Se develó un misterio
Hallaron un buque hundido hace 70 años
USHUAIA.- Una pareja de hombres buzo emergió desde el fondo de las frías aguas del canal de Beagle, como a menudo lo venía haciendo. Sólo que esta vez aparecieron con los pulgares en alto y gritando:"¡Lo encontramos!". Sus compañeros dudaron, pero al rato se zambulleron. Y era verdad: allí abajo estaba la estructura superior del legendario Monte Cervantes, el "otro Titanic". El paquebote que hace más de 70 años encalló junto a las islas Eclaireurs, frente a Ushuaia, y que desapareció para siempre para quedar entre los misterios del fondo del mar.
Pero ahora, hace sólo dos semanas, estos once buzos, todos aficionados, lograron lo que se habían propuesto hace tiempo. Y allí, cerca de las isla y a más de treinta metros de profundidad, se encontraron con la historia. Esa que ocupó las primeras páginas de los diarios el 23 de enero de 1930, la que hablaba del milagroso rescate de sus 1200 pasajeros y 350 tripulantes. Toda una leyenda de la belle epoque que, además, guarda momentos de conmoción por la zozobra y de gallardía, valor y honor de muchos de sus oficiales. Porque en el Monte Cervantes hubo un solo muerto, y fue precisamente su comandante, el alemán Theodor Dreyer.
De bandera alemana
El gran transatlántico de pasajeros y de bandera alemana pertenecía a la Compañía Hamburgo Sud Americana, aunque por el periplo que realizaba, "crucero a la Tierra del Fuego", para muchos era como el "Titanic argentino".
Botado en 1928, había zarpado de Hamburgo en noviembre de 1929 y, tras varias escalas, hizo su paso por Buenos Aires, Puerto Madryn, Punta Arenas y Ushuaia. Fue cuando zarpó de allí que por una maniobra extraña, que aún se desconoce, encalló frente al faro Eclaireurs, al mediodía de aquel 22 de enero.
Un radiotelegrama que llegó esa tarde a la empresa turística de los Delfino indicaba:"A las 13 horas de hoy, el Monte Cervantes encalló en el canal de Beagle. El transporte nacional Vicente Fidel López acudió en auxilio, consiguiendo desembarcar a todos los pasajeros".
Sólo Dreyer volvió a la nave tras haber evacuado a todos y, cuando ésta se dio vuelta para terminar de poner el puente de mando bajo el agua, el capitán estaba en lo que dicen que fue su único y último lugar, el timón.
El país se conmovió tanto como se alegró luego por la suerte del pasaje, casi en su totalidad argentinos. Lo que cambió definitivamente fue Ushuaia que, con 800 habitantes, en unas horas triplicó su población.
Por entonces, esta ciudad contaba con una sola posada, una iglesia, el penal, las instalaciones del puerto, de la Armada y el puñado de las casas de los habitantes. Todo sirvió para albergar a los náufragos. Hasta los presos del penal del fin del mundo ofrecieron la mitad de su ración diaria para que comieran los acomodados turistas, entre los que se encontraban varios apellidos conocidos de la sociedad porteña.
El Monte Cervantes era un buque de 160 metros de eslora y que hacía la ruta Hamburgo-Buenos Aires desde 1928. Diseñado para transporte de pasajeros, contaba con comodidades como los mejores de su clase. Poseía dos suntuosos comedores para 450 personas cada uno, el hall social con 200 sillas, el salón de fumar con 36 mesas y 160 butacas, biblioteca y sala de lectura.
Además, tenía un órgano orquesta, altoparlantes para la telefonía sin hilos, peluquería, lavadero eléctrico y taller de planchado.
En la historia novelada El tesoro del Monte Cervantes, escrita por Enrique Inda, se puede observar un facsímil con el menú que se les estaba ofreciendo a los pasajeros en aquel mediodía de enero: fiambres surtidos, pescado en escabeche, ensalada de papas, crema de apio en tazas, omelette portuguesa, milanesas antárticas, pancitos vieneses, queso, frutas y café.
Nadie pudo saborear lo que el jefe de cocina había previsto para la noche:empanadas criollas, asado de ternera con salsa de crema, pommes roties, espinaca con huevos y helados fueguinos.
El último parte de Dreyer indicaba:"Las tentativas de hacer zafar al Monte Cervantes no tuvieron éxito ni con la ayuda del Vicente Fidel López. Yo y mis oficiales continuamos a bordo". Al otro día llegó un radiotelegrama a Buenos Aires que decía: "Hay que lamentar la desaparición del comandante Dreyer, quien permaneció en el puente de mando hasta el hundimiento de su barco, sumergiéndose con él".
Durante años, la empresa Salvamar trabajó para reflotar el buque y 14 años después logro llevarlo hasta la superficie, pero cuando intentaron remolcarlo hacia la costa, la operación fracasó y el Monte Cervantes se fue a pique para siempre.
En el museo marítimo y, según cuentan, en muchas casas de viejos pobladores de Ushuaia, todavía se conservan objetos del barco como jarras de plata, envases y algunos fierros, como una de sus hélices de bronce, que está en el museo.
Gonzalo Yanzi, presidente de la Asociación Fueguina de Actividades Subacuáticas y Náuticas, quien participó del nuevo descubrimiento, resaltó la importancia de que todo quede como está:"Queremos que permanezca en el fondo del mar, que se lo declare como reserva natural de muchos peces y que cada elemento se declare intocable. Sacarlo sería como destruir un glaciar, y quitar sus objetos sería devastar una parte de la historia que hoy puede funcionar muy bien promoviendo el turismo subacuático en la región".
Todo se ve en el fondo
Los buzos cuentan que allí abajo todavía se pueden ver porrones de cerveza, envases de gaseosas, de ginger ale, botellas de vino, ropa, lámparas de bronce con sus tulipas de opalina, ceniceros y las dos chimeneas intactas.
El Monte Cervantes ya no será sólo el recuerdo con su nombre en una de las calles de Ushuaia. Ahora está identificado y, bajo el agua, no sólo guarda la historia de un salvamento exitoso. También, el recuerdo de una historia de nuestra sociedad, el misterio de su accidente y el alma de Theodor Dreyer, que quizá sea la suya propia.