Silvana Ruggieri, la nadadora que sueña con dedicarle una medalla al hombre que le donó su corazón
Tiene 37 años y competirá en el mundial para deportistas trasplantados; fue intervenida hace apenas un año
“Soy Silvana Ruggieri, tengo 37 años, y un corazón donado que cuido y valoro como nada en la vida”, se presenta.
Su vida se divide en dos. Antes y después del 11 de mayo de 2015, fecha en que recibió el corazón donado que le permitió seguir viviendo. Antes de esa fecha, Silvana trabajaba duro, a un ritmo vertiginoso, descansaba poco y no tenía hábitos saludables. Sólo pensaba en ganar plata para pagar sus cuentas y salir con sus amigos a divertirse. En 2010 le diagnosticaron una miocardiopatía dilatada leve, que años después fue severa y la colocó de prepo en lista de espera para un nuevo corazón.
La nueva Silvana, que vive gracias al corazón donado por la familia de un joven cordobés, se transformó en atleta. Come sano, duerme bien y tiene un sueño: ganar la medalla de oro en natación durante el mundial para deportistas trasplantados que se jugará en Málaga, España, en junio del año que viene.
“Sueño con el momento en que nos entregan la medalla”, dice. Habla en plural porque siente y entiende que ese corazón que late en ella, y que le dio la oportunidad de seguir viva, es su socio en esta aventura deportiva. Entiende que al ganar la medalla comparte el triunfo con su donante. Y de alguna manera agradece la generosidad.
En el agua
Cuando Silvana era niña nadaba muy bien. Por eso, cuando su médico le dijo que tenía que hacer deporte con frecuencia para mantenerse saludable, ella pensó inmediatamente en volver a la pileta.
Hace un año que entrena duro y sueña con la meta olímpica. El 15 de noviembre participará en Mendoza de las clasificatorias con vistas al mundial. La preparatoria es muy sacrificada, pero la vive con inmensa alegría. “Ni yo puedo creer el esfuerzo que estoy haciendo, pero lo hago por mí, y por muchos amigos que quedaron en el camino. Como Bernardo, mi compañero de caminata en el hospital, que no pasó la operación...”
Dedicatoria
Un año después del trasplante, Silvana se comunicó con Incucai para hacerle llegar una carta a la familia del donante. Pero esa posibilidad se había dado de baja, ya no se podía hacer. Se quedó con las ganas. “La carta que no pude entregar a la familia de mi donante decía que más allá del dolor de la pérdida, pueden estar tranquilos porque el corazón de su hijo está en manos de una persona que lo cuida más que a nada en su vida. Ese corazón es mi tesoro y no lo puedo descuidar. Y les decía que vamos juntos a buscar la medalla olímpica a Málaga. Y la vamos a conseguir. Y será un triunfo compartido”, se emociona.
Las Olimpiadas de Trasplantados cumplirán su 21ª edición en 2017 y contarán con la colaboración de más de 1.700 deportistas de 64 países de todo el mundo. Se realizan cada dos años. El corazón de Silvana late más fuerte cuando imagina el momento en que les entregan la medalla.
Concientizar. Silvana admite que en la Argentina hay mucha ignorancia con respecto a la donación de órganos. Y muchos mitos infundados. “Cuando estás en lista de espera por un órgano es muy angustiante. Me pesaba psicológicamente pensar que para seguir viva necesitaba que otro muera. Esa situación me enojaba mucho, incluso después de la operación”, dice.
Durante la espera del órgano, y luego de la intervención, los pacientes reciben asistencia psicológica. Durante esa terapia, la profesional logró aliviarla al decirle: “No pienses que tuvo que morir alguien para que vos vivas. La gente se muere y se salvan vidas... o la gente se muere y no cambia nada”. Verlo de esa manera le devolvió la paz. Se amigó con su estado de trasplantada y logró ponerse la mano en el pecho para sentir el latido de ese corazón que le devolvió la ilusión.
“Hay que entender que a cualquier le puede pasar. Yo pensaba que nunca iba a necesitar un órgano y tuve que esperarlo. Hay que donar órganos para achicar la lista de espera y salvar vidas”, concluye.
Cronología de la espera
Diciembre de 2010: le detectaron una miocardiopatía dilatada leve. Lo resolvió con medicación y controles periódicos, y continuó su vida normal.
Octubre de 2014: se agravó la miocardiopatía dilatada y su calidad de vida se deterioró en pocas semanas. Se ahogaba, tenía que dormir sentada y le dolía todo el cuerpo.
Diciembre de 2014: el cardiólogo le notificó que el cuadro era severo y necesitaba un trasplante. Fueron las fiestas más tristes de su vida. Estaba aturdida porque no podía creer lo que le estaba pasando. No era donante y no conocía a nadie trasplantado.
Enero de 2015: tedioso vaivén de entradas y salidas periódicas de internaciones en el hospital.
Marzo de 2015: cumplió 36 años, y salió del hospital para celebrarlo con amigos y familia. Fue una fiesta increíble, llena de energía y buenos augurios. Pero al día siguiente se sintió mal, volvió al hospital y le dijeron que ya no podrían darle de alta. Quedaría internada, en lista de espera, hasta que llegue un corazón. La incertidumbre era abismal.
10 de mayo 2015: Apenas 45 días después su médico entró en la habitación. Era un domingo muy temprano y su llegada causó sorpresa. “Te imaginas por qué estoy acá”, le dijo. La emoción fue inmensa. En Córdoba estaba esperando su nuevo corazón. El profesional viajaría de emergencia en avión sanitario a buscarlo y ella quedaría en el quirófano realizando la rutina de pre-quirúrgicos. Se despidió con emoción y alegría de su madre, que ese día cumplía años, y de un par de amigas que estaba de visita en ese momento. Cuando se cerró la puerta del ascensor, oscuro y silencioso, de desvaneció la euforia. Sintió frío, y tembló.
11 de mayo de 2015: El médico comunica que todo salió bien. El trasplante había sido exitoso.
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