Desde el 25 de octubre, las intensas lluvias desbordaron el río Uruguay sobre la costa de Concordia y es crítica la situación en la zona más inundable de la ciudad
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CONCORDIA, Entre Ríos.– La avenida Néstor Kirchner, la más importante de la costanera de esta ciudad, se ha convertido en una gran laguna donde los vecinos no solo reman, sino que también pescan. Roberto Magnin, de 42 años, herrero y carpintero, se balancea en su bote para intentar levantar del agua su red de pesca, atada a un árbol, de un lado, y a un poste de luz de la avenida, del otro.
“Ayer y anteayer sacamos 25 sábalos. A veces también agarramos dorados y bogas. Con eso sobrevivimos”, cuenta el hombre, cuyo taller de herrería, ubicado en su casa, se encuentra bajo el agua hace más de un mes. A pocos metros flota el auto de uno de sus vecinos, atrapado por la creciente desde el 25 de octubre pasado.
Esa fue la fecha fatídica, día en que la represa de Salto Grande, ubicada a 20 kilómetros río arriba de la ciudad, comenzó a rebalsar por las crecidas que ocasionó el fenómeno El Niño en la regiones del norte del río Uruguay. Desde entonces, los barrios de la costa de Concordia –la segunda ciudad más pobre del país, según el Indec– quedaron bajo el agua. Así se produjo una crisis humanitaria que no parece cesar, con un saldo de 411 familias evacuadas. De acuerdo con los datos del municipio, un total de 291 familias se mudaron a casas de parientes, mientras que 266 personas se encuentran en centros de evacuación.
Pero muchos otros, como es el caso de Magnani, eligieron no abandonar sus casas. Viven en el segundo piso de sus viviendas o en carpas que improvisaron en sus techos o en la vía pública. Incluso hay quienes duermen, desde hace semanas, dentro de sus automóviles.
“Prefiero la carpa que el centro de evacuados, son invivibles –sentencia Mario Sebastián Arancibia, de 44 años–. Además, si me voy de acá, me roban la casa”. El primer día de la inundación su hija, Ludmila, fue a pasar la noche a la casa de su suegra. Cuando regresó, le habían robado la instalación de luz completa y el inodoro. Desde entonces vive en la calle junto a su padre en una carpa con una ubicación estratégica: desde allí logran vigilar a lo lejos sus dos hogares.
Inundaciones en centro de evacuados, calor extremo y mosquitos
El gobierno municipal habilitó distintas locaciones para recibir evacuados: vagones de trenes en desuso, un galpón donde solía funcionar la fábrica de Bagley, un polideportivo y un regimiento militar, entre otros. Sin embargo, la mayoría de los vecinos recluidos allí con los que pudo hablar LA NACIÓN se mostraron disconformes: hablaron de robos, de filtraciones de agua que mojan las pocas pertenencias que pudieron llevar consigo, baños invadidos por mosquitos y, sobre todo, calor extremo.
Los que más sufren las altas temperaturas son quienes fueron evacuados a los trenes abandonados, ubicados en un depósito al aire libre, en las periferias de la ciudad.
“Bienvenida al sauna”, dice María del Carmen, paciente oncológica y dueña de un kiosco, al recibir a LA NACIÓN en el interior de su vagón, donde vive hace más de un mes junto a su marido. Adentro de la estructura de metal el calor es asfixiante, pero ella asegura que hoy es “un día fresco”.
“Cuando hace verdadero calor, ando con una toalla mojada alrededor del cuello, y ni puedo comer ni cocinar. Nos quedamos abajo de una mediasombra que colgó mi marido afuera del vagón”, comenta.
Lo que más le preocupa es que la situación climática no parece mejorar: según anuncios gubernamentales, se prevé que diciembre y enero serán meses lluviosos y con tendencia creciente en los niveles del río, y que en marzo podría registrarse el pico de la creciente.
A unas cinco cuadras, el centro de evacuados ex-Bagley, una fábrica abandonada donde hoy viven más de 20 familias, no tiene vidrios en las ventanas, sino retazos de nylon . Es por eso que cada vez que llueve el agua ingresa al interior del edificio y moja parte de las pocas pertenencias que las familias evacuadas trajeron al lugar: colchones, muebles y valijas con ropa. El agua no solo entra por las ventanas, explican los vecinos, sino también por el techo, que tiene filtraciones.
“Ayer esto era un lago. Se nos inundó todo”, cuenta Rosalía Fincas, de 74 años, empleada doméstica, mientras muestra su pequeño refugio de durlock, ubicado en el segundo piso de la antigua empresa. Su vecina, Gabriela García, dice haber pasado el día de ayer llenando baldes con agua del piso y vaciándolos en el baño.
Pero no es solo el agua lo que las preocupa, sino los robos. “Salí a llevar a mi hija a la escuela y me robaron la olla. Otro día me robaron el celular”, indicó María Elena Gallardo.
Un problema histórico: obras millonarias pendientes y algunas mejoras
Según el intendente, Enrique Cresto (PJ), este año hubo menos evacuados que durante la creciente histórica de 2015, y esto se debe, en parte, a las políticas que su gobierno llevó a cabo en los últimos años. “Yo asumí en 2015 con la ciudad bajo agua. Ahora, con el río a esa misma altura, vos tenés 400 familias evacuadas, 600 menos que la última vez”, afirma a LA NACION el mandatario, al que le quedan pocos días de gestión.
La zona que hoy es la más inundable de la ciudad, denominada Cota 14, es desde hace años foco de políticas públicas, especialmente de relocalización. Según afirmaron voceros oficiales, en los últimos ocho años, más de 600 familias originarias de este área fueron trasladadas al nuevo barrio Agua Patito (gestionado e impulsado por el gobierno nacional y el provincial en conjunto) y a los terrenos del Banco Municipal de Tierras.
Cresto acepta que las personas que viven en los centros de evacuados se encuentran en una situación precaria y de vulnerabilidad, pero afirma que se les está garantizando los servicios básicos de salud, educación y alimentación. Ayer por la tarde se reunió con el nuevo intendente electo, Francisco Azcué (Juntos por Entre Ríos), con quien se encuentra preparando la transición.
El panorama actual, con más de 400 familias con sus hogares inundados, es la herencia que recibirá Azcué cuando asuma el cargo, el domingo próximo. “Los centros de evacuados no están en condiciones. Donde peor están es en los vagones. Hay gente discapacitada, gente con cáncer, es un desastre”, comenta, en diálogo con este diario. A su vez, destaca ser el primer intendente electo no peronista de los últimos 70 años. “Hace 40 años que a Concordia la gobierna el PJ. Antes estuvieron los militares y, antes de eso, también hubo una seguidilla de gobiernos peronistas”, explica.
Azcué se comprometió durante la campaña a enfocar su futura gestión en medidas de largo plazo que puedan mejorar la situación de los vecinos de la costanera, aunque indicó que su espacio político todavía no contempla un proyecto en particular.
“El proyecto que piden las 350 familias que tienen propiedades en la Cota 14 es que se haga la defensa central”, afirma. Se refiere al proyecto de construir un terraplén que aplaque el avance del agua y la redireccione. “La obra es de 50 millones de dólares. Por el monto, para hacerla, se necesita financiamiento internacional”, indica. Una obra parecida, aunque de menor tamaño, se llevó a cabo en 2000 y se agrandó en 2016 en la costa sur de la ciudad, zona que gracias a esa obra dejó de inundarse. La obra se llevó a cabo con fondos nacionales.
“Siempre dije que no iba a abandonar mi Concordia querida”
Ya atardece en Concordia. Sin poder evitar emocionarse hasta las lágrimas, Andrea Ramírez, de 40 años, abre las puerta principal de su casa, un chalet de los años 50 ubicado en la Cota 14. “Yo dije que nunca iba a abandonar mi querida Concordia, pero me voy a tener que ir”, dice, mientras camina por un hall de entrada arrasado por el agua. “Vos no sabés lo linda que era mi casa. Tenía un machimbre divino en las paredes, unas ventanas preciosas. Pero ahora ya está, me cansé de empezar siempre de cero”, dice la mujer, que hasta la fecha sufrió al menos cuatro inundaciones. En la crecida histórica de 2015, el agua llegó hasta el techo, y perdió la mayoría de los muebles y electrodomésticos. Desde entonces dejó de invertir en su propiedad.
Desde el otro lado de la calle, su vecina Patricia Sotelo también llora. “No estamos viviendo acá, estamos viviendo en una casa que nos prestaron, pero nos avisaron que el lunes nos desalojan. Tendré que mudarme a una carpa. Soy diabética e hipertensa, todo esto me hace muy mal”, comenta desde su hogar, donde pasa las tardes para evitar robos. La planta baja tiene una capa de unos tres centímetros de agua
Ella y muchos de sus vecinos no están interesados en el proyecto de relocalización que impulsó en los últimos años el gobierno local. “Vivimos acá toda la vida. Somos propietarios. Y nos quieren llevar al barrio Agua Patito, donde es imposible vivir: es muy inseguro y además queda lejos de la ciudad”, explica Sotelo.
Según datos del municipio, son 350 las familias que tienen propiedades escrituradas en la zona de Cota 14. El resto de los habitantes se han asentado de manera ilegal a lo largo de las últimas décadas. Sobre estos últimos, el intendente Cresto afirmó: “La idea es que, una vez terminada la inundación, sean reubicados en los nuevos barrios”.
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