La propiedad, que Ricardo Balbín habitó hasta su muerte en 1981, fue copada por grafitis y la humedad, entre el desinterés oficial y desencuentros de los descendientes
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LA PLATA.– “Aquí vivió el Dr. Ricardo Balbín. Político. Homenaje de la Municipalidad de La Plata”, dice la pequeña placa de piedra empotrada en la pared junto a la pesada puerta de hierro y vidrio de la propiedad.
Si bien la casa que el líder de la Unión Cívica Radical (UCR) habitó hasta su muerte fue declarada Monumento Histórico Nacional y patrimonio protegido por la comuna platense, basta con observar su frente ganado por grafitis –algunos con mensajes incomprensibles– y la humedad que reina sobre cada moldura, para advertir el nivel de deterioro que domina el lugar, signado por años de desinterés oficial y desencuentros entre los descendientes.
“Hay que abuenarse desde abajo entre los argentinos”, sugirió Balbín al cronista desde la cama en la que estaba postrado en su casa platense. Aunque su estado de salud era muy delicado a causa de una severa dolencia renal crónica, el dirigente seguía accediendo a la requisitoria periodística y a las reuniones con otros dirigentes políticos de diferentes partidos. Promediaba 1981, era el tiempo de la Multipartidaria que Balbín había impulsado junto a referentes de otras fuerzas políticas en busca de una salida política a la crisis derivada del agotamiento del régimen militar.
Si bien entre la familia y sus allegados hoy nadie parece recordar el dato preciso, el “Chino”, como todos lo conocían, habría adquirido la casa de calle 49 N°844, entre diagonal 74 y 12, en la década de 1940, a partir de un crédito hipotecario. Desde entonces vivió allí junto a su esposa, Indalia Elena Ponzzeti y sus tres hijos: Lia Elena, Osvaldo y Enrique.
En una entrevista con la revista Gente que el dirigente ofreció en su casa en noviembre de 1970, se indica que llevaba 24 años viviendo allí. Si el dato es correcto, se habría mudado en 1946. En febrero de ese año Balbín fue electo diputado nacional y desde el Movimiento Intransigencia y Renovación (MIR) encabezaba el bloque del radicalismo durante el primer gobierno de Juan Perón.
Hijo de los inmigrantes españoles Cipriano Balbín y Encarnación Morales, había nacido en el barrio porteño de Constitución el 29 de julio de 1904. Diversas situaciones familiares, entre ellas la prematura muerte de su madre, lo llevaron a atravesar la infancia en las ciudades de Azul, Laprida y Ayacucho, en el interior bonaerense, hasta que en 1922 se mudó a La Plata. Atraído por la política desde chico, a los 18 años se afilió al radicalismo, se anotó en la carrera de Derecho de la Universidad Nacional de La Plata (UNLP) y, aficionado del fútbol, se hizo hincha del club Gimnasia y Esgrima La Plata, al que consideraba más popular que su clásico rival, Estudiantes. Su primer trabajo lo consiguió en la biblioteca del Senado provincial. Se recibió de abogado en tiempo récord y fue nombrado fiscal del crimen en la provincia de Mendoza, cargo que dejó cuando se produjo el golpe que derrocó a Hipólito Yrigoyen. Volvió a La Plata y desde entonces concentró su vida en la actividad política.
La propiedad, ubicada a una cuadra del centro geográfico de la ciudad, posee una línea que en el registro arquitectónico se conoce como academicista. Su frente está revestido con símil piedra París y un almohadillado corrido –técnica de origen francés perfeccionada aquí por los inmigrantes italianos– impera en toda la fachada. El edificio fue construido en 1920 a partir de un proyecto conjunto desarrollado por el ingeniero Julio Barrios y el arquitecto Julio Gazzarri. Exponente de la arquitectura doméstica de la época, la casa fue hecha para que la habitara una hermana de Barrios.
La vivienda tiene dos plantas y ambientes espaciosos. En el nivel superior está la parte privada que cuenta con tres dormitorios, mientras que en la planta baja se encuentran el living, un comedor principal, el estudio y una sala de estar con la escalera que lleva a las habitaciones. Hacia el fondo se ubican las dependencias de servicio y el patio trasero. Cuando la casa estaba habitada, tenía un mobiliario clásico muy bien conservado. Hoy, está prácticamente desmantelada y el deterioro se ha adueñado de las pocas cosas que quedan, cubiertas de tierra y humedad y sin acciones que permitan su conservación.
Desde una de las puertas que da al living, se accede al estudio en el que el dirigente pasaba largas horas. Durante décadas ese sitio se erigió en una suerte de santuario por donde muchos dirigentes, especialmente jóvenes correligionarios, desfilaban en busca del consejo y las enseñanzas de uno de los más destacados referentes del partido fundado a fines del siglo XIX. Figuras de su partido como Antonio Tróccoli, Juan Carlos Pugliese, Carlos Perette, Raúl Alfonsín o Sergio Karakachoff, solían frecuentar su casa al igual que los peronistas Antonio Cafiero, Deolindo Bittel y Lorenzo Miguel, entre otros. En la anécdota familiar se recuerda la visita de un grupo de miembros de Montoneros que se presentaron ante el líder radical con sus nombres de guerra y este, al darles, la mano repetía: “El Chino, mucho gusto”.
Algunos de los concurrentes al lugar recuerdan que, colgados en la pared delante del escritorio, los retratos de Leandro N. Alem e Hipólito Yrigoyen dominaban la escena. Sobre la mesa, siempre atestada, estaban los diarios del día, cartas, libros y decenas de carpetas con proyectos propios u otros que permanentemente le hacían llegar. La nutrida biblioteca reunía volúmenes que en su mayoría versaban sobre derecho e historia y también conservaba un archivo encuadernado de los diarios de sesiones del Congreso. Allí confeccionaba los discursos que luego con ímpetu desplegaba en la tribuna, con su voz ronca por décadas de fumar un paquete y medio de cigarrillos diarios.
Al trasponer el portal de la entrada se accede a una cochera, donde se guardaba el auto “de la familia”, como le gustaba decir. Desde allí, un acceso lateral lleva al vestíbulo que conduce al living y hacia el fondo una puerta doble da a un patio interior hoy ganado por la vegetación. En ese patio el dirigente solía disfrutar junto a su esposa el canto de los canarios en las mañanas.
Quienes conocieron esa intimidad aseguran que Indalia era la verdadera dueña de la casa ya que era quien planificaba las tareas, organizaba las actividades de los hijos y se cercioraba de que todo marchara a la perfección. En algún momento el matrimonio tuvo el orgullo de ver colgadas en el frente las chapas de sus hijos profesionales: Osvaldo fue médico y su hermano Enrique, abogado.
Frente al desbarranco del gobierno de Isabel Perón surgió del estudio de la casa de Balbín la idea de adelantar las elecciones. Luego, ante la inminencia del golpe de Estado, el radical llegó a sugerirle a Bittel iniciar un juicio político contra la presidenta para permitir que el titular del Senado, Ítalo Luder, ocupara su lugar y de ese modo sostener las instituciones. Ninguna de esas iniciativas prosperó.
Durante el régimen militar su actividad fue decreciendo hasta quedar recluido en su casa platense con su salud visiblemente resentida. Aquejado por la enfermedad de gota y otras complicaciones motrices que le dificultaban subir las escaleras se decidió acondicionar el comedor principal, donde se instaló una cama para que hiciera las veces de dormitorio. Así estuvo durante largos meses hasta que sufrió una indisposición y tuvo que ser llevado al sanatorio Ipensa de esta capital, donde falleció el 9 de septiembre de 1981, tras veinte días de internación. A su muerte, una multitud acompañó la inhumación de sus restos contrariando la prohibición de la dictadura de realizar actos públicos.
En estos días se cumplen 50 años de aquel 19 de noviembre de 1972, cuando Balbín protagonizó su reconciliación histórica con Perón, al fundirse en un abrazo en la residencia Gaspar Campos. Llevaban mucho tiempo enfrentados. Durante el primer peronismo, Balbín enfrentó abiertamente al gobierno. Fue en esa época cuando, por orden de Perón, se dispuso su expulsión del Congreso y en tres oportunidades su encarcelamiento.
Aquel episodio tuvo un segundo acto menos conocido. Perón ofreció retribuir el gesto y visitar a Balbín en su casa de La Plata. Sin embargo, finalmente el encuentro se produjo semanas más tarde, pero en el Congreso.
El 1º de julio de 1974, cuando Perón murió, el líder radical dejó para la historia aquella frase con la que buscó clausurar las antinomias: “Este viejo adversario despide a un amigo”, declaró, al asistir al sepelio.
Homenajes y declaratorias
Ricardo Balbín fue, sin lugar a dudas, una de las figuras más notables de la UCR. Presidió el comité nacional desde 1959 hasta su muerte en el 81 y fue cuatro veces candidato a presidente de la Nación: en 1951, 1958 y las dos elecciones realizadas en 1973. Su nombre designa calles, escuelas y barrios en distintos puntos de la geografía nacional. Así también se bautizó a la autopista que une las ciudades de La Plata y Buenos Aires, durante el gobierno de Néstor Kirchner.
En la capital bonaerense se lo recuerda de diversas formas: Balbín se llama la sede del comité radical, una cátedra libre de la UNLP y hasta la calle que pasa frente a la que fuera su casa. La primera placa en homenaje al ilustre morador fue puesta por las autoridades de facto, en 1982.
En tanto, el 12 de noviembre de 1993 el presidente Carlos Menem emitió el decreto 2334 por el cual dispuso declarar como Monumento Histórico Nacional la casa en la que vivió el caudillo radical. Suele recordarse que aquella medida fue una derivación de las conversaciones entre Menem y su antecesor, Raúl Alfonsín, que terminaron en el Pacto de Olivos.
Desde entonces, la vivienda quedó bajo la tutela de la Comisión Nacional de Monumentos, un organismo creado por decreto en 1938 y convalidado en 1940 por la ley 12.655, durante la presidencia de Roberto Marcelino Ortiz. Dicha comisión tiene como función el estudio y la conservación del patrimonio y ejerce la superintendencia de los bienes declarados, al tiempo que ofrece asistencia técnica para la preservación y restauración de los edificios patrimoniales.
Impulsados por esa declaratoria oficial, los descendientes constituyeron a mediados de los 90 la fundación “Casa de Ricardo Balbín” con la idea de generar actividades que sirvieran para mantener vivo el recuerdo de la vida y trayectoria política de su antepasado. Así, acometieron una serie de obras para mejorar algunos de los ambientes e inauguraron el lugar el 20 de agosto de 1998. La imposibilidad de conseguir recursos para continuar hizo naufragar el intento en menos de un año.
En 2006, el municipio de La Plata convalidó un listado de bienes patrimoniales a preservar confeccionado por la Facultad de Arquitectura y Urbanismo de la UNLP en el que la casa de Balbín –según la nomenclatura catastral localizada en la Circunscripción 1; Sección H; Manzana 641; Parcela 9– fue incluida dentro de la categoría “protección integral”, es decir la mayor de todas, en una escala que solo integran 40 edificaciones emblemáticas de la ciudad, como la Catedral, el Palacio Municipal, El Pasaje Dardo Rocha, el Colegio Nacional o el Museo de Ciencias Naturales. En ese grupo, las únicas propiedades en manos de particulares son la de Balbín y la Casa Curutchet, diseñada por el arquitecto suizo Le Corbusier y declarada a mediados de 2016 Patrimonio de la Humanidad por la Unesco.
En la Legislatura bonaerense naufragaron varios proyectos en relación con la casa de Balbín. Entre ellos, cabe mencionar una iniciativa del diputado de Pehuajó Gustavo Zuccari para que el Estado expropiara el inmueble con el fin de transformarlo en un museo y espacio cultural, y otra del legislador platense Sergio Panella para declarar a la casa Monumento Histórico e incorporarla al Patrimonio Cultural de la provincia de Buenos Aires.
En 2011 el concejal del Frente Renovador, Oscar Vaudagna, presentó un proyecto para declarar “de Interés Municipal”, como parte integrante del Patrimonio Histórico y Cultural del Partido de La Plata, a la vivienda.
El trasfondo
La declamada intención de los descendientes por conservar la casa y la memoria de Ricardo Balbín pareció extraviarse en los laberintos de una larga y enrevesada sucesión llena de disputas y desencuentros tamizados con las dificultades económicas.
A mediados de 2007 la falta de acuerdo llegó a tal punto que los herederos decidieron desprenderse de la propiedad ya que, según dijeron, no estaban en condiciones de afrontar los gastos de mantenimiento ni el pago de impuestos.
En abril de 2008, sin compradores a la vista, fue subastado un Dodge Polara modelo 74 que había pertenecido a Balbín y la situación de la casa volvió a hacerse visible. Un mes después, el gobierno provincial a cargo de Daniel Scioli se comprometió a otorgar un subsidio para acondicionar las habitaciones y galerías, y así poder convertirla en un museo. Pero, pasado un año sin novedades, los familiares acusaron a la gobernación de no haber aportado los fondos prometidos. En aquel momento, Maximiliano Lumbía, uno de los nietos políticos de Balbín, dijo a la prensa: “Nos cansamos de esperar y no nos queda otra alternativa que ponerla en venta ante los incumplimientos del gobierno provincial. Le pusimos el cartel para venderla”. Desde el gobierno, se acusó a los herederos de disfrazar detrás de sus quejas la intención de hacer “un negocio inmobiliario”.
“Hicimos todo lo que pudimos, pero hoy cuando paso por ahí y veo la situación de abandono en la que está la casa me dan ganas de llorar”, comentó a LA NACION una de las nietas de Balbín, Patricia Ferrer, que durante años se encargó del cuidado de la casa.
Meses atrás, los familiares llegaron a un acuerdo y la casa pasó a manos de los hijos de Osvaldo. El traspaso implicó también una serie de trámites entre los que se dejó sin efecto la fundación existente con la idea de constituir una nueva entidad llamada “Ricardo Balbín por la Unidad Nacional”, cuyo proceso de legalización tuvo algunos contratiempos y aún se encuentra en trámite.
“Hoy no estamos en condiciones de poner en valor la casa que, sinceramente, tenemos que reconocer, se nos está cayendo a pedazos”, admite, en un lamento, Emiliano Balbín, nieto del caudillo radical y diputado provincial, además de actual encargado de la administración del inmueble. Y agrega: “Nosotros notamos un gran desinterés del Estado que, además, tiene evidentemente otras prioridades y urgencias”. Pese a todos los inconvenientes, los herederos afirman que no cejarán en la búsqueda de una salida que permita poner en condiciones la propiedad para que se convierta en un sitio de homenaje para su abuelo, pero también en una referencia de la lucha por el sostenimiento de la democracia.
Desde la Comisión Permanente de Homenaje al doctor Ricardo Balbín, su actual presidente, Andrés García, considera que “la figura de Balbín merece que su casa y su memoria permanezcan hoy más que nunca, ya que su legado más relevante, que tiene que ver con su prédica permanente por el diálogo y la búsqueda de consensos, tiene plena vigencia. No pretendemos nada diferente de lo que se hace con otras figuras importantes del mundo de la política”. Desde la entidad se buscó en las últimas semanas convocar a importantes figuras del radicalismo y el peronismo para recordar los 50 años del abrazo entre Perón y Balbín, y que esa actividad sirviera para revitalizar las gestiones por la casa. Sin embargo, según comentó a LA NACION “las diferencias que hoy enfrentan a la dirigencia hicieron imposible cumplir con ese cometido”.
Mientras tanto, en el silencio de las habitaciones enmohecidas y el patio ganado por la enredadera parecen colarse los ecos de voces y sucesos de la historia que envuelven la casa del caudillo radical, donde el deterioro avanza silencioso, inexorable.
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