Federico Di Bucci y el chef Leandro Acosta decidieron cambiar de vida y recuperar este almacén cerrado desde 1986, y ubicado a orillas de la ruta 9
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“No teníamos dinero, nos miramos y dijimos: vamos para adelante”, afirma Federico Di Bucci, que junto al chef Leandro Acosta, son responsables de la reapertura en clave gastronómica de un viejo almacén de ramos generales de 1935 en El Paraíso, un pequeño pueblo de 300 habitantes del Partido de Ramallo a orillas de la ruta 9 y a 196 kilómetros de la Cuidad de Buenos Aires, que estuvo cerrado desde el año 1986.
Hablaron con un albañil, una casa de electricidad y un corralón. “No pedimos dinero sino apoyo”, dice Acosta. Los tres acordaron darles lo que necesitaban. “Cuando nos comenzó a entrar dinero, le devolvimos”, afirma Di Bucci. Así nació el restaurante El Paraíso, Ramos Generales.
“El Paraíso es un paraíso”. Así resume Acosta la realidad de esta localidad que miles de conductores ven a un costado de la autopista Buenos Aires-Rosario, pero a la que pocos entran. “Necesitábamos un cambio de vida”, afirma Di Bucci.
Lo hicieron y les va muy bien. Ambos confluyeron en la necesidad de volver a la vida simple de pueblo, y regresaron a su tierra, Villa Ramallo, a pocos kilómetros de El Paraíso. Federico trabajaba en la televisión. “En diciembre le dije a mi jefe que me tomaba vacaciones y nunca más volví”, afirma. Por otro lado, Leandro regresaba al país luego de estar viviendo 18 años en Europa.
Una semana antes que comenzara la pandemia, Acosta abrió un restaurante en el barrio porteño de Chacarita. “Sentí que Mike Tyson me noqueó”, confiesa. Tuvo que cerrar.
El viejo almacén de ramos generales fue de la familia Di Bucci desde su apertura, en abril de 1935, cuando el pueblo era una localidad activa y con muchos más habitantes. Punto de encuentro y eje social, cerró sus puertas en 1986 cuando los jóvenes comenzaron a irse del pueblo. Con la llegada de la siembra directa y el posterior cierre del ramal en los 90, solo quedaron los que resistieron y los viejos pobladores.
“Vendíamos todo a granel, no existía el deme medio kilo”, recuerda Juan Carlos Di Bucci, padre de Federico. Azúcar, fideos y harina: todo se compraba de a diez kilos para arriba. El vino venía por tren desde Mendoza en bordalesa. El almacén tenía uno de los pocos teléfonos fijos del pueblo. “Temprano venía un chacarero y nos pedía hablar con un pariente de Buenos Aires dejándonos un mensaje para darle. Tardaba dos o más horas en hacerse la conferencia [por la llamada]”, cuenta.
“Yo tenía la idea de volver y hacer algo en el almacén”, dice Federico. Vivió 22 años en la ciudad de Buenos Aires y hacía escapadas a pulperías y pequeños pueblos. “Sabía que esos lugares funcionaban bien”, afirma. Su sueño creció.
“Había pensado en demolerlo y vender el terreno”, reconoce Juan Carlos.
Mover las piezas
Con esposa y dos hijos, desde el año 2015, Federico movió las piezas y se hizo una casa en Villa Ramallo “Pasaba solo 36 horas con mis hijos por semana”. De lunes a viernes, en la ciudad y los fines de semana en esta localidad. “El Paraíso me llamaba”, dice. Y la pandemia fue una oportunidad.
“Nació el proyecto de reabrirlo y convertirlo en restaurante”, afirma Federico. Le transmitió la idea a su padre, último en atender el almacén y quien apagó la luz en 1986. “Enseguida desistí de la demolición; lo que más quería era que volviera a abrir: toda mi vida está adentro de esas paredes”, sostiene Juan Carlos.
“Presenté el proyecto a todas partes, municipalidad, entes de la provincia y bancos: a nadie le interesó, ni me contestaron. Fue lo mejor que pudo pasar porque me dieron más ganas de reabrirlo”, confiesa.
“Todavía no estaba preparado, acababa de cerrar mi restaurante”, afirma Leandro al referirse al primer encuentro que tuvieron con Federico. Corría marzo de 2021. En agosto se volvieron a ver y mostraron las cartas del proyecto sobre la mesa. Sin dinero y con muchas ideas aceptaron el desafío.
“Había dos opciones: contratar a una empresa o hacerlo nosotros”, afirma Federico. La respuesta fue fácil: “La restauración necesitaba corazón y cariño: solo nosotros podíamos ponerlos”, dice Acosta.
“Ni bien entré al almacén, lo sentí —confiesa el cocinero—. Supe que no había que modificar nada, ni tirar ni alterar la construcción”.
De septiembre a diciembre se pusieron a trabajar. Después de la desinfección y la puesta en valor del espacio, llegó el turno de definir la propuesta gastronómica. El Paraíso tiene un problema: no tiene gas natural. “Fue fácil: teníamos leña, asunto arreglado”, afirma Acosta. Al fondo hallaron ladrillos viejos y echaron mano a lo que tenían cerca: “Teníamos agua y tierra: hicimos un horno de barro. Así se definió la propuesta gastronómica. “Todo nuestro menú se hace a leña y dentro de ese horno”, cuenta Acosta.
“Soy un cocinero que aprendió el oficio trabajando”, define Acosta. Estuvo diez años en Madrid, seis en Berlín y dos en Italia. “Comencé lavando platos y terminé siendo chef”, cuenta Acosta.
Productos locales
“Quisimos trazarnos un radio de 100 kilómetros para conseguir los productos para cocinar”, afirma Di Bucci. Papas y batatas del propio pueblo. Verduras de Gobernador Castro, a solo 14 kilómetros. Carne de cerdo, de vaca y pescados del distrito, al igual que los embutidos. El vino, de Mendoza, enfocado en la bodega de Gustavo Santaolalla. El menú combina lo clásico con vuelos propios de un chef que viajó por el mundo descubriendo sabores. “Son, básicamente, recetas de la abuela”, sintetiza.
Pechito de cerdo con tabbouleh, pollo al ajillo, bondiola, osobuco cocido en su jugo con salsa de vegetales, musaca con berenjenas y carne picada, malfattis gratinados, carpaccio de ternera, pizzas caseras con masa de dos días de fermentación, panes caseros y empanadas de taratira son algunos de los platos que se cocinan al rescoldo del fuego en el horno de barro.
Abierto desde fines de enero, El Paraíso vuelve a ver movimiento. La entrada al pueblo evoca una postal surreal. “Plano de El Paraíso” se ve en la rotonda de acceso, y allí se referencian algunas de las pocas calles. La principal, frente a la estación, es donde está el flamante restaurante.
Abre de viernes a domingo. La respuesta fue inmediata. Los paraiseros volvieron a ver las puertas abiertas del almacén que supo darle vida al pueblo y que ahora revive a través de los aromas que nacen del candente horno de barro.
“Vienen a reencontrarse con sus recuerdos, y los más jóvenes, atraídos por el menú”, cuenta Di Bucci. Los clientes llenan el salón. Donde antes había familias comprando provisiones, 36 después regresan para encontrarse con las mismas estanterías, el mismo mostrador, pero ahora sentados y delante de platos que crean un puente a los buenos tiempos. “Se emocionan cuando los ven y sienten los aromas”, menciona Di Bucci. “Cocino como si le estuviera haciendo comida a mi hijo”, resume su método Acosta.
Los fines de semana trabajan con reserva completa. “Ganamos felicidad y libertad”, resume Acosta. “Antes era un punto de encuentro y se está volviendo a eso —define Di Bucci—. Hemos pegado un salto a la pileta y encontramos agua en el fondo”.
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