Cualquiera que haya caminado al mediodía por las calles del microcentro habrá notado que la hora del almuerzo es uno de los momentos más caóticos de la jornada laboral. Las interminables filas para comprar comida o las demoras para sentarse en cualquier restaurante transforman esos 60 minutos del día en una verdadera odisea. Existe una forma de escapar de esa vorágine y algunos habitués de la zona lo saben. En pleno corazón de la city porteña, se encuentra el Monasterio de Santa Catalina de Siena, donde funciona un restorán que combina una buena propuesta gastronómica en un edificio colonial, que data de 1745.
El monasterio, ubicado en la intersección de Viamonte y San Martín, reabrió sus puertas en 2001, año en el cual fue sede de Casa FOA, una de las muestras de arquitectura y diseño interior más importantes de Buenos Aires. En paralelo al evento, se montó un restaurante en la planta baja, llamado "El Claustro". En ese entonces, el restorán no era muy frecuentado, ya que para encontrarlo había que atravesar el atrio de la Iglesia Santa Catalina de Siena, que lindera con el establecimiento.
Todo cambió en 2015 cuando María Olavarría (36) y su esposo Billy (39) consiguieron la concesión del espacio y decidieron dar un giro de 180 grados a la propuesta gastronómica. "Estudiamos mucho a nuestros posibles clientes y entendimos que la persona que trabajaba por acá lo que necesitaba era que lo atendieran rápido para poder sentarse y disfrutar esa hora del almuerzo. A diferencia del servicio anterior, optamos por un self service, donde cada uno se sirve lo que quiere comer. Hay platos calientes, fríos, jugos naturales, gaseosas y una variedad importante de postres. Servimos todo en platos de barro o bowls de vidrio y ofrecemos cubiertos de metal. Creemos que esto también es un plus que brinda cierto confort al cliente", cuenta María, chef y una de las dueñas del restó ahora denominado En Santa Catalina.
El boca en boca fue fundamental para que los oficinistas se acercaran al lugar. Si el monasterio ya era una joya arquitectónica interesante de conocer, la calidad y variedad de la propuesta culinaria también sedujo al público de la zona. Hoy atienden un promedio de 500 comensales por día.
El almuerzo
Es un miércoles soleado de agosto, la temperatura asciende a los 20 grados y la calle es un caos: cientos de personas caminan apuradísimas de un lado a otro y hay un constante ruido de bocinas de colectivos. Darío (31), empleado de una empresa de telecomunicaciones, llega al patio del monasterio con el propósito de almorzar al aire libre y realizar una reunión de trabajo. "Desde hace un año que vengo tres veces por semana. Me gusta la variedad de propuestas que ofrecen a la hora de comer, el precio me parece razonable, pero sobre todo valoro estar en un espacio tan agradable a metros de la oficina", destaca mientras acomoda la computadora en la mesa. Hoy eligió para almorzar un bagel de salmón con papas y sus tres compañeros optaron por un sándwich de tapa de asado.
A metros de él, hay un aljibe construido en 1810, algunos palos borrachos, lapachos y jacarandás y distintos bancos tipo plaza que invitan a sentarse y contemplar el lugar. El patio es tan tranquilo y silencioso que cuesta pensar que estamos en pleno corazón del microcentro. Apenas se pueden oír algunos murmullos de las mesas aledañas.
"¡Traigo a todos mis compañeros del trabajo! Me gusta mucho porque podés comer una comida casera a un precio razonable y estar en un espacio increíble de la ciudad. Es un oasis en esta zona", enfatiza Carolina (28), mientras come un sándwich vegetariano en su break de mediodía.
Ensalada de salmón gravlax, sándwich de bondiola con papas, tarta de brócoli y queso azul, hamburguesa vegetariana, wrap de pollo con cebollas caramelizadas, champiñón y queso crema son algunas de las opciones que se ofrecen y varían semana tras semana. Si los platos fuertes son tentadores, los postres tampoco se quedan atrás: chocotorta, chocolate y naranja, brownie, lemon pie, entre otros. Todos se sirven en frascos de vidrio y se comen con cuchara.
El menú de almuerzo, que incluye plato, bebida y postre, sale $190, pero también se vende todo por separado.
Sobre el Monasterio
El monasterio fue el primero de mujeres del Río de la Plata y se creó con el propósito de ofrecer un lugar donde las jóvenes pudieran dedicarse a la vida religiosa. Allí vivieron monjas de clausura, quienes, además de ocupar gran parte de su día con oraciones, restauraban obras de artes, encuadernaban libros y confeccionaban objetos religiosos. Las mujeres vivían en pequeñas celdas que se ubicaban en la planta alta y la planta baja del complejo.
"En el Monasterio de Santa Catalina de Siena, las niñas podían ingresar a partir de los 16 años y tenían que ser hijas de matrimonio canónico legítimo. Además, tenían que aportar una dote. El tema de la dote es algo a destacar porque era una suma importante, no cualquier chica de Buenos Aires iba a formar parte de este monasterio", relata Alejandra Jones, profesora de historia y quien realizaba hasta este año las visitas guiadas por el lugar. En la actualidad, los recorridos están suspendidos.
Para el siglo XX, la ciudad de Buenos Aires y su respectiva población no paraban de crecer. "La finalidad de una monja de clausura es la vida contemplativa y el rezo es una forma de estar cerca de Dios. Este implicaba un retiro, una tranquilidad que se hacía cada vez más difícil dada la ubicación del monasterio. Por eso, en 1974, las monjas decidieron irse al monasterio de San Justo y cedieron el espacio al Arzobispado de Buenos Aires", describe Jones.
En 1975, el lugar fue declarado Monumento Histórico Nacional, ya que en el monasterio había ocurrido un hecho importante para la historia del país. ¿Cuál? Durante la segunda invasión inglesa, las tropas pertenecientes al 5º regimiento inglés ocuparon el sitio y permanecieron allí por dos días. Cuando los ingleses se rindieron, las instalaciones se convirtieron en un hospital improvisado para atender a los heridos de los dos bandos.
Durante casi 27 años, el monasterio estuvo cerrado al público; sin embargo la iglesia nunca dejó de funcionar. "El entonces cardenal Bergoglio (hoy Papa) decidió en el año 2000 abrir el monasterio como centro de atención espiritual para las personas de la zona y nombró como primer rector al padre Rafael Braun. Al año siguiente, llegó la propuesta de Casa FOA y desde ahí nunca más se cerró", cuenta la historiadora.
En 2011, el Gobierno de la Ciudad autorizó la edificación de una torre de 20 pisos y 6 subsuelos en el terreno ubicado en Reconquista, entre Córdoba y Viamonte, aledaño al monasterio y la iglesia. La ONG Basta de Demoler presentó un amparo para impedir la construcción ya que ponía en riesgo un patrimonio histórico. Finalmente, en septiembre de 2013, la justicia porteña frenó la obra.
Al día de hoy, en el monasterio funciona un restorán, una santería y la oficina del padre Gustavo Antico, que es el actual rector del complejo. En el primer piso, algunas de las celdas donde vivían las monjas se acondicionaron y se alquilan como oficinas. También se brinda acompañamiento pastoral. Para noviembre de este año, los dueños del restaurante planean expandirse y abrirán una cafetería y una cervecería en la planta baja del establecimiento.
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