Se apagó una voz amable, culta y popular
El conductor de exitosos ciclos de radio y televisión, que desde hacía varios años luchaba contra el cáncer, murió anoche a los 64 años
El conductor de radio y televisión Juan Alberto Badía murió hoy a las 0.15 debido a las complicaciones derivadas de un cáncer de mediastino que padeció en los últimos años, informaron allegados y familiares. Badía había sido internado el lunes en el Hospital Universitario Austral de Pilar. Su cuadro se había agravado por una neumonía. La última aparición pública ocurrió semanas atrás, cuando fue homenajeado durante la entrega de los premios Martín Fierro.
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Fuesen grandes o pequeños, todos los proyectos a los que Juan Alberto Badía impuso su sello encontraron sin esfuerzo el reconocimiento de sus pares, el sincero respaldo de sus destinatarios y la admiración de un público amplio que vive esta pérdida como la de un ser muy cercano y entrañable. Nunca dejó de reconocerse en él una admirable destreza para explorar nuevos caminos sin renegar del clasicismo y esa impronta de animador tradicional con la que siempre se identificó. Tal vez por eso obtuvo el aplauso de varias generaciones. A todas ellas llegaba su mensaje.
Lejos de acompañar modas y estilos fugaces, Badía quedará como el custodio ideal de una fórmula en la que podían convivir en equilibradas dosis la formalidad y el atrevimiento. La extensa y formidable vigencia que tuvo en los medios se explica, ante todo, por su talento para comprender a públicos muy disímiles, formados en etapas expuestas a cambios de enorme vértigo. Tenía la rara virtud de armar propuestas en las que todos esos públicos de variado gusto y múltiples exigencias podían confraternizar alrededor de la música (sobre todo), el humor y la actualidad.
El recorrido profesional de Badía, desde Flecha juventud hasta Estudio país, tuvo esa impronta. Creía en la radio como el medio ideal pero a la vez construyó en televisión propuestas que dejaron una marca indeleble, como Badía y Compañía. Podría decirse que Imagen de radio, otro ciclo de probado éxito, resume sus búsquedas, manías e inquietudes, porque se trataba de un programa con cuerpo televisivo y alma radiofónica.
Su destino profesional estaba marcado a fuego desde el origen. Había nacido el 29 de noviembre de 1947 en Ramos Mejía, en el seno de una familia presidida por Juan Ramón Badía, locutor y maestro de locutores. Allí, durante la infancia, la radio fue el eje de los divertimentos del futuro hacedor de grandes éxitos. Junto a su hermano, el pequeño Juan Alberto jugaba a hacer radio con elementos caseros que utilizaba para simular un "estudio" con micrófonos y todo. Con el tiempo esa semilla paterna no hizo más que germinar y, ya recibido y con carnet , inició su carrera como locutor en 1970 con una suplencia en Radio Antártida. Desde entonces hasta hoy no hubo emisora importante de la Argentina que no contara en algún momento con su aporte. A lo largo de ese recorrido, Badía innovó constantemente sin dejar de reconocer una identidad de estirpe clásica compartida con otros grandes locutores-animadores contemporáneos o mayores que él: Larrea, Fontana, Carrizo, Bravo, Mateyko.
En la radio dejó títulos imborrables. A Imagínate Flecha Juventud, por el que desfilaron algunas de las más grandes voces rockeras de la Argentina (Charly García, Vox Dei, Manal, Gieco, Porchetto) se sumaron, entre muchos otros, hitos como Ventil viento a favor, Piedra libre, A mi manera y la más reciente Una buena idea, título similar al de uno de sus éxitos televisivos, en los años 90.
En Imaginate?, vigente desde 1970 durante toda una década, también surgió otra de las grandes singularidades de la carrera de Badía: su ferviente beatlemanía. Allí y en sus futuras incursiones radiales y televisivas, hizo gala de una apasionada y recurrente pasión por narrar todos los días desde el micrófono la vida y la obra de los Fabulosos Cuatro, que lo llevó inclusive a escribir una novela, El día en que John Lennon vino a la Argentina . Tan fuerte resultó ese compromiso que dedicó mucho tiempo a adquirir y coleccionar artículos ligados a la historia beatle. Hizo muchos viajes y transmisiones desde Liverpool y guardó entre los recuerdos más valiosos de su vida la experiencia de haber conocido, en distintas circunstancias, a Paul McCartney y George Harrison.
Más allá de su indiscutida condición de hacedor de grandes éxitos radiales y televisivos, habrá que reconocerle a Badía también su condición de perspicaz descubridor de talentos y armador de equipos dentro de los cuales permitía el lucimiento de todos sus escuderos. En ese sentido, su máximo hallazgo resultó Marcelo Tinelli, que junto a Badía hizo sus primeras armas en el micrófono en la FM de Radio Rivadavia, a través de Piedra libre, en 1981. Tres años después, en los comienzos televisivos de Badía y compañía (un programa ómnibus notable para su tiempo), Tinelli era el movilero y asistente todo terreno que de a poco, bajo el paraguas de su gran mentor, iría forjando el estilo que más tarde lo consagró como el gran hombre fuerte de la TV argentina.
La música era, como en toda la trayectoria de Badía, columna vertebral de su ciclo más reconocido, Badía y Compañía. Allí, cada semana, los antológicos encuentros en clave de bolero entre Daniel Riolobos, Dany Martin, Chico Novarro y Roberto Yanés oficiaban como aperitivo de los "minirrecitales" en vivo de un sinnúmero de figuras locales e internacionales. De la mano de estas figuras, Badía fue el último gran defensor a ultranza de la música en vivo dentro de la programación de la TV abierta.
La primera etapa de Imagen de radio, también alumbrada en esa fructífera década del 80, resultó otra contundente muestra de la capacidad de Badía para ensamblar talentos y sacar en el conjunto lo mejor de cada uno. "Cuando pienso que integraban ese equipo Pepe Eliaschev, Enrique Wolff, Silvina Chediek, María Esther Sánchez, Adolfo Castelo, Luis Fuxan y Héctor Berra, y que los productores eran Claudio Villarruel y Bernarda Llorente, no lo puedo creer", recordaba ante LA NACION en 2003.
La experiencia no pudo ser mejor, por más que en su momento se la cuestionó por una supuesta hibridez: los climas radiales se recreaban allí ante los ojos del televidente presididos por la espléndida voz de Badía, jerarquizada todavía más dentro de ese entorno. Era su consagración definitiva en la pantalla grande, a pura innovación y con un medio tono deliberadamente buscado, en el siempre complicado y arduo mercado televisivo, al que había llegado muy joven, primero en ciclos dedicados al espectáculo y a la música joven (Los fabulosos 20) y más tarde en Sábado de todos, donde llevó adelante como conductor un recordado programa en tiempos de la Guerra de las Malvinas para recibir la cosecha de donaciones para el Fondo Patriótico. Allí recibió, entre otros tributos, la guitarra de Sandro, valiosos relojes de Susana Giménez y Niní Marshall y un mantón de Manila de Tania. Su prolífica labor televisiva conoció también desde experiencias ligadas a la solidaridad (Corazón, corazón; Dar es dar) hasta la conducción de los primeros debates del controvertido reality show Gran Hermano, exactamente una década atrás.
Más allá de esta presencia pública permanente ante las cámaras de TV y frente a los micrófonos radiales, Badía encaró con el mismo espíritu de meticulosa profesionalidad otros desafíos menos trascendentes para la gran vidriera mediática, como la conducción de las dos emisoras dependientes del gobierno porteño en 2003 y la gestión (en este caso por un lapso más prolongado) de dos radios locales con sendas cabeceras en San Carlos de Bariloche y Pinamar. Tanto elegía ponerle el cuerpo a estos emprendimientos que era habitual escucharlo conduciendo ciclos propios con el mismo estilo y la misma dedicación en la montaña o junto a la playa.
Como Badía había expresado muchas veces en los últimos años su deseo de concentrarse cada vez más en las experiencias radiofónicas más íntimas y familiares, muchos pensaron que su voluntario alejamiento, a fines de 2010, de Radio Del Plata (Una buena idea) y de Canal 7 (Estudio País) se debía a la intención de concentrar esfuerzos en sus dos emisoras regionales. Poco después comenzaron a trascender las verdaderas razones de ese forzado adiós: un tumor en el mediastino (una cavidad ubicada entre el esternón y la columna) y un obligado tratamiento que incluyó largas sesiones de quimioterapia.
Enfrentó el trance con admirable entereza y la misma disposición con la que encaró cada desafío de su aplaudida carrera. "Estoy en boxes, arreglando un poco las clavijas", confesó risueñamente al salir al aire en una ocasión, en medio de las complicaciones de la terapia. La fuerza de voluntad fue enorme, pero el implacable mal finalmente ganó la batalla.
Hasta el final mantuvo entero ese estilo de palabras cálidas, invariable buen gusto, respeto y admiración hacia el artista y el público que era su mejor capital y dejó como fruto postrero la conmovedora demostración que la comunidad radial y televisiva en pleno le brindó de pie y con ojos llenos de lágrimas en la última entrega de los premios Martín Fierro, vivida con todo el dolor y la profunda emoción de una despedida anticipada. Y también hasta el final llevó siempre a la práctica una de sus frases preferidas, que tomó de su admirado Luis Alberto Spinetta: "Yo sigo tocando mi canción".
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