La Franja de Gaza, desde adentro: el médico argentino que vivió en primera persona los horrores de la guerra
Andrés Carot es miembro de Médicos Sin Fronteras y estuvo tres semanas en la zona del conflicto atendiendo a la población civil
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Andrés Carot es cordobés, cirujano, tiene 45 años y, a pesar de haber pasado más de la mitad de su vida trabajando como miembro de Médicos Sin Fronteras en las zonas de mayores conflictos armados y desastres naturales del planeta, ahora que volvió después de haber estado tres semanas en la Franja de Gaza siente una impotencia que nunca experimentó. También indignación y mucho dolor. Además, se pregunta: ¿en qué se va a convertir todo ese sufrimiento de los civiles que sobreviven al horror? Como la madre de ese niño de dos años al que una bomba le arrancó una pierna, mató a su familia y los dejó sin hogar. “¿Qué voy a hacer ahora?”, lo interrogaba la mujer una y otra vez, en shock, mientras Carot intentaba salvarle la vida a su hijo. No tenía una respuesta para eso. Lo mismo cuando ese hombre que había perdido sus dos piernas lo miraba a los ojos y le sonreía mientras le acariciaba la mano. En árabe le decía que estaba feliz de que estuviera allí, porque eso significaba que no iban a bombardear el hospital.
“Se siente mucha impotencia. Lo único que pude hacer fue devolverle la sonrisa y decirle estoy acá para sacar esto juntos”, dice todavía conmovido.
“Nunca había visto algo así. En un conflicto armado la mayoría de los pacientes que recibimos son militares, en cambio, en Gaza son, en su mayoría, civiles. Y como médicos muchas veces nos sentimos desprotegidos. Un día hubo un bombardeo a un kilómetro del hospital donde estábamos. Muy cerca. Enseguida empezaron a llegar las ambulancias. Llegaban heridos en autos particulares, en carros tirados por burros, en carretillas. En poco más de una hora recibimos 120 pacientes y 70 estaban muertos. ¡Setenta! Yo nunca había visto un horror semejante. Y a los heridos les faltaban los miembros, estaban muy mal. Operamos varios días sin parar. Y allá, cuando llega un paciente, no se va más del hospital. Porque, aunque pudiera salir de alta, no tiene a dónde volver”, cuenta.
“Los hospitales se convirtieron en campamentos, en pequeñas ciudades, donde viven todos los que no tienen dónde vivir, desde los pacientes, sus familias, que acampan alrededor, los médicos locales que perdieron sus casas y siguen yendo a trabajar, y también las familias de los médicos que ya no tienen dónde vivir”, relata.
Misiones
Carot llegó a Egipto el 19 de octubre pasado, apenas dos semanas después de que estallara el conflicto y recién el 14 de noviembre logró ingresar con un grupo de 13 médicos de todo el mundo. Era la cuarta vez que estaba en Gaza. Había estado en tres misiones anteriores, la primera en 2018, cuando se lo convocó para armar una clínica de cirugía para pacientes civiles que representaban uno de los principales motivos de consulta: fracturas de piernas por el impacto de balas de francotiradores. El conflicto estaba latente. En noviembre, cuando logró volver, quedó sorprendido apenas cruzó la frontera por el nivel de destrucción. Un chofer que ya lo había llevado antes, lo vio, lo abrazó y se puso a llorar. “Vi un nivel de devastación en sus ojos que me impactó. Recorrimos unos kilómetros y ya vimos un edificio en ruinas. Nos instalamos en una clínica de rehabilitación que no funcionaba y esa era nuestra base. Habíamos llevado comida, fideos, sopas, latas, porque sabíamos que faltaba porque la ayuda humanitaria que antes del conflicto llegaba con cuenta gotas, ahora era muy escasa. Compartíamos con los más de 300 médicos de MSF locales. Muchos atendían en los hospitales de la zona norte de Gaza y cuando el gobierno israelí anunció que se tenían que trasladar porque iban a empezar a combatir en esa región, tuvieron que irse al Sur”, cuenta.
Empezaron a atender en el hospital Nasser, en la ciudad de Jan Yunis. “Es el hospital más grande de la provincia. Tiene capacidad para 250 y 300 camas. En este momento eran 500 pacientes, una locura. Camas por todos lados, las familias de los médicos viviendo en los pasillos. En medio del caos, había chiquitos jugando, dibujando. Un día me quedé mirando un hall y pensé, así se ve un sistema colapsado. Te llena de frustración, porque la necesidad es tan grande y la capacidad de resolver la necesidad médica, muy pequeña. Yo operaba 15 o 20 pacientes por día. A diferencia de otros conflictos, no podemos armar hospitales de campaña porque es peligroso”, dice.
En ese momento, los 13 médicos de MSF decidieron quedarse a vivir en el hospital, porque ir y volver al lugar de descanso significaba tener que dejar de atender a las 16, porque era lo que decía su permiso de circulación. “Así podíamos ser más operativos”, señala. “Atendíamos las cuestiones más básicas, en algunos hospitales no había anestesia o teníamos que priorizar a quién se la dábamos. Las curaciones se tenían que hacer, no en quirófano y con sedación, como se debe, sino en las camas. Para un paciente que está todo quemado es muy doloroso”, relata.
Unos días después, él y otros médicos se trasladaron a otro hospital, Al Aqsa, en la Zona Media. Pocos días más tarde, el hospital Nasser, donde habían estado trabajando, fue atacado. “Había una paciente de 15 años, que había sido operada, que había perdido muchos integrantes de su familia, y le habíamos hecho una amputación y se estaba recuperando. Cayó el misil en el hospital y la mató. La impotencia que sentís como médico frente a eso es enorme”, afirma.
Regresar
En Al Aqsa se encontraron con pacientes infectados, algunos ya sépticos, con gusanos en las heridas. Habían sido operados tras quedar en medio de un bombardeo, pero después no se les habían podido hacer las curaciones ni las siguientes operaciones que se requerían. Andrés y Aldo, el otro cirujano de MSF, mexicano, se pusieron a trabajar casi sin descanso. Justo esos días llegó la tregua del cese del fuego y eso les dio la oportunidad de trabajar sin tener que interrumpir las curaciones porque se recibía una andanada de nuevos pacientes en emergencia. “Por unos días, dejamos de escuchar las explosiones, las bombas, los motores de los drones que vuelan por todos lados. Fue una calma necesaria. Sin embargo, sabíamos que no iba durar. El cese del fuego terminaba a las 7, a los cinco minutos se escucharon las primeras bombas y todo volvió a comenzar. Eso generó mayor abatimiento en la población. Gente que se siente devastada, que dicen que si pueden, se quieren ir, que ya no aguantan más”, indica.
Hace dos semanas, el cirujano cordobés salió de Gaza en el primer relevo, para que entraran otros médicos a la región. Volvió a Buenos Aires, para recuperar fuerzas y visitar a los suyos, que seguían atentamente las noticias de Gaza. Pero él ya está pensando en volver, porque su cabeza y su corazón quedaron allá. Hace unos días, Aldo, el otro cirujano, le contó que otra vez en un ataque habían recibido durante un día más pacientes muertos que vivos: casi 100 personas fallecidas, además de 70 heridos. “Un día, estábamos operando y el enfermero de quirófano me cuenta que hacía dos semanas había perdido a dos hijas en un bombardeo. Y estaba ahí, trabajando. Le pregunté cómo. Me dijo, hay que seguir”, relata.
Pocas cosas le resultaron más gratificantes a Andrés que lograr hacer sonreír a un paciente, simplemente por sentirse acompañado. Sobre todo a los chicos. “En esto de que los hospitales se convierten en pueblos, se llena de situaciones cotidianas. Los chicos son chicos y quieren jugar. Y eso es espectacular. En situaciones tan terribles como esta, lo más triste es que los chicos pierden su sonrisa y empiezan a tener rostro de adultos. Están serios todo el tiempo”, describe.
Hace unas semanas se empezó a usar un acrónimo en las historias clínicas. Cuando Andrés preguntó el significado, lo sintió como una puñalada. “Wcnsf” significa “Wounded Child Non Surviving Family” (niño herido de una familia que no sobrevivió, por su traducción del inglés). “Son muchos. Les amputamos piernas, brazos. Atendí un chico de 17 años, tuvimos que abrirle el abdomen, tenía lesiones superficiales en la cara, en el tórax, un pulmón perforado, le amputamos una pierna arriba de la rodilla, otra pierna abajo de la rodilla, un brazo antes del codo. Ves esas cosas y decís, es muy fuerte. ¿A dónde va a parar todo ese horror? ¿Cuánto odio puede generar en el futuro? Esto tiene que parar”, afirma completamente conmovido.
Es por eso por lo que, cada vez que salía a recorrer el hospital, en una ronda de pacientes, casi siempre terminaba involucrado en algún picadito. “Siempre había algún chico jugando al fútbol, o queriendo jugar. Están ahí con la pelota. Al principio, se sobresaltaban si escuchaban una explosión, después ya no. Si los llamás y les pedís que te la pasen, enseguida se pone a jugar y por unos minutos se olvidan de todo. Son esos segundos en los que dejan de tener rostro de adulto y vuelven a sonreír. Y como médico sentís que nada es más importante que eso”, concluye.
La carta
Desde el comienzo del conflicto, Médicos Sin Fronteras (MSF), una organización internacional que brinda atención sanitaria a nivel global en situaciones de crisis, está trabajando en la Franja de Gaza. Fueron unos de los primeros agentes de ayuda humanitaria que entraron a la región. Ante una guerra se les ofrece ayuda a las dos partes del conflicto, lo que supone una neutralidad. Según explica Carot, desde Israel se prescindió de esa ayuda, en cambio, en Gaza fue recibida, ya que las carencias sanitarias para poder dar atención eran enormes.
Hay una carta que circuló desde hace unas semanas en las que Médicos Sin Fronteras denuncia que en el conflicto armado y durante los bombardeos de Israel sobre Gaza se están violando los tratados internacionales que protegen a quienes brindan asistencia médica, los hospitales y a toda la población que está siendo asistida. “Estábamos angustiados y conmocionados por el ataque de Hamas contra civiles israelíes. Ahora, después de 58 días (fecha en que se emitió la carta a Naciones Unidas) no tenemos palabras para describir el horror absoluto que Israel está infligiendo a los civiles palestinos”, dice la carta firmada por el presidente a nivel mundial de Médicos Sin Fronteras, Christos Christou.
El texto denuncia “un descarado y total desprecio por la protección de las instalaciones médicas de Gaza. Estamos viendo cómo los hospitales se convierten en morgues y ruinas. Estas instalaciones supuestamente protegidas están siendo bombardeadas, están siendo atacadas con tanques y armas de fuego, rodeadas y asaltadas, matando a pacientes y personal médico”, dice y detalla que la Organización Mundial de la Salud (OMS) ha documentado 203 ataques a la atención sanitaria que han provocado al menos 22 muertes y 59 lesiones a los trabajadores sanitarios en servicio. “El personal médico, incluido el nuestro, está completamente agotado y desesperado. Han tenido que amputar extremidades a niños que sufrían quemaduras graves sin anestesia ni instrumentos quirúrgicos esterilizados. Debido a las evacuaciones forzosas de los soldados israelíes, algunos médicos han tenido que dejar atrás a sus pacientes tras enfrentarse a la elección inimaginable entre sus vidas o las de sus pacientes. No hay justificación para los atroces ataques a la asistencia sanitaria. Nos faltan palabras para describir el horror”, denuncia.
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