Sin luz: la mañana en la que volvimos al siglo XIX
Domingo. Siete y cuarenta y cinco de la mañana. El murmullo lejano del grupo electrógeno de mis vecinos me anunció, como otras veces, como otras tantas veces, que se había ido la luz. Nada del otro mundo. Estamos habituados. Di un par de vueltas en la cama, pero ya no iba a poder seguir durmiendo. Así que me levanté en puntillas y me fui a desayunar. Entonces llegó un mensaje misterioso de mi amigo Sergio Mohadeb, mejor conocido en las redes como Derecho en Zapatillas. "Tenemos cuatro horas más de 4G y después no sé". Di por sentado que se había equivocado de destinatario. Le respondí con unos todavía somnolientos signos de interrogación. Un millennial de la primera hora.
Mientras preparaba el café entré en el sitio de LA NACION, como cada mañana. El titular me permitió atar cabos, entender la frase de Sergio. El país estaba sin luz. No una ciudad. Ni dos. El país entero (y partes de Brasil, Paraguay, Uruguay, sabríamos luego). La respuesta de Sergio llegó unos segundos después. "Las baterías de las antenas, Ari". ¡Claro! Sin luz no hay 4G. Sentí un escalofrío.
Bienvenidos al mundo sin Internet, el mundo sin otra cosa que el teléfono de línea, sin datos, sin WhatsApp, sin correo electrónico, sin Twitter, sin…, ¿sin nada?
Me fui con el café al sofá y me puse a leer. Para mí, que no soy tan electro-dependiente, no era el fin del mundo. Pero volvían a mi mente las palabras de mi amigo. "Después, no sé". Había una angustia en esa frase que no podía conciliar con la situación. Sí, de acuerdo, un apagón masivo con unas 50 millones de personas afectadas. Malo, feo, ¿pero por qué esa frase con barniz post apocalíptico, tipo película de zombies?
Bienvenidos al mundo sin Internet, el mundo sin otra cosa que el teléfono de línea, sin datos, sin WhatsApp, sin correo electrónico, sin Twitter, sin…, ¿sin nada?
Salí a hacer unas compras, después del café y un rato de lectura. La verdulería-carnicería estaba llena de gente, funcionando sin problemas gracias a su propio grupo electrógeno. Pero el Jumbo de Nordelta -donde teníamos que comprar un par de cosas-, no. "Abrimos cuando vuelva la luz", me informaron.
Del Día del Padre no quedaba nada. La lluvia, el viento, el apagón. Cancelamos, porque un señor mayor tal vez puede bajar seis pisos, ¿pero cómo podría volver a subirlos? Me pregunté por qué el hecho de que el corte fuera masivo implicaba por fuerza que duraría mucho. "No es así", debatí con varias personas, pero las redes sociales, en particular Twitter, siempre picante, siempre políticamente incorrecto, estalló en memes y frases ingeniosas. A cual mejor, permítanme que les diga. Todavía había 4G, en suma. No por mucho.
De regreso en el sofá, tras las breves compras y tras haber advertido que casi no había coches en la calle, empecé a poner en perspectiva la situación. Supongamos que dura un día, dos días, una semana. Había algo ominoso en esa idea. El desconcierto de los millennials desconectados de su soporte vital (4G, Wi-Fi) era lo de menos. Sopesé cuánta comida había en la heladera. El agua en la cisterna. El agua en bidones. ¿Cuánto puede funcionar la distribución de gas y lo semáforos sin electricidad? ¿Habrá agua potable en una semana sin luz? Acuñé una frase: "Los grupos electrógenos no son para siempre".
Tierra del Fuego se enorgullecía de ser independiente del sistema interconectado. Los demás, electro-dependientes. Sí, pero cuánto duraría Tierra del Fuego antes de que se acabara el gasoil, antes de que se cortara el agua; sin medicamentos, sin alimentos. AySA aconsejó racionar el agua. El libro no lograba captar mi atención. Miré el día gris ahí afuera. No ayudaba ni un poco. Pero la realidad se había vuelto más interesante que la ficción.
De regreso en el sofá, tras las breves compras y tras haber advertido que casi no había coches en la calle, empecé a poner en perspectiva la situación. Supongamos que dura un día, dos días, una semana. Había algo ominoso en esa idea
Sí, definitivamente cancelada la celebración del Día del Padre. Había pensado en un asado, vaya.
De un plumazo habían regresado los mensajes de texto. Pero tampoco llegaban, por razones obvias. Los minutos empezaron a durar horas, a medida que todos nos figurábamos qué ocurriría si esta situación tan inusual (recuerdo algo parecido, hace muchísimos años, y un best-seller, llamado Apagón) se sostenía en el tiempo. Desde el gobierno anunciaron que llevaría de seis a ocho horas restaurar el servicio eléctrico. Llegaban noticias (¿Cómo llegaban? Ah, cierto, todavía había algo de 4G, pero no por mucho más.) de distritos a los que la corriente vital había vuelto. Seis a ocho horas. Así que ya estaría cayendo el sol, cuando volviera la electricidad. Entonces recordé una vieja práctica de ingeniería social, la de anunciar una espera mucho más larga de la que en realidad se aguardaba, de modo que el cliente sienta alivio, incluso cuando ha pasado varias horas sin luz (o lo que sea). Dije: "No va a tardar ni seis ni ocho. Va a tardar menos de tres."
Dudaron de mi palabra, pero me había quedado corto. A la hora se encendieron luces olvidadas, arrancó la heladera, se apagó el grupo electrógeno de nuestros vecinos. El siglo XXI estaba de vuelta. Wi-Fi, datos, WhatsApp, todo eso que sentimos que es indispensable, y de cierto modo lo es.
Pero, por debajo, hay otra lección, un antiguo reclamo que solo en contados países (Estonia, si no me equivoco) se han tomado en serio. ¿Qué nos faltó en realidad durante esas cuatro horas de un evento que anticipamos como de extinción masiva y que llegó a los portales de los diarios más importantes del mundo? Nos faltó Internet. En el fondo, nadie pensó en el freezer, el agua o el gas. En los hospitales, el combustible o los alimentos. Nos faltó Internet. Nos faltó WhatsApp. Volvimos a un pasado que ya no reconocemos.
Después de que regresó la luz, mientas oía el murmullo todavía más tranquilizador de la heladera, volví a mi libro (esos no fallan, anoten) y pensé, una vez más, en que Internet también tendría que ser considerada un servicio público. En ese caso, casi no habríamos notado este enojoso incidente.
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