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Cuentan que cuando le preguntaron al abate Emmanuel-Joseph Sieyès qué había hecho durante la revolución francesa se limitó a responder con una sola palabra: “Sobreviví”. Con muchas precauciones, y contando con un cierto viento a favor que puede virar, es la respuesta que podrían empezar a dar los argentinos a partir de septiembre con la llegada de la primavera. Se trata de un dato que manejan las autoridades y expertos, incluso conscientes de la paradoja que significa esta estimación justo por estos días, en un momento crítico de la pandemia. Pese a todo, el ritmo de vacunación sostenido y la producción local generan esa perspectiva a mediano plazo.
En palabras de la ministra de Salud, Carla Vizzotti: “Septiembre llegará con algo de alivio, pero hay que cuidarse, porque la vacuna por sí sola no alcanza; sí es un horizonte temporal que nunca estuvo tan cerca”. Del mismo modo piensa su par en la Ciudad de Buenos Aires, Fernán Quirós: “Es complejo anticiparse, pero tener un 40% de la población vacunada asegura menos contagios”. Hoy CABA está cerca del 35%. Desde la provincia de Buenos Aires, Daniel Gollán, coincide en que septiembre podría marcar el principio del fin de algunas restricciones.
El avance de la vacunación
“De acá a un mes y medio tendremos cubiertas con la vacunación a personas de más de 50 años con y sin comorbilidades. En ese escenario, aún lejos de la inmunidad de rebaño, estaremos mucho mejor en términos de fallecidos e internados en terapia intensiva”, analiza Jorge Geffner, investigador superior del Conicet y titular de inmunología en la UBA, en diálogo con LA NACION. Sin embargo, plantea que en esa fecha continuarán siendo necesarias las nuevas costumbres como el uso de barbijos, el distanciamiento social y la ventilación de ambientes, por lo menos hasta conseguir el 75% de vacunados. “La diferencia estará en que se podrá recuperar el conjunto de actividades y la economía podría estar al ciento por ciento”, señala.
Ese mensaje optimista, como siempre se ha dicho durante este año y medio de pandemia, requiere una llamada al pie que haga referencia a la incertidumbre biológica que podrían generar las variantes del virus. En particular, la variante Delta (o de la India), que afecta incluso en el verano boreal el levantamiento de las restricciones en Gran Bretaña: además de ser más transmisible (hasta el doble, según algunos expertos), puede avanzar en pacientes que tienen apenas una dosis de la vacuna más usada allí, AstraZeneca.
Como en muchos países, la estrategia argentina fue generar una masa crítica de vacunados al menos con la primera mitad del esquema probado en ensayos clínicos, por lo que es crucial contener esta variante.
Un virus que da sorpresas
“El virus nos sorprende todos los días. Es difícil prever qué puede pasar. Pero creo que si las vacunas siguen llegando a un ritmo constante y el porcentaje de personas con inmunidad aumenta, deberíamos ver una disminución progresiva de los casos”, coincide Rosana Toro, bioquímica y docente de Virología Clínica de la Universidad de La Plata y jefa de laboratorio del hospital San Roque de Gonnet. “Por supuesto que seguirán los cuidados de distanciamiento social que ya hemos incorporado y el testeo continuo para detectar casos. Esperemos que en septiembre, octubre tengamos un alivio”, agrega. Sin embargo, según su mirada, la circulación viral va a seguir. “No es que mágicamente el virus va a desaparecer”, afirma. Lo dicho: el que se quemó con Covid, ve una variante y llora.
“Probablemente será hacia fin de este año cuando podamos superar la epidemia en la Argentina, y es posible que al igual que otras infecciones virales, como el virus influenza, el SARS-CoV2 se transforme en una enfermedad endémica, que con el tiempo sabremos si requerirá una vacunación periódica, si irá disminuyendo su virulencia o si la inmunidad adquirida ayudará a que aquellos que contraigan nuevamente la enfermedad lo hagan con presentaciones más leves”, matiza por su parte Ana Victoria Sánchez, médica infectóloga del Hospital Alemán y miembro de las sociedades de infectología y de terapia intensiva (SADI/SATI).
Espejito, espejito
¿A qué llamamos el fin de la pandemia? ¿A bajar la tasa de muertes, a levantar restricciones, a llegar a la inmunidad de rebaño, a poder abrazarnos o, quizás, comer asados con familiares y amigos? Un poco de todo eso.
Desde que empezó la crisis en diciembre de 2019 en China, Europa y el norte global funcionaron para los países de Sudamérica como un espejo que adelanta las diferentes situaciones: irrupción del virus, encierros, caída económicas, colapso de los servicios de salud, altísimas tasas de mortalidad, tratamientos fracasados y luego el inicio de la recuperación con las vacunas. En ese discurrir ya se ve la posibilidad de viajes y reuniones y la ausencia de barbijos para aquellos que tienen sus esquemas de vacunación completados.
“El impacto en el planeta es tremendamente asimétrico. Con distintas estrategias, Israel, Estados Unidos y Nueva Zelanda ya retornan a la normalidad, sin restricciones, con conciertos de rock o espectáculos deportivos con público. Y hay otros países colapsados como la India, y otros con récord de contagios”, dice Alejandro Andersson, director del Instituto de Neurología Buenos Aires.
“Concretamente, para que la pandemia termine se necesita de la famosa inmunidad de rebaño. Se pensó en 60 o 70%. Lo cierto es que ahora, por el índice de contagiosidad de la partícula viral, se requiere alrededor del 80% para que el R sea inferior a uno y la pandemia se detenga. Los vacunados tienen muchas menos chances de ingresar a terapias intensivas y transmiten menos la enfermedad que los no vacunados. Esto es en base a las variantes que tenemos ahora”, precisa Andersson, que también cree que la conjugación de más vacunas con el clima primaveral en el país ayudará a limitar la crisis.
Evolución de infectados en la Argentina
Carina Balasini, titular de la región CABA y Gran Buenos Aires de la SATI, prefiere un nivel de cautela mayor. Pone el foco en cómo se termine de inmunizar y en cómo funcionen las vacunas con la circulación de las distintas variantes. “Las predicciones ya vimos cómo se las lleva el viento. Pero esto, así, es la primera vez que pasa”, reconoce.
Cuando los casos disminuyan a un mínimo y las terapias intensivas vuelvan a su dinámica habitual, además del dolor por las más de 110.000 vidas que faltarán (cálculo al 1° de septiembre por parte de un instituto de la Universidad de Washington), quedarán diversas secuelas de dos años trágicos. Una es la enorme deuda psicológica y psiquiátrica que genera la pandemia en sociedades e individuos. Otra es la raíz de la pandemia: la relación rota entre humanos y naturaleza que hace a expertos suponer que la frecuencia de “una pandemia así cada cien años” podría ser cosa del pasado.
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