Sin agua ni libros. Colgada entre montañas, una escuela le rinde culto a la bandera
La directora, los maestros y los padres de 40 alumnos anhelan que la dirigencia política repare en las dificultades diarias para estudiar en los cerros salteños
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LA POMA, Salta.- Tras la quebrada del Escoipe, más allá de la Cuesta del Obispo, en un tramo de ripio de la mítica ruta 40 en el paraje El Rodeo suenan voces de niños que cantan: “Salve Argentina, bandera azul y blanca”. Las voces se expanden por los valles calchaquíes entre las cadenas de montañas. Formados en fila, recitan con fervor: “Girón del cielo en donde impera el sol”.
La bandera desciende del mástil desde la escuela 4551, situada en el departamento de La Poma, el menos habitado de la provincia de Salta. Unos cuarenta niños, de entre seis y doce años, entonan con entusiasmo. Es viernes y se termina otra semana dura aquí, donde no hay agua potable, casi no hay internet, faltan libros de estudio y hasta calzado para venir a estudiar.
“Yo te saludo bandera de mi patria, sublime enseña de libertad y honor. Tú, la más noble, la más gloriosa y santa, el firmamento tu color te dio”, tararean los pequeños, solemnes y formados en cuatro filas, bajo la mirada atenta de la directora y de la maestra de cuarto y quinto grado.
La bandera se guarda y la directora María Julia Lera se prepara para volver a Cachi, el pueblo a 44 kilómetros de distancia donde vive. Tardará casi dos horas para regresar a su hogar por una ruta de ripio donde es casi imposible acelerar.
En cambio Susana Flores, la maestra, dormirá todo el fin de semana en la escuela. No tiene apuro en irse, pese a que es viernes. Acá enseñar es dar la vida entera. Su casa es a 200 kilómetros de distancia, pero para regresar debe descender la Cuesta del Obispo, la Quebrada del Escoipe, ir a la capital provincial, atravesar Jujuy y volver a entrar en Salta del otro lado de los cerros porque no hay ruta directa entre las montañas.
“Es demasiado lejos ir a casa. Tengo que atravesar los cerros, cruzar dos provincias. Me quedo”, explica Flores con resignación. Educar a estos niños es una tarea que le lleva mucho más que jornadas completas. Los niños asisten de 8 a 16, pero ella se queda.
La escuela le insume jornadas laborales y jornadas de descanso. Y que no incluye sólo conceptos didácticos o curriculares. Abarca, mucho más: esignifica ser maestra, enfermera y hasta en algunos casos ser mamá.
Los niños caminan kilómetros desde los cerros para tomar clases. Y algunos llegan enfermos por el frío y la nieve en invierno o insolados y afiebrados por las altas temperaturas que se registran en primavera y en verano. “Qué hacemos. Entonces, en lugar de dar clases hay que atenderlos”, explican las docentes las tareas que enfrentan en esas circunstancias.
Aquí no hay agua potable. Y a veces tampoco hay personal en la sala de primeros auxilios del paraje El Rodeo que está en frente de la escuela y a pocos metros de la iglesia Santa Bárbara.
“Acá no tenemos casi nada”, se lamenta la directora al recibir a LA NACIÓN. “Lo peor es la falta de agua potable”, expresa. Es que los niños están ocho horas en la escuela. En todo ese tiempo no solo necesitan beber agua para permanecer hidratados bajo el sol de la puna; también deben desayunar y almorzar.
Internet de madrugada
“Pero además necesitamos libros de estudio y de lectura para la biblioteca, zapatillas, todo”, afirma la docente a cargo de la institución y enumera los textos que no llegan. Y sorprende al relatar que sólo hay internet de madrugada y que es imposible conectar a los niños al mismo tiempo porque inevitablemente el servicio se interrumpe. Aunque lo que más la desvela es la salud de los alumnos de la escuela, el acceso a condiciones sanitarias para aprender.
No muy lejos de allí está el río Peña, que desemboca en el Calchaquí, aunque el agua potable no llega, afirma Lera. También está la caverna de El Diablo, un lugar que busca atraer turistas porque en su interior hay estalactitas y estalagmitas.
“Acá no vienen los políticos. Pasan y no frenan”, se lamenta Lera.
Los alumnos de esta escuela son hijos de pequeños productores que viven en los cerros y se dedican a plantar arvejas, pimientos o papa andina. Los pequeños que tienen más suerte y no trabajan van a la escuela. Y se sienten afortunados si no se topan con un puma antes de bajar al caserío donde está la escuela.
“No tenemos canales de noticias provinciales, la radio AM 840 se sintoniza muy mal. E internet sólo hay a las cinco de la mañana. Así que acá a los políticos se los conoce muy poco. Sólo vino el Presidente (Alberto Fernández), una vez, acompañado del gobernador (Gustavo Sáenz) a inaugurar viviendas a La Poma, pero no los vimos”, relata Lera.
“Habíamos salido con carteles y con todos los niños a la ruta, para que paren, para que nos conozcan. Pero no frenaron porque pasaron en avión”, recuerda Lera y mira el cielo tan celeste como la bandera.
Los 40 niños que asisten al establecimiento son parte de la comunidad de unos 2000 habitantes olvidada por casi todos. La escuela está a 19 kilómetros del ejido principal del municipio de La Poma, La Poma Nueva. La Poma Vieja, el pueblo original, quedó destruido por un sismo en 1930 por el que murieron 38 personas. No fue la única vez que se movió el suelo en la zona: hubo otros sismos de menor impacto en 1948 y en 2010.
A pocos kilómetros de allí, El Rodeo tiene aún muchas casas de abobe, pese a la actividad sísmica. Se conecta con La Poma como principal centro urbano a una hora de viaje por camino de ripio. Hay un intendente, Juan Manani, y tres concejales. Todos responden al partido provincial que ganó las últimas elecciones por las que Sáenz, excompañero de fórmula presidencial de Sergio Massa en 2015, retuvo la gobernación.
“No está potabilizada el agua. La sacamos de cinco metros bajo tierra. Se hicieron obras de captación de agua. La primera no resultó: al principio se cortó y no había agua. Hicimos una segunda obra, que si resultó, pero nos quedó pendiente hacer la cisterna”, admite Mamani.
“La gente hace hervir el agua y la toma después de que se enfría”, explica Mamani ante LA NACIÓN. Es un proceso largo y lento, para una escuela que recibe decenas de niños cada día.
No todos pueden acceder a los políticos por aquí. En tiempo de campaña, la directora le pidió a los niños un trabajo práctico sobre los candidatos para fortalecer su formación en ciudadanía, pero no pudieron completar la tarea escolar por falta de información.
“Fue muy difícil completarlo. Ninguno de los candidatos a concejal nos trajo las propuestas”, se queja Lera amargamente. Sin televisión, con pocas señal de radio y casi nula internet, educar y aprender tiene mucho de buena voluntad.
¿Por qué no hay agua potable en la escuela N°4551? La respuesta que recibe LA NACIÓN en la Casa de Gobierno de Salta, a 200 kilómetros de la escuela es mínima: “Agua falta en muchos lados”. Y, sin dar más precisiones, se añade: “Es por la sequía”.
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