“Si cierra, estaría perdida”: el centro de salud mental que atiende a 1000 pacientes por semana y la Nación planea subastar
Trabajadores, pacientes y vecinos del CSM N°1, en Núñez, piden que no se venda; problemas de jurisdicción entre el Gobierno y la Ciudad; tiene 14 consultorios externos y ofrecen además talleres de inclusión
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El Centro de Salud Mental (CSM) N°1, situado en Manuela Pedraza 1558, en el barrio porteño de Núñez, se llenó de gente esta mañana. Trabajadores, vecinos, pacientes y legisladores alzaron la voz en un pedido fuerte y claro: no a la venta. Con ese fin, se organizó una asamblea abierta en la que se expuso la problemática y varios oradores hablaron en la defensa de la salud pública.
Es un reclamo que surge después de que el viernes 25 de octubre el vocero presidencial, Manuel Adorni, anunciara la subasta de más de 400 inmuebles y terrenos que pertenecen al gobierno nacional, a través del decreto 950/2024, mediante el cual la Agencia de Administración de Bienes del Estado (AABE) autorizó la enajenación o transferencia de estos. Entre ellos, aparece el CSM N°1.
El problema radica en que, si bien el terreno es del Estado nacional, este se lo dio en comodato a la Ciudad en 2017 con un contrato que sigue vigente; el edificio, además, pertenece al gobierno porteño. Como explicaron fuentes de la Jefatura de Gabinete de la Nación, bajo cuya órbita se encuentra la AABE, ahora la administración local debería comprarlo.
Se trata de consultorios externos que fueron creados en 1968 y que ocupan distintos módulos. En uno se atiende a adultos, con un anexo en donde funciona La Cigarra, el sector infantojuvenil centrado en autismo y psicosis, a cargo de Gustavo Slatopolsky. En otro, detrás y separado por un patio, se encuentra una biblioteca –donde dan talleres de escritura, hacen reuniones y seminarios– y consultorios. Ahí funcionan también Enredadas, un taller de productos textiles –almohadas, billeteras, estuches– y un salón de musicoterapia, con percusión, piano y más. En el espacio al aire libre hay juegos de plaza, un mural intervenido por los pacientes, una huerta.
Son estructuras bajas, de dos pisos, hoy rodeadas de torres, en su mayoría construidas en los últimos años, algunas todavía en proceso. De hecho, hasta hace unos meses una parte del jardín estaba tapiado por una obra pegada al CSM N°1. Al otro lado, donde funcionaba una estación de servicio Axion ahora es un espacio cercado, porque en ese predio van a levantar otro edificio. La zona, en general, está creciendo rápidamente hacia arriba, no solo en esa cuadra.
La cocina del establecimiento se usa para actividades comunitarias, por ejemplo, un taller de nutrición y alimentación saludable, donde preparan platos y comen con los pacientes y usuarios, con la intención de establecer lazos sociales: “Por un lado, es el tema de la alimentación, porque cómo se come y el cuidado del cuerpo importan. A veces, ese cuerpo está muy abandonado, muy maltratado también. Acá se cocina entre todos, y lo que se arma es ese lazo en la relación. Hay pacientes que llegan habiendo caído en situación de aislamiento. Todos los talleres para el hospital de día son un intento de volver a establecer cierto intercambio”, detalló Graciela Bernztein, coordinadora del hospital de día de adultos.
En el CSM también se trabaja sobre la inserción laboral, como el caso de Enredadas. Bernztein explicó: “Con ‘trabajan’ quiero decir que se sostienen, porque es gente que ha caído del sistema y no tiene trabajo ni posibilidad de reactivar eso. Entonces, esto es como un intento de restablecer el orden del intercambio monetario, que puedan salir, vender, hacer las cuentas”. Los productos textiles, por ejemplo, se venden en ferias en las que participan todos los que asisten al lugar.
Mientras en el jardín delantero preparaban los micrófonos, el sonido y todo lo necesario para llevar adelante la asamblea, adentro los profesionales seguían ateniendo pacientes. Por semana, detallaron, hay cerca de 1000 turnos asignados, y en un mes realizan entre 8000 y 9000 prestaciones. Para esto, trabajan 110 empleados: psicólogos, psiquiatras, musicoterapeutas, terapistas ocupacionales, trabajadores sociales, farmacéuticos y administrativos.
“Esto sale a la venta sin que nadie se haya puesto en contacto con nosotros. O sea, no hay nadie pensando que es esto lo que van a comprar para demoler. Es una zona que está muy valuada a nivel inmobiliario”, agregó Paula Barredo, coordinadora del equipo de Niñez del centro.
Por su parte, Slatopolsky contó que muchos de sus pacientes acceden al centro para evitar la internación, ya que suelen llegar desde el Moyano o el Borda, y necesitan una pronta externación. Ahí mantienen una atención frecuente y contenedora. También el sistema judicial deriva gente de diversos barrios porteños, porque consideran que eso acelera el acceso de derivación, sobre todo en cuestiones de conflictos familiares y la atención de niños con situación de vulnerabilidad, ya sea abuso físico o psíquico. Las escuelas hacen lo mismo.
Los más jóvenes asisten a lo que se llama La Cigarra, en honor a la canción de María Elena Walsh ”Como la cigarra”, quien cortó, en 1992, la cinta inaugural de ese anexo. Se construyó con fondos asignados por la Dirección de Capacitación de la Ciudad en 1986. Además, según contaron los especialistas, en los últimos años el gobierno realizó tres auditorías y siempre se concluyó que ahí se brinda “un trabajo excepcional a la comunidad”. Por eso, destacaron: “Nadie piensa que esto se tiene que ir porque no estemos trabajando. El negocio no es respecto del funcionamiento, sino del valor de la tierra”.
Fuentes del Ministerio de Salud porteño aclararon ante la consulta de LA NACION: “Nadie del gobierno nacional ha hablado con nosotros sobre vender o entregar ese bien. Nosotros tenemos un comodato con ellos para el uso del inmueble y no nos lo han observado, con lo cual está vigente. Nuestra voluntad es sostener y mantener el servicio”.
En el jardín trasero, que une los dos módulos del CSM N°1, un mural de Mauricio Goldenberg adorna una pared. Es una persona importante, ya que él inauguró el centro en 1968. “Fue uno de los pioneros en relación a la desmanicomialización y la accesibilidad de los usuarios a sus tratamientos”, explicó Bernztein. Su bandera era el derecho democrático a la salud. Aunque el lugar lleva el nombre de Hugo Rosarios, que fue el primer director del establecimiento.
Patricia Álvarez Zunino es la jefa a cargo del centro. No es directora, remarcó, porque el establecimiento carece de estructura, “una de sus fragilidades”. “Nosotros éramos una dependencia del Hospital Pirovano. En 2006 nos independizamos. Pero nunca conseguimos una estructura propia. Se elevaron varios proyectos, pero hasta la fecha no hay estructura”, contó.
También comentó que el hospital se compone de 14 consultorios externos para la atención de niños, adolescentes, adultos y familias. “Situaciones problemáticas de abuso sexual, violencia intrafamiliar, violencia de género. Situaciones complejísimas a las que se da respuestas desde 1968 hasta la actualidad. Tenemos 1000 turnos programados por semana, 500 recetas que se hacen a los usuarios a la semana. Es una institución muy potente, que ahora corre peligro con la posible subasta. Nuestros pacientes vienen a preguntarnos asustados qué va a pasar con su asistencia. Y, lamentablemente, todavía no hay una respuesta concreta, solo que nos quedemos tranquilos, que no se va a vender. Pero necesitamos algo formal”, sostuvo.
En el jardín delantero, decenas de oradores pasaron por el micrófono, trabajadores, pacientes y políticos, como Nicolás del Caño, expresándose en contra de la venta del predio. En la calle, un grupo sostenía carteles: “Tocá bocina defendiendo la salud pública”. El ruido de los autos que respondían al pedido era ensordecedor. La consigna principal: “La salud no se subasta”.
Varios usuarios y pacientes eran parte del tumulto. Por ejemplo, el hijo de Francisca, que tiene 27 años y se atiende en el centro de salud desde los 4. “Para él es un lugar de contención y ayuda. Lo va a precisar toda la vida”, dijo ella, y agregó sobre el posible cierre: “¿Dónde lo voy a llevar? ¿A dónde me lo van a derivar? Yo hace 23 años que vengo acá. Si cierran, estaría perdida. A mí me costó mucho sacarlo adelante a él siendo mamá primeriza”.
Claudia participa de los talleres terapéuticos desde febrero, y en diálogo con LA NACION contó: “Son talleres en los que se hace foco en la persona y en ampliar su visión de la salud mental. Por ejemplo, el de musicoterapia, yoga y el de pintura sobre murales, a los que nos convocan tres veces por semana para hacer actividades y conocer la inclusión social. Porque aparte de la salud mental, a través de los profesionales conocemos lo que es trabajar e integrarse a la sociedad”. El posible cierre la sorprendió, porque sabe que al ser un espacio público de salud no lo podrían “manipular de la manera en la que lo están haciendo”.
Por su parte, Lucía empezó a ir al centro hace cuatro años, desde que falleció su hija. Hoy tiene 83. “Me quedé en un pozo depresivo, estaba muy mal. Vine acá y ella [señalando a la psicóloga] me ayudó a salir, a ser una persona casi normal. Por eso vengo, y vengo también a los talleres: de memoria, de meditación, de movimiento, de yoga. Para mí representa un cable a tierra. Yo vengo acá y me siento bien. Ya somos casi familia. Yo hablo con la psicóloga y siento que estoy hablando con mi nieta”, describió.
Ella vive con sus nietos a tres cuadras del lugar y, como al resto, le preocupa la posible subasta: “Me hace sentir mal. Pienso que voy a caer de nuevo en un pozo depresivo. Yo vengo acá tranquila, feliz, sé que me ayudan. Y los grupos que se arman son muy lindos. Pedimos que no se cierre y que el gobierno de la ciudad intervenga, que Jorge Macri se ponga las pilas”.
De fondo, para cerrar los discursos, los trabajadores cantaban, al ritmo de la canción Muchachos: “Un día un constructor y el gobierno nacional por ganar unos billetes hoy nos quieren rematar. Esto no se terminó, porque vamos a luchar, porque el centro que es de todos no lo vuelvan a usurpar”.
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