Saramago: "Desde que recibí el Nobel no pude volver a escribir"
En un almuerzo en la Recoleta habló de la estrecha relación que mantiene con sus lectores.
Afirma Saramago, mientras abre las manos en gesto de desconcierto, que no puede comprender por qué la gente le profesa tanto afecto. "En todas partes es igual. En Italia, en Alemania, en Brasil o en la Argentina, la gente se emociona y hasta llora a veces cuando me ve. No entiendo qué pasa", dice con indisimulada timidez.
Pero cuenta con indicios. Dice el Premio Nobel de Literatura 1998 que cierta vez firmaba ejemplares en una librería de una ciudad, que bien podría ser Buenos Aires, cuando una lectora, que apretaba un libro a su pecho, antes de extendérselo le preguntó: "¿Escribe usted siempre la verdad?" José Saramago respondió: "Muchas veces tuve que dejar de escribir porque no podía decir lo que pensaba. Pero siempre que escribo, digo la verdad". Sólo entonces la mujer aceptó el autógrafo.
Infinidad de semillas de otras historias semejantes habrán germinado, probablemente, al amparo del afecto prodigado por sus lectores mientras el autor firmaba ejemplares de su obra en la librería El Ateneo, la tarde desapacible anterior a su regreso a la isla de Lanzarote.
Con calidez, el exquisito autor de "El Evangelio según Jesucristo" (Alfaguara) agradeció una y otra vez. "Ellos me encuentran a mí, como yo los encuentro a ellos. Una señora de la Patagonia hizo 1320 kilómetros para llevarse una firma mía. ¿Cómo es posible?", pregunta el escritor, en un tono suave donde sesea la musicalidad del portugués y el rasgo español.
Detrás está la gente
Fue durante el almuerzo con La Nación y otros medios, cuando Saramago narró los aprestos de su público para hacerle manifiesto el amor que él inspira con su obra. Su generosidad se hace presente una vez más, un mediodía lluvioso, en un animado restaurante de la Recoleta que Saramago recuerda de algún otro viaje a Buenos Aires. Y es que, solitario como se asume, los encuentros animados no le apetecen. "Mis alegrías son siempre sobrias. No me molesta la alegría de los otros, pero yo no puedo compartirla", ha reconocido alguna vez con naturalidad.
El cariño recibido a lo largo de su breve estadía en la Argentina le ha colmado el corazón, desde donde habla, siente, se desgarra y escribe. Sereno y risueño, Saramago cuenta que se lleva gran cantidad de cartas de sus lectores locales.
"Hay que tener mucho coraje para escribir como usted lo hace". "Verlo es lo más emocionante que me ha pasado". "Estoy seguro de que su obra y su pensamiento le hacen mucho bien a la humanidad". "Le pido que escriba sobre la esperanza". "Cuando estábamos dejando de creer, llegó usted y nos devolvió la esperanza para hablarles a nuestros hijos". Son apenas un puñado de expresiones que trasuntan un afecto genuino que el escritor corresponde conmovido.
Durante las tres horas que firmó ejemplares en la librería de Florida y Corrientes se vendieron 338 novelas suyas. Sólo "El Evangelio..." vendió 90 volúmenes.
Sus lectores, a quienes él define como personas y no fans , se ingenian para alcanzar su puerta, muchas veces sin aviso.
"Trato de protegerme un poco, pero a veces se aparecen en mi casa en Lanzarote. Pilar, mi mujer, los recibe. Se toman un café. Algunas veces los hemos invitado a comer. Por lo general estoy trabajando en mi escritorio. Cuando termino, bajo a conversar un momento", cuenta.
Hasta su casa llegó, hace poco tiempo, una pareja judía. "El vivía en Israel y ella en Suiza. Y se habían hecho 1300 kilómetros en avión para venir a discutir conmigo sobre Dios -cuenta el autor-. Le dije a Pilar: ¿pero estamos todos locos?".
Ni el presidente del Banco Central de la Argentina, Pedro Pou, pudo resistir la tentación de probarse el traje de aprendiz de escritor durante la permanencia del escritor en nuestro país.
Cuenta Saramago: "Me envió al hotel la copia de un documento con caligrafía antigua donde se leía una serie de operaciones bancarias de 1932, entre Fernando Pessoa, Ricardo Reis (uno de los seudónimos de Pessoa) y Herbet Quain (personaje de Borges en Ficciones ). Era un montaje, pero este señor me invitaba a ver el original. Al leerlo pensé: Este país es de locos . Tal vez no todo esté perdido. Si el señor Pou es presidente del Banco Central, supongo que la Argentina tendrá muchas posibilidades".
Lo que vendrá
Mientras degusta unas costillas de cerdo con puré de manzana en lenta ceremonia, se le observa exhausto. En la Argentina tuvo una actividad maratónica. Sólo le quedó resto para encontrarse con dos amigos: los escritores Ernesto Sabato y Abelardo Castillo. No le atraen las reuniones armadas con colegas, porque "es todo artificial y falso. Los encuentros tienen que salir en forma espontánea".
En octubre del año último, entre los sonidos y los olores reconocibles de Lanzarote, Saramago comenzó su nueva novela, "La cueva", donde habla de su tiempo. Pero los compromisos y los viajes a lo ancho del mundo le han impedido crear una sola línea desde entonces. "Espero terminarla para fin de año. Ya veremos, porque desde que recibí el Nobel no he podido volver a escribir", comenta.
Sostiene Saramago: "No escribo durante los viajes. Sólo puedo hacerlo en Lanzarote, mientras escucho el ladrido de los perros (Pepe, Camoens y Greta) y percibo los sonidos de la casa", cuenta.
De regreso a su intimidad, sólo descansará una semana y partirá hacia Mozambique y Angola. Su agitado año aún no concluye. Le esperan dos viajes a Alemania, dos a Italia, uno a los Estados Unidos, otro a España y uno más a Francia.
No obstante, él no resigna su deseo de recibir, en su casa, el año 2000 y, el año próximo, el tercer milenio. Pero no es este asunto el que le preocupa.
Porque como sostiene Saramago: "El problema no es que acabe un siglo, sino que está acabando una civilización. Está claro que hemos llegado al final de una civilización. Somos los últimos de una forma de vivir, de entender el mundo, las relaciones humanas, los últimos engranajes de una civilización que se va. Todo se está convirtiendo en otra cosa. Pero, con honestidad, no sé en qué cosa. Tengo la conciencia de que no pertenezco a ese tiempo".
Breve historia
José Saramago nació el 16 de noviembre de 1922 en Azinhaga, una aldea de Portugal.
Hijo de una familia muy pobre, interrumpió sus estudios secundarios y asistió a una escuela técnica, donde aprendió el oficio de cerrajero. Su formación literaria comenzó en las bibliotecas públicas.
Los títulos más exitosos de su obra, definida por un estilo exquisito y personal, son: Memorial del Convento (1982); El año de la muerte de Ricardo Reis (1984); La balsa de piedra (1986); Historia del cerco de Lisboa (1989) El Evangelio según Jesucristo (1991); Ensayo sobre la ceguera (1995) y Todos los nombres (1997). En octubre de 1998 obtuvo el Nobel de Literatura.
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