Ser gay: "De chico, mis padres vivían enojados conmigo"
Roberto tiene 50 años y relata la incomprensión de su familia desde la infancia, cuando ni siquiera él sabía que era homosexual; un especialista explica por qué son la minoría más sufrida
Con su medio siglo vivido, Roberto recapitula sobre su andar, su despertar homosexual, lo importante que hubiera sido para él contar con el apoyo de sus padres en momentos clave de su vida.
Contrariamente a esto, recuerda en este relato que comparte con Boquitas pintadas, sus padres no lo comprendían: "Vivían enojados conmigo y yo no sabía porqué". Es que Roberto, de pequeño, ya enviaba "señales" a sus padres sin siquiera registrarlo. Eso ya los enojaba.
Luego de conocer el testimonio de salida del clóset de uno de los varones gay que asisten semanalmente al grupo de reflexión que coordina el lic. Alejandro Viedma en la organización Puerta Abierta, el especialista reflexiona sobre por qué los miembros de la comunidad de lesbianas, gays, bisexuales y trans (LGBT) sufren más que cualquier otra minoría. Allí, la falta de contención familiar es central.
Salida del clóset en primera persona, por Roberto
Desde muy chico mi familia comenzó a percibir mis "señales" homosexuales sin que yo mismo lo supiera; ellos recibían estas señales sin yo siquiera saber lo que era ser homosexual, es más, no tenía deseo o atracción alguna por otro hombre o simplemente no me daba cuenta. Esto provocaba discusiones con ellos, vivían enojados conmigo y yo no sabía porqué. En ningún momento me decían exactamente lo que pasaba, pero cualquier cosa provocaba un problema.
Cuando vine a vivir a Buenos Aires (soy uruguayo), directamente fui a trabajar a la empresa de mi familia. Durante 2 o 3 años casi no tuve contacto social con personas fuera del círculo familiar. En esa época (año 1974) mis padres alquilaron un departamento en Av. Santa Fe y Agüero, plena pasarela gay y ahí, de a poco fui tomando conciencia de que me gustaban los hombres. Esto me trajo un dolor tremendo e insoportable.
La familia además tenía un departamento que daba en alquiler a un psicólogo, él venía todos los meses a pagar la mensualidad a la empresa y yo ahí lo conocí y tenía sus datos. Cuando descubro mi sexualidad y el dolor que me causaba, no tenía amigos a quién recurrir, no tenía con quién hablar, sólo tenía mi familia que me censuraba, por lo cual la única alternativa que ví fue llamar a este psicólogo. Lo llamé llorando, le pedí una consulta y así fue como empecé mi primera terapia.
Lo que recuerdo de esa entrevista fue que le dije que me atraían los hombres, que no quería ser homosexual y a partir de ahí lloré, lloré y seguí llorando durante varias sesiones. Recuerdo que me senté en un ángulo del sofá en posición fetal y lloraba diciendo: "No quiero ser homosexual", directamente ni siquiera podía pronunciar PUTO.
A todo esto, el psicólogo me dijo: "No pienses todavía en lo que no querés ser, te voy a ayudar a salir de esta angustia que tenés y luego tranquilo vas a pensarlo". Por supuesto que lo pensé y decidí vivir mi vida como correspondía.
Sin embargo, a la primera persona sacando al terapeuta que le dije que era homosexual fue a mi hermano (11 años mayor que yo), le conté que hacía terapia (era el primer integrante de la familia que iba al psicólogo), y que era homosexual (también el primero de la familia y hasta ahora el único, al menos fuera del clóset); a lo que mi hermano me dijo: "Haceme el favor, andá al médico y que te de una pastilla", y yo le contesté: "¡¿Por qué no te vas a cagar?!". Nunca más hablamos del tema, porque ya no era un problema para mí.
Por qué los gays sufren más que cualquier minoría, por Lic. Alejandro Viedma
El apoyo o el rechazo que reciba de sus familiares y/o amigos directos una persona LGBT al momento de salir del armario tendrá consecuencias en el resto de su vida. Si una persona es rechazada o censurada y se instala el "de eso no se habla" en el hogar familiar, irá creciendo con una autoestima baja por haber internalizado la vergüenza y los prejuicios acerca de lo que es ser homosexual.
Es clave que al momento de salir del placard esa persona por lo menos cuente con alguien cercano de su confianza con quien pueda sentirse contenido y no expulsado o violentado, como aún sucede en muchas familias, sobre todo con las personas trans. Es fundamental que la persona se sienta alojada para no sufrir y así poder quererse.
Lo específico en las familias de sujetos LGBT, a diferencia de lo que pasa con otras "minorías", es que en estas últimas hay contención hacia sus hijos, se los defiende porque los padres también pertenecen al mismo grupo discriminado, por ejemplo, como los judíos, los pueblos originarios, los de países limítrofes, los afrodescendientes, etc. En cambio, en la mayoría de los casos en donde crecen lesbianas, gays y trans se niega, se silencia, se desmiente y eso construye un núcleo que deja marcas cuando esa persona luego se desempeña en lo social, ya que posteriormente llegan los establecimientos educativos y laborales y el rechazo se actualiza, lo que conlleva nuevos temores y armarios que muchas veces desembocan en estrés y angustia, signos que podrían agravarse con una fuerte depresión.