que los mayores de 25 terminen el secundario en un año: cómo inscribirse
- 2
Ya tiene fecha el comienzo del juicio a la enfermera acusada de asesinar a seis bebés
- 3
Por qué los mayores de 60 años no deberían tomar vitamina D
- 4
¿El mate nos hace más felices? El sorprendente descubrimiento de un estudio científico