Se mudó de Capital a un pueblo de 90 habitantes para abrir un restaurante en el patio de su casa
Trinidad Mujica trabajaba como gastronómica en la ciudad y decidió cambiar e instalarse con sus dos hijos en Udaquiola, en el partido de Ayacucho
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“No teníamos mucha más opción y me animé”, afirma la cocinera Trinidad Mujica, desde el patio de su casa en el pequeño pueblo de Udaquiola, de apenas 90 habitantes, en el partido de Ayacucho. Lo transformó en un espacio de gastronomía familiar, un oasis de calma y paz en la llanura bonaerense. Junto a sus dos hijos ofrecen un menú casero que preparan entre todos, con vegetales de la propia huerta, huevos de su gallinero y productos del pueblo.
La experiencia incluye una caminata por sus calles arboladas, visitando los lugares más pintorescos, oyendo las historias de los propios protagonistas de la vida apacible de esta diminuta y amable comunidad. “Nos va muy bien”, reconoce Mujica.
“Fina Estampa [así se llama el emprendimiento] llegó para romper un poco la forma de vida tradicional del pueblo”, cuenta Mujica. Es la primera propuesta de turismo rural de la localidad, acostumbrada al ritmo de vida calmo, los fines de semana los vecinos ven pasar visitantes que caminan por el pueblo. “Lo que para nosotros es normal, para la gente de la ciudad es único”, sostiene.
Antes de comer, la caminata incluye una visita a la escuela, al escuadrón de bomberos, al club, a una capilla, a la estación de tren, a la plaza y un recorrido por caminos rurales. Cosas simples. “Un baño de pueblo —resume Mujica—. Estamos haciendo lo que nos gusta en el patio de nuestra casa”.
La idea nació de la necesidad. La familia necesitaba ingresos y potenciaron sus fortalezas. Trinidad, oriunda de Ayacucho, es administrativa gastronómica. La cocina ha sido el hilo conductor en su vida. Estudió en la ciudad de Buenos Aires en la Escuela Superior de Hotelería (ESH), trabajó en el hotel Caesar Park, en el Meliá y el restaurante La Suburra. Se casó, se separó y volvió a Ayacucho para tener un pequeño restaurante. Experiencia que duró poco, hasta que la llamaron para dar clases de gastronomía en Udaquiola, el pueblo donde nació su abuela. Aquí se quedó y sentó las bases de su sueño. Que convirtió en realidad.
“Fue una idea que se fue gestando de a poco —cuenta Mujica—. Teníamos una pequeña casa de pueblo, con un patio y todas las ganas de hacer algo nosotros mismos”.
Analizaron las fortalezas: Udaquiola y sus 90 habitantes, sus calles tranquilas, el entorno rural, la cercanía con la ruta 29, que es un eje que cruza la provincia. “Nos animamos y abrimos nuestra casa”, cuenta. En septiembre de 2018 recibieron su primera “visita rural”, como las llaman y todo salió bien. Pandemia de por medio, una vez que las prohibiciones se levantaron el emprendimiento cobró importancia. Reciben grupos de 2 a 15 personas, con reserva.
“Es simple: proponemos pasar el día en una casa de familia de campo, paseando por un pueblo hermoso —resume Mujica—. Vienen a desconectarse y a volver a lo sencillo”.
¿Qué es lo que ofrecen? Ver en acción a una familia. Victorio es el hijo mayor, a punto de cumplir 18. “Es mano verde, él se encarga de armar el patio”, afirma su madre. En los cuatro años que hacen que están en el pueblo, ha plantado todas las flores, árboles y arbustos. Se especializa en cactus y suculentas, que también ofrece para la venta. Corta el pasto, hace la leña. “Desde muy pequeño fue muy emprendedor”, aclara con orgullo Mujica.
Todos los detalles para recibir a los turistas llevan mucho tiempo. El patio se vuelve una escenografía natural de todo lo que necesita una persona que está manejando durante horas y anhela llegar a un espacio de tranquilidad. Su hija Florencia tiene 8 años, y es una parte fundamental del equipo. “Se encarga de que las gallinas estén bien, arma paquetitos para que los visitantes puedan alimentarlas y lleva al grupo a la huerta. También ella tiene su emprendimiento: con sus compañeras de escuela —ambos asisten a establecimientos del pueblo— hacen velas aromáticas.
El patio se vuelve un territorio de relax. Lo primero es la caminata y el descubrimiento del pueblo, la amable esencia de los 90 habitantes y sus rutinas. El saludo, el apretón de manos y el almuerzo que se presiente. De regreso al patio, esperando la comida, una hamaca paraguaya y una cama debajo de la sombra de una casuarina, la lectura de libros de temática viajera, son los alicientes para sosegar el apetito.
Comida casera, sabores de la abuela
Mientras tanto, la cocinera hace lo suyo. La comida casera, los sabores de la abuela, las recetas que nos vuelven a los mejores días, todos esos conceptos nacen en la cocina de la casa de la familia. Lo primero es el pan. Amasado un día antes y con una leudada en frío, recién horneado. “Es liviano, todo el mundo lo recuerda”, cuenta Mujica. La magia de la cocina la elige y ella sigue las señales. La picada, fría y caliente viene acompañada de este pan y de focaccias con hierbas de la huerta.
Enumera los ingredientes de estas tablas generosas: quesos y salames de diferentes clases, pollo arrollado, cerdo marinado con mostaza y hierbas, porotos y berenjenas al escabeche. Lo caliente se presenta en estos pasos: tortilla de papas y cebollas, tartas de acelga y de calabaza, mozzarellas rebozadas, cazuelas de tomates con albahaca, chorizo de cerdo con arvejas, cebolla y morrón. Todas las verduras se cosechan un rato antes.
“El postre es clásico”, afirma Mujica. Flan casero, tarta de ricota, mousse de chocolate con praliné.
¿Cómo es vivir en un pueblo de 90 habitantes y generar trabajo desde la propia casa? “Vivís a contramano de los mandatos sociales, no hay tantas salidas, ni compras, horarios u obligaciones. Todo se hace en familia —afirma Mujica—. Hay menos roce social, pero hay tiempo para todo, menos presión”.
“Las escuelas son muy tranquilas y con pocos alumnos, vivimos con las puertas abiertas de las casas y de los autos”. Así señala las claves de aquello que los visitantes comprueban en la caminata que hacen con la familia Mujica. “Les mostramos nuestro pueblo y la vida que llevamos”, resume. Otra vida más calma es posible y aquí se demuestra sin intermediarios.
Udaquiola está sobre la ruta 29, a 75 kilómetros de Ayacucho, la ciudad cabecera. Está en muy buen estado. Hay señal telefónica y de internet. Tiene sala sanitaria, escuela de los tres niveles. Destacamento policial, bomberos y una estación ferroviaria que fue inaugurada en 1911. Ya no pasa el tren, pero Fina Estampa es una parada obligada para los que buscan recuperar los sentimientos puros, sin la contaminación del mundo moderno y sus rutinas.
“Nos trataron con mucho amor, la comida es riquísima y muy familiar. Fuimos con amigas y nos encantó explorar los lugares del pueblo”, cuenta Mónica de Hoyos, que visitó Fina Estampa. Todo lo que hacen tiene un toque de amor y de buen gusto. “Es hermoso ver cómo toda la familia está detrás de cada detalle”, agrega.
María Agustina de Castro es vecina de Udaquiola, vio todo el proceso del proyecto. “Fina estampa es un ejemplo de lucha, perseverancia, amor y pasión por lo que uno siente y sueña —afirma—. Como residente del pueblo me siento orgullosa de lo que han logrado”.
.“Aparece un nudo en la garganta” Mujica se refiera a la despedida de sus visitantes. Por un día, comparten el mismo techo. No los tratan como clientes, son amigos que se acercan a su casa, ese es el código natural que nace al final de la experiencia. “Sentimos una energía muy fuerte en nuestro patio. Todos nos escriben cuando llegan a su destino”.
Udaquiola se convirtió en un destino de turismo de escapada: una madre y dos hijos lo lograron. “Esperamos que algunos vecinos se animen como nosotros —se ilusiona—. Está todo por hacerse”.
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