Esta localidad que está en el partido de Colón, se autoproclamó la capital nacional del vermú
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SARASA, Provincia de Buenos Aires.– Sarasa tiene 70 habitantes, está en el Partido de Colón, en el norte de la provincia de Buenos Aires, y durante los años en la que se autoproclamó Capital Nacional del Vermut llegaron a entrar 500 personas para participar de un evento donde los mejores bartenders del país se aislaban en carpa y creaban tragos con hierbas y frutas del pueblo que luego subastaban en público donando lo recaudado a la escuela del pueblo.
“Acá estamos, dando batalla, el pueblo está reviviendo”, dice Fernando Cura, nacido y criado en Sarasa. En abril se hizo cargo del almacén Plus Ultra, antiguo club que se construyó en 1925 comprándosela a Doña María Picardo, legendaria propietaria que no quería deshacerse de este edificio que está a un costado de la escuela; un comprador lo quería como depósito de maquinaria agrícola.
“Me dijo: te lo doy si lo trabajás como boliche, me lo pagás como puedas –recuerda Cura–. Estoy haciéndole honor a mi palabra”, dice este descendiente de sirios, con profundos vínculos con La Angelita, localidad vecina donde la mayoría de sus habitantes son musulmanes.
“Volvió a ser el punto de encuentro del pueblo”, acuerda Cura. Él vive enfrente y es criador de cerdos, todos los embutidos y salazones que ofrece los hace él. Un proyecto lo desvela: este invierno hará jamón crudo con cerdos alimentados a bellota. El pueblo tiene una prodigiosa arboleda de robles. A Sarasa no le falta sombra. Está a 25 kilómetros de Colón, al norte de la provincia de Buenos Aires, con un acceso de 10 kilómetros por tierra. “No es fácil la vida acá, estamos aislados, pero resistimos”, dice Cura.
Una gran historia sobrevuela el pueblo y al almacén. En 2012 aquí se hizo el particular evento de aislar a especialistas en tragos. Durante tres años se hizo el encuentro que propuso a Sarasa como capital nacional del vermut. La idea fue de Matías Jurisich, primo de Fernando, también nacido en el pueblo. Es maestro vermutero, en la actualidad vive en Rosario y su vermut “Pichincha” salió elegido el mejor del mundo en el World Vermouth Awards 2023 en la categoría semi dulce, en Londres.
Una visita a su pueblo resultó una epifanía: entró al viejo almacén, lo vio rodeado de vegetación, las botellas viejas en las estanterías y las historias de los parroquianos que se reunían alrededor del mostrador para tomar un aperitivo y contar las novedades del pueblo. “Sabía que tenía que hacer algo”, recuerda Jurisich. Lo pensó. “Es fácil hacer un buen cocktail en la ciudad con todas las herramientas, pero qué tan creativo podes serlo en el medio del campo”, cuenta.
La dinámica del encuentro fue así: diez bartenders de los principales hoteles y casinos de la Argentina llegaron a Sarasa, armaron sus carpas y un día previo al evento debían caminar por el pueblo, hablar con los vecinos, visitar patios y olfatear hojas, flores y probar frutas. “Metimos 500 personas en un pueblo de 70″, recuerda Jurisich.
Cada uno recibía botellas de vermut y el desafío fue desarrollar un trago con todo elementos saraseños. La noche del evento cada uno defendía su creación y un martillero remataba el trago, lo persona que lo compraba debía dejar el dinero en una urna. Al final del remate esa urna se entregaba a las autoridades de la escuela.
“No se podía hacer choripán”, cuenta Cura, quien en ese entonces estaba a cargo de preparar sándwiches. Lomo, salame, jamón y queso; los productos, todos caseros, maridaban con los tragos. El pueblo vio entrar decenas de autos, visitantes de localidades vecinas y la natural tranquilidad se vio invadida por interesados en conocer qué habían hecho en el encierro voluntario el grupo de especialistas. “Tampoco se podía oír cumbia”, cuenta Cura. Una banda de jazz musicalizó la noche de Sarasa. En 2014 se hizo el último encuentro pero el título de la capitanía nacional nadie la reclamó.
“Queremos que la gente regrese al pueblo”, confiesa Cura. Sabe que el almacén y su vigencia son fundamentales para hacer realidad su sueño. “Nos quedamos los que ya no vamos a irnos”, afirma.
Una estación sin tren
El tren dejó de pasar en 1961, la red de telefonía celular olvidó a Sarasa y la escuela apenas tiene cinco alumnos. “Para nosotros es nuestro paraíso”, agrega Cura. Tiene tres hijos, todos fueron a este establecimiento educativo: los tres hoy están en la universidad. Su madre fue docente y le dio clases, su esposa también lo es y fue maestra de sus hijos. “La educación en los pueblos es mejor que la de la ciudad”, manifiesta.
“Nuestra vida es sencilla, es trabajar, escuchar la radio y venir al almacén”, cuenta Cura. Internet tienen los que pueden, que son pocos. El problema más grave son las lluvias, el camino de acceso queda intransitable, mal común de todos los pueblos de tierra adentro. Colón es la localidad más cercana, pero algunos no tienen auto. Un remis tiene un valor de $20.000. “Tocamos un piso y no sabemos qué puede pasar”, reconoce Cura.
La reapertura del almacén le está dando vida nuevamente con una apuesta fuerte a darle valor a la ceremonia de tomar el aperitivo. “Somos la capital nacional del Vermut”, enfatiza Cura.
El salón del almacén es amplio y al lado tiene una vieja cancha de pelota paleta que fue el origen de la recuperación de este espacio. Todos los fines de semana se acercan amantes de este deporte que es muy popular en el medio rural. La explicación de esta cancha es similar a la de todas. El dueño de estas tierras fue Juan Atucha: tenía 35.000 hectáreas y vendió tierras para que se establecieran tamberos, en su mayoría vascos, aficionados a la paleta. Para darles un lugar de esparcimiento construyó el club (hoy almacén) con la cancha.
Plus Ultra lo llamó. Él era piloto y fanático de la aviación. Fue un homenaje al hidroavión que en 1926, con tripulantes de la Aeronáutica Militar Española cruzó por primera vez el océano Atlántico, uniendo España con Buenos Aires. Otra de sus aficiones fueron los caballos y las carreras, crió animales que ganaron grandes premios. El pueblo comenzó a sufrir el éxodo de manera temprana, en la década del 60, y para los 90 ya se habían ido gran parte de sus habitantes.
“Pasé una infancia muy feliz, había una casa por manzana, podías hacer lo que querías”, recuerda Jurisich. Como todos, también fue a la escuela del pueblo. No había televisión, ni señales urbanas, en el almacén siempre estuvo el único teléfono público (hoy sigue estando allí), lo demás mucho no ha cambiado, la señal es nula en el pueblo. La reapertura del almacén los tiene a todos entusiasmados. “Tomar un vermú es un acto ceremonial, pero no protocolar”, define Jurisich.
“Es parte de la identidad nacional”, ratifica acerca de la importancia de esta ceremonia que en pocas semanas se ha recuperado en Sarasa. En los hilos del destino que operan en cada historia, al almacén le apareció un personaje que le abre un portal a los sentidos. “Todo lo que encuentro lo hago licor”, dice Alejandro Díaz, que llegó al pueblo hace algunos meses.
Con grandes conocimientos de licorería, se nutre de la botánica que tiene a mano para producir brebajes que no suelen verse, como licor de ortiga, de pepino, nuez pecan (al frente del almacén las cosecha), pétalos de rosas, naranja y chile jalapeño. “Vivo con lo natural, compro solo lo necesario”, dice Díaz. Cura le dio un lugar y atiende el almacén. Su idea es hacer una huerta y enseñar a producir alimentos sanos.
“El dinero no es lo más importante”, confiesa Díaz. Vivía en el conurbano y este renacimiento en la paz de Sarasa le cambió la vida. “Me siento un ser humano; en los pueblos todavía existe el contrato de palabra, la honestidad”, agrega.
El viejo almacén abre todos los días y quiere revalidar su título nacional. “Tenemos ganas de hacer un nuevo encuentro, hay magia en Sarasa”, determina Jurisich.
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