Sara Rietti: protagonista de tiempos fundacionales de la ciencia local
Tenía una figura pequeña, menuda. Pero bastaba cruzar un par de palabras con ella para comprender rápidamente que esa aparente fragilidad iba acompañada de un espíritu irreductible.
El domingo pasado, a los 86 años, esa llama que alumbró momentos fundacionales y muchas veces difíciles del sistema científico nacional finalmente se apagó.
Hija de inmigrantes (su papá, ucraniano, y su mamá, polaca), Sara Rietti fue la primera química nuclear graduada en el país. Al terminar la secundaria, y al parecer por consejo paterno, optó por la química a pesar de que también la atraían las ciencias humanas. Mientras estudiaba en la antigua Facultad de Ciencias Exactas de la calle Perú, conoció al que sería su marido y el padre de sus tres hijos, el ingeniero Víctor Rietti.
Sara se graduó de licenciada en 1954 con una tesis sobre los "boranos", compuestos utilizados en la industria aeroespacial, y se doctoró en 1963. A lo largo de varias décadas se comprometió con la política científica siguiendo las ideas de Oscar Varsavsky.
"Ella militaba en el Centro de Estudiantes de Química y yo, en el de Ingeniería", recuerda Jorge Albertoni, ex presidente del INTI, a quien lo unió una cálida amistad durante 70 años.
Considerada un emblema de la edad de oro de la universidad pública, Rietti estaba en el consejo directivo de la Facultad de Exactas junto a otras 200 personas cuando, por orden del presidente de facto Onganía, irrumpió la policía en lo que se llamó La Noche de los Bastones Largos. Fue amenazada, pero decidió permanecer en el país y desde aquí ayudó a decenas de científicos que se exiliaron en Chile, Brasil y Venezuela.
Después de 1983, con el retorno de la democracia, Manuel Sadosky la nombró jefa de Gabinete de la Secretaría de Ciencia y Tecnología durante el gobierno de Raúl Alfonsín. En esos días, fue una de las responsables de gestionar el regreso al país de César Milstein. Su pedido de apoyo a la ciencia local logró que el científico volviera, desde entonces, todos los años.
En 1994 se convirtió en coordinadora académica del posgrado Política y Gestión de la Ciencia y la Tecnología de la UBA y docente asesora del rectorado de la misma casa de estudios.
Además, trabajó en el Centro Editor de América Latina como directora de la Colección Científica entre 1967 y 1969, e integró su directorio entre 1972 y 1992.
En 2011, la Universidad Nacional de Rosario le concedió el doctorado honoris causa en reconocimiento a su extensa trayectoria.
"En 1973, fue mi mano derecha como lo había sido de Varsavsky -recuerda Albertoni-. En esas épocas, el INTI padecía un machismo que mantenía a las mujeres bajo una especie de dictadura de la presidencia, y Sarita hizo mucho para revertirlo. Trabajó también intensamente en los problemas de género y participó en la lucha por los derechos humanos. Era brava en la defensa de sus ideas, pero no en lo personal. En el hogar de Sarita y Víctor [uno de los pioneros que desarrollaron acrílico en el país, incluso para aplicaciones artísticas] se vivieron con intensidad lo científico, lo tecnológico y lo social." Se apagó su llama, pero quedan sus huellas.
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