Senderos de Fra Pal: un edén en el sur de Buenos Aires que remite a la sabana africana
"Quienes vienen sienten como si estuvieran en un rincón de África, por el paisaje y los animales que ven", confiesa Paola García, de 40 años, vecina del paraje Fra Pal, de apenas nueve habitantes, al sur de la provincia de Buenos Aires, en el Distrito de Coronel Pringles. Una rotonda sostiene este caserío en el mapa. Desde aquí se bifurcan las ruta 51 y la 72, como si fuera una Rosa de los Vientos, los caminos se cruzan y extienden en un territorio meduloso de cerros y lomadas. Y en un campo del paraje viven 1100 animales en libertad: antílopes, jabalíes, ciervos multicuernos, muflones y búfalos. "Están libres y les podés dar de comer de la mano, es una experiencia increíble", dice García.
"Los más chicos son los que más disfrutan de este viaje por el África bonaerense. ¿Podrá un niño olvidarse del día en el que le dio de comer a un ciervo, a un jabalí, a un antílope?", afirma García. Conocedora de estas tierras, realiza una actividad que llama "Senderos de Fra Pal", que tuvo un impacto local: comenzaron a llegar turistas a un pueblo que solo era valorado como una referencia vial.
La actividad es simple pero profunda: una caminata de cinco kilómetros hasta llegar al Cerro El Tigre, donde pastan estos animales salvajes. La llanura, los cerros, el monte de piquillín y el pastizal pampeano se unen al mallín, una pradera cenagosa que se da en pocos lugares de la provincia. "Te sentís en la sabana africana", cuenta García. El horizonte también deja ver cabras, llamas y ñandúes.
La relación con África no es sólo por la referencia de los animales, sino por la geología. La formación serrana pringlense tiene una antigüedad de 650 millones de años, se produjo por los sedimentos que se acumularon posteriores al paleozoico y plegados en el mesozoico. El mismo proceso es notable en Sudáfrica. Ambos continentes en un momento geológico, estuvieron unidos.
Los animales que se pueden ver en el campo donde se desarrollan los "Senderos de Fra Pal" eran comunes en la región, se los podía ver salvajes, pero la caza furtiva ha sido el factor determinante para su casi desaparición. El propietario del campo, con el afán de protegerlos, reunió algunos ejemplares y son estos lo que se pueden apreciar en el recorrido por esta sabana africana en el sur de Buenos Aires.
Fra Pal y su pequeña comunidad siempre fueron conocidos como "La Rotonda". Una escuela, un comedor rutero y una policía caminera son las pocas casas que se presentan. Desde este dilatado paisaje pasan las tormentas que se forman en el centro de la provincia y se escapan al mar, por la zona de Bahía Blanca, a 80 kilómetros.
Hace 15 años que Paola está en el paraje. Nació en Lincoln. "Me propuse hacerlo conocido, no por su rotonda, sino por la belleza de su paisaje y sus animales", afirma. "Senderos de Frapal" es el proyecto que presentó cuando terminó sus estudios de turismo en Mar del Plata. Como dicen, trabajó sobre lo que tenía a mano, y lo que tenía era mucho, era inmenso y soñado.
El propietario del campo, de 330 hectáreas, conserva los animales como si fuera una reserva natural. Paola le propuso mostrar este edén para que Fra Pal fuera visitado. "Nos llevó mucho tiempo que los animales se acercaran a nosotros", afirma. De esta aventura es parte también su pareja, Carlos Linares. "Al principio nos tenían mucho miedo", agrega. En una zona de cazadores furtivos, la presencia del hombre intimida. "El secreto es tener mucha paciencia y quedarse mucho tiempo con ellos", sostiene. Y un día comenzaron a acercarse. Un balde con maíz es el señuelo perfecto. "Para ellos es como si fueran caramelos". El primer paso del plan estuvo hecho.
"Los que viven en la ciudad han perdido muchas cosas", afirma García. "La mayoría de los que participan de la caminata han visto animales en documentales", agrega. Algunos tramos del trekking es por senderos, pero otros, se hace camino al andar, campo a traviesa en la más completa soledad. Son 5 kilómetros de recorrido, que nadie desea finalizar. El aire puro oxigena. La vista agita los sentidos. "Es necesario que la gente vuelva a caminar por el campo", sugiere.
La soledad se traslada en los silencios naturales dentro de un entorno en donde a cada paso se descubre un secreto más de una pampa desconocida. "El contacto con la naturaleza, más que nada lo perdieron los chicos. Vienen las familias enteras y se van felices y quieren volver", reflexiona. "El chico que nace dentro del mundo tecnológico no conoce los animales, ni caminar en libertad", afirma. Sin pensarlo, se está en la cima del Cerro El Tigre. El mallín y la pradera se presentan en una panorámica deslumbrante. Atrás queda el mundo de los mensajes y las redes sociales. La señal aquí es nula.
Jabalíes que cruzan con sus crías, rayones. Los antílopes que observan curiosos, los ciervos que se acercan para poder tener una ración de maíz. Los muflones que buscan el pastizal tierno, y los búfalos, a lo lejos, están atentos a todos los movimientos de los curiosos que caminan en su territorio. "Lo más importante es enseñar a cuidar a los animales, el cariño hacia ellos", confiesa. Una postal define este instante: un cervatillo (cría de ciervo) avanza lentamente detrás de ella buscando su mano para comer.
"Tenes una relación de cariño", expresa García. "Muchos de los animales los conocemos desde que han nacido", agrega. Los ciervos son los que más rápidamente pierden el miedo. "Aquel es Bambucho, aquel otro, El Loco", señala. En lo alto del Cerro cuenta la historia acerca de la toponimia. La presencia de un legendario tigre atemorizó a los lugareños. "Hemos encontrado una cueva con elementos indígenas", cuenta. Usaban esta elevación para tener el control del territorio.
La caminata y las emociones, generan apetito. El aire puro, el sonido de las pisadas sobre esta tierra fértil, ilusiona con cerrar esta actividad alrededor de una mesa. Debajo de una arbolada, Paola presenta los sabores del territorio. Vizcacha al escabeche, chorizo seco, queso, jamón crudo acompañado de un pan recién horneado. Todo casero. La ocasión permite conocer la producción artesanal que hacen junto a su pareja. Dulce de leche, distintas mermeladas, licor de vino, entro otros sabores que nacen en Fra Pal.
La vida en el paraje es sencilla. Paola tiene dos hijas, van a la escuela en Cabildo, un pueblo vecino que está a 30 kilómetros. "Vas anotando todo lo que te hace falta y cada 15 días hacemos las compras", acuerda. Saldungaray, el pueblo más cercano está a 23 kilómetros. "No es fácil la vida en el campo", advierte. La falta de conectividad, gas, los cortes de luz y las limitaciones propias de una zona olvidada en el mapa.
"El agua potable es un drama", afirma. La presencia de arsénico la vuelve peligrosa. "No tenemos otra que tomarla, como todos en la zona", agrega. "Nadie dio una solución a este problema", sostiene.
Fra Pal debe su nombre por Francisco Palacio, quien fue quien donó las tierras donde se asienta el poblado. Fue fundado en 1960. Nunca tuvo muchos habitantes. Hasta hace pocos eran ocho.
La soledad es propia de esta región. Alrededor de Fra Pal se presenta un racimo de pequeños pueblos y parajes, los cuales ninguno llega a los 50 habitantes, como El Divisorio, Las Mostazas y El Pansamiento, un pueblo que no tiene ni siquiera luz eléctrica.
Paola convoca a sus caminatas por redes sociales. Los grupos se organizan por WhatsApp, una antena le provee internet, sino estaría incomunicada ya que la señal telefónica es inexistente. En tiempos de pandemia, los primeros días de octubre volvió a hacerlas. Es una salida perfecta, aire libre, mucho espacio, libertad. "Queremos que todos los que vengan, recuperen lo perdido", concluye.
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