Alberto Fernández le clavó el visto. Solo ante la insistencia le explicó que en breve leería lo que había recibido por mail y le daría una devolución. Fernández tenía la cabeza en otra cosa y Cafiero lo notaba. A esa altura, mediando mayo de 2019, se conocían bien pese a la brecha de 20 años. Por aquellos días Fernández tenía 60 y Cafiero, 39, y acumulaban casi un año de militancia a tiempo completo. En las charlas diarias dentro del equipo y con intendentes, gobernadores, legisladores, punteros, vecinos y comerciantes repetían un estribillo en loop: amplitud opositora hasta que duela, con el objetivo central de ganarle a Mauricio Macri. Incluso tenían casi terminado un libro a cuatro manos bajo esa premisa. Lo habían titulado "Diálogos con el Grupo Callao".
El bar Los Galgos, en Callao y Lavalle, era la base operativa de ese colectivo integrado por unos veinte militantes sub-45. Con ese nombre, carente de guiños ideológicos y controversias históricas, el referente del Grupo Callao era Fernández. Su líder, Santiago Cafiero. Además de la chapa del apellido y de su pinta de galán, el politólogo de la UBA exhibía un currículum ecléctico, pero alejado de los primeros planos de la dirigencia: concejal de San Isidro entre 2009 y 2013; funcionario del Ministerio de Economía nacional bajo la gestión de Felisa Miceli y también del gabinete bonaerense de Daniel Scioli, en Economía y Desarrollo Social. En marzo de 2016, tras la doble derrota de nación y provincia, había abierto una librería en el centro de San Isidro. Bautizada Punto de Encuentro, funcionaba como una unidad básica de charlas y presentaciones.
Si les preguntaban en confianza, los politólogos, economistas, abogados y sociólogos del Grupo Callao postulaban a Fernández para la presidencia. Pero se trataba de un lance testimonial. La mera enunciación de ese apellido funcionaba como prenda de paz en favor de una unidad generosa. Fernández no tenía chances reales. El miércoles 15 de mayo de 2019 a la noche, Santiago le había preguntado a Alberto si había leído los avances en el libro compartido que le había mandado. Todavía no tenía respuesta. Jueves, nada. Así que el viernes volvió a la carga. El ex jefe de Gabinete tampoco le había confirmado su presencia en un asado ese mediodía en Lomas de Zamora. Los esperaba el intendente Martín Insaurralde, anotado para competir por la gobernación bonaerense, y asistirían otros diez intendentes del conurbano más un invitado especial: el diputado Máximo Kirchner.
Pero la atención de Fernández estaba en otro lugar. Dentro de su mente rebotaban escenarios y proyecciones de alto vuelo. "Sí, sí, después lo leo. Y hoy vamos. Venite a casa y salimos con mi auto", le contestó finalmente. Pasadas las 13, Cafiero y otro dirigente peronista fueron hasta el edificio River View de Puerto Madero. Se subieron al Toyota Corolla gris de Fernández y partieron rumbo al sur. Manejaba el dueño del auto. A su derecha, iba Santiago. El otro invitado, atrás. "Volvés conmigo, ¿no?", consultó por lo bajo el conductor. Cafiero asintió. "Después te cuento algo entonces", le anticipó, mientras la tercera persona hablaba por teléfono.
Cafiero no tenía idea de lo que le quería confesar. Tres horas más tarde, el misterio le fue develado. El miércoles anterior, Cristina Kirchner le había ofrecido ser candidato a presidente de una fórmula en la que ella sería vice. "No lo sabe nadie. Cristina lo anuncia mañana", le explicó mientras manejaba el Corolla gris por la avenida Pavón. "Yo estaba exultante. Casi chocamos", sonríe Cafiero.
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El jefe de Gabinete está sentado con las piernas cruzadas en un sillón individual de su oficina en la Casa Rosada. Viste camisa blanca, corbata celeste y pantalón negro. Son las 20.30 y su día está lejos de terminar. En algo más de una hora saldrá hacia la Quinta de Olivos para encontrarse con el Presidente. "El resultado estaba muy abierto. Todavía había que construir una candidatura, armar una campaña. Había mucho laburo por hacer. Mi expectativa individual era ganarle a Macri. Casi que no había otra. Y para Alberto, también. Durante 2018, si le preguntabas te decía esto: ‘¿Un lugar para vos? No sé, no importa’", recuerda Cafiero, que en más de dos horas de entrevista apenas toma unos sorbos de agua mineral y en ningún momento pierde la calma o se muestra estresado. Tampoco inseguro, aunque admite que a veces tiene temores por la responsabilidad del cargo: "No sentir temores me parecería de una autosuficiencia impostada".
De los primeros seis meses de frenética gestión, tres fueron pandémicos [esta entrevista se realizó a comienzos de junio]. Quizás por ese ritmo, Cafiero no parece haberse apropiado plenamente de su despacho. La mudanza existencial ya fue concretada. La estética, todavía no. Se perciben detalles personales salpicados por acá y allá: un retrato de Evita; otro de Antonio Cafiero, sonriente junto a Perón; y uno de Santiago abrazando a Estela de Carlotto. Pero esas marcas quedan diluidas en la amplitud y la altura del salón en el primer piso de la Rosada con vista al Parque Colón. La oficina está casi tan despojada como el resto de la Casa Rosada. La cuarentena convirtió al edificio en un caserón señorial semiabandonado. Ahora es de noche y hace frío. Pasadas las 19 de este martes de principios de junio, la Plaza de Mayo quedó vacía y a oscuras. Unas pocas luces perdidas rebotan sobre la humedad acumulada en las baldosas de la plaza. Se escucha el eco de unos tacones apurados. Si Dario Argento quisiera filmar en Buenos Aires, este sería su escenario soñado.
"Cuando se dieron los brotes en Europa, sabíamos que vendría –dice Cafiero sobre el Covid-19–. En febrero arrancamos con las reuniones periódicas. Como era importado, tratamos de contenerlo. Cuando se multiplicaron los casos, tomamos medidas más fuertes, ya no tan focalizadas. A partir del 12 de marzo, cuando la OMS declara la pandemia, identificamos que había dos vectores muy rápidos de contagio: las clases y el transporte público. Entonces cortamos las clases, recomendamos licencias y redujimos al mínimo la administración pública. Fue como un aterrizaje hasta llegar al aislamiento del 20 de marzo".
La oficina de Cafiero está pegada a la del presidente. Ambas cuentan con entradas independientes, pero están conectadas por una discreta puerta interior. A mediados de marzo, la puerta de madera ya había sido amortizada por Alberto Fernández. El Presidente solía entrar y salir varias veces al día: tras anunciarse a la voz de "¡Santiago!", le seguía una consulta, una sugerencia, un reclamo o un enojo. En su irrupción a la oficina del jefe de Gabinete, que había sido la suya durante la presidencia de Néstor Kirchner, Fernández buscaba más: refrendar una decisión que estaba tomada de antemano. La omnipresencia del "Tío Alberto" funciona como una figura protectora para Cafiero. Pero también como una sombra limitante. El Presidente da conferencias de prensa, realiza off the record, tuitea jocoso a la madrugada y acepta reportajes a quien le insista lo suficiente. En paralelo, lee diarios en papel y en digital, escucha la radio compulsivamente y hace zapping por TV sin despegarse nunca de su smartphone. Por día, les manda a sus ministros cientos de mensajes de Whatsapp. Aunque no se lo proponga, le hace de airbag a su jefe de Gabinete. "Le toca un lugar al que sus antecesores le dieron un perfil muy alto. Alberto actuaba de forma casi paritaria con Néstor Kirchner. Sergio Massa representaba un rol de cintura y equilibrio político que Cafiero no expresa. Y Aníbal Fernández era un perro de presa, muy lejos de lo que el Presidente ahora necesita", opina el sociólogo Gabriel Puricelli, coordinador del Laboratorio de Políticas Públicas.
El flequillo está un poco más largo que lo habitual. Antes de entregarse a la sesión de fotos (en la que al principio se muestra bastante duro), Cafiero trata de domesticar el jopo con la palma de la mano. Se lo alisa mientras se mira al espejo. Su esposa ya se ofreció a cortarle el pelo –gajes de la cuarentena– y él está a punto de ceder. Josefina Chávez es licenciada en Ciencias de la Comunicación. Se conocieron en un pasillo de la facultad de Sociales. Son pareja hace 18 años y tienen tres hijos varones de 13, 10 y 6 años. Su primera cita fue en La Barbarie, el bar en el que paraban todos los alumnos. "Fuimos a tomar algo. Después a bailar. Nos fuimos conociendo y anduvo bien. Era una linda damita de Concordia", revela Cafiero. Sin clausurar el tema, se lo nota algo incómodo cuando se le pregunta por su esposa. La cita a "El pibe de los astilleros" trafica dos datos: Josefina es entrerriana y a Cafiero le gustan Los Redondos. El jefe de Gabinete también escucha AC/DC, Pearl Jam y Los Piojos. En diciembre pasado, diez días después de haber asumido, vio a Ciro y los Persas en el Luna Park. La mano derecha del Presidente bailó y cantó junto a una multitud hace apenas siete meses. Pero un mes de 2020 equivale a un siglo del calendario gregoriano.
Al principio, era un merendero con apoyo escolar. Recién después del caos y la violencia de diciembre de 2001, se convirtió en una unidad básica. Cafiero eludió cualquier metáfora rebuscada. A sus 21 años, apeló al mayor hit del peronismo y la bautizó Unidad Básica Justicia Social. Estaba ubicada casi en la esquina de Neyer y Rolón, dentro de la Villa La Cava de San Isidro. Casi 20 años después, mientras el coronavirus se esparce por las 24 manzanas de ese barrio pobre de zona norte, el local sigue ahí. Es una casa sencilla de fachada lisa y blanca. Tiene una puerta de madera doble, tipo celosía. La ventana está enrejada. La vereda es de un cemento irregular y emparchado. Hay una rayuela dibujada en el piso, a medio metro de la entrada. Debajo de la ventana pintaron una bandera argentina, con el sol en el centro. Sobre la puerta hay un cartel con las siluetas de dos abrazos míticos. Ambos se inmortalizaron frente a una Plaza de Mayo atiborrada de militantes: el de Perón a Evita, conteniéndola tras el discurso del renunciamiento en 1951; y otro menos dramático y más festivo de Néstor a Cristina Kirchner. En el medio, una frase de Antonio Cafiero: "El que sueña solo, solo sueña. El que sueña con otros, hace historia".
El nieto del ex gobernador bonaerense hizo pie en esa villa de la mano de dos curas que vivían en La Cava, Aníbal Filippini y Jorge García Cuerva. En 2000, todavía no se los conocía como "curas villeros". Con su ayuda, Cafiero y un grupo de compañeros se instalaron en esa casita. El dueño les prestó el fondo del terreno para que sirvieran mate cocido y algo para picar a la tarde. "De entrada fue pura contención. Yo estudiaba Ciencia Política en la UBA. Pero nunca milité en la facultad, me gustaba más el territorio. Además veníamos del menemismo... Lo nuestro era el laburo territorial y de base. En lo electoral no nos comprometíamos demasiado", recuerda Cafiero.
El repaso sobre su biografía le cae como una pausa funcional en medio de la pandemia: durante más de una hora prácticamente no relojea el celular sobre la mesita de arrime de su despacho. Cursaba por las tardes en Sociales, en la sede de la UBA de Parque Centenario. A la mañana trabajaba para un estudio jurídico: recorría los tribunales de San Isidro consultando expedientes. Era un empleo fijo, pero part-time, compatible con el estudio y la militancia. Lo abandonaría un par de años más tarde por una pasantía en el Banco Bicentenario Argentina. En marzo de 2001, su papá, Juan Pablo, asumió como ministro de Desarrollo Social de Fernando de la Rúa. En 1990 había sido parte del Grupo de los Ocho junto a Germán Abdala, Darío Alessandro, Carlos "Chacho" Álvarez, Luis Brunati, Franco Caviglia, Moisés Fontela y José "Conde" Ramos, que en desacuerdo con las políticas neoliberales de Menem se alejaron del oficialismo y fundarían el Frente Grande y el Frepaso, hasta desembocar en La Alianza.
El papá de Santiago duró poco como ministro de Desarrollo Social. Renunció en octubre de 2001. El tío de Santiago y hermano de Juan Pablo, Mario Cafiero, también se había corrido del peronismo. En las legislativas de 2001, Mario fue candidato a diputado nacional bonaerense por el ARI, la fuerza liderada por Elisa Carrió. Pese a la chapa de ser un Cafiero, Santiago no heredó un capital político que le facilitara su subida al tren del poder. Su papá y su tío habían dilapidado gran parte de su prosapia al romper con el peronismo formal. Su abuelo Antonio también parecía condenado a ser un busto viviente: el del presidente frustrado que, de haber ganado la interna contra el caudillo riojano, habría elegido un camino más socialdemócrata. Antonio expresaba la potencia inofensiva de todo lo que podría haber sido. Así, cuando a Santiago le llegó el momento de protagonizar su propia historia, recibió menos de lo que el apellido suponía: una dosis de prestigio en abstracto, cargado de aires nostalgiosos. "La peleó de abajo. Aprendió de algunas derrotas y se fortaleció. Agachó la cabeza y siguió militando. Hizo su camino desde un distrito difícil. Quizás el más antiperonista del país. Pero Santiago siempre le puso el pecho", lo elogia su tío Mario, actual presidente del Instituto Nacional de Asociativismo y Economía Social.
Entre el 14 y el 17 de diciembre de 2001, Santiago Cafiero y sus compañeros participaron de la campaña organizada por el Frente Nacional contra la Pobreza. Se trató de una consulta popular, que promovía la creación de un seguro de desempleo, una asignación universal por hijo y un subsidio para jubilados sin cobertura. Más de 2.700.000 de personas votaron por el sí. Tras la caída de De la Rúa, le empezó a prestar más atención a la política macro. A partir de la asunción de Eduardo Duhalde, se le abría una ventana impensada: que la militancia dejara de ser un happening minimalista y territorial. Su papá se acercó al duhaldismo. Y Santiago sintió la necesidad de darle un nombre y cierta organicidad a su agrupación municipal: jugando con el clima de incertidumbre reinante, lo tituló Margen de Error.
En las presidenciales de 2003, esa mini-tribu fiscalizó para Néstor Kirchner en una escuela de San Isidro. Bajo el control de Margen de Error, el candidato apadrinado por Duhalde salió cuarto, detrás de Menem, Ricardo López Murphy y Adolfo Rodríguez Saá. Pero inesperadamente Kirchner superó a Elisa Carrió. "¡Un triunfo!", ironiza Cafiero. "Desde entonces, seguimos en ese mismo sector. Ese peronismo nos convocaba más", relata. Recién en 2004 se afilió al peronismo y compitió por la presidencia del PJ de San Isidro, su primer fogueo electoral. Tenía 25 años. Salió tercero, derrotado por Santiago Galmarini, ex senador provincial y actual director del Banco de la Provincia de Buenos Aires. "Sirvió para consolidar un grupo de corte generacional. Ahí empezamos a militar más fuerte", afirma Cafiero.
En 2007 intentó ir a una interna con Galmarini para pelearle la intendencia al eterno Gustavo Posse. No consiguió siquiera el primer paso. El hermano de Malena y cuñado de Sergio Massa terminó siendo el postulante peronista. Pese a la consagración presidencial de Cristina Kirchner, Galmarini salió cuarto en la puja por la intendencia. Al año siguiente, Cafiero se volvería a presentar contra Galmarini por la conducción del peronismo sanisidrense. Previamente, visitó al entonces jefe de Gabinete de Cristina. ¿Quién era? Sergio Massa. Buscaba garantías de prescindencia por parte de la Rosada. La reunión se concretó en la misma oficina que ahora ocupa Cafiero. Massa cumplió su palabra y finalmente Santiago se impuso sobre Galmarini. "Sergio me juró que no lo iba a ayudar. Yo tengo mis dudas, pero no importa porque igual le gané", comenta jocoso.
Con el envión de presidir el PJ local, en 2009 fue por una banca en el Concejo Deliberante. La boleta peronista salió tercera contra la de Posse, pero los 12 puntos obtenidos alcanzaron para meter dos concejales. Cafiero presidió durante cuatro años un bloque de dos integrantes. En 2010 pidió tratar sobre tablas un proyecto para apoyar el matrimonio igualitario que, al mismo tiempo, se debatía en el Congreso Nacional. Una jugada audaz. El influyente obispado de San Isidro queda a media cuadra del Concejo Deliberante. Cafiero fue el único de los 24 legisladores municipales en votar a favor. Ni su compañero de espacio lo acompañó.
En 2011, 2013 y 2015, se volvería a presentar como candidato a intendente, concejal y nuevamente intendente de San Isidro. Perdería sin falta en cada instancia. En compensación, sumó millas y cargos en la cocina de la gestión bonaerense. Durante la gobernación de Scioli fue director de Industria, Comercio y Minería, y después subsecretario. En el Ministerio de Desarrollo Social, ocupó dos Subsecretarías: la de Políticas Sociales y la de Modernización del Estado. "Fue una escuela muy interesante, que duró hasta diciembre de 2015. Ahí perdimos y yo me quería morir", admite. Golpeado por la derrota, se entregó a una suerte de exilio de la actividad política: en marzo de 2016 abrió una librería en el centro de San Isidro. Pero rápidamente el local, bautizado Punto de Encuentro, se convirtió en una unidad básica apenas disimulada.
"Los libros de Fernando Iglesias no estaban. Pero no por una cuestión de gusto literario, motivo por el que obviamente tampoco hubieran estado, sino por una cuestión de identidad. Vendía de todo. No solo libros de peronismo. Había ficción, mucha literatura latinoamericana y teníamos una muy buena biblioteca de izquierda. También sobre pensamiento nacional. Era bastante requerido porque en zona norte eso casi no existía. En 2016 y 2017 anduvo muy bien. Pero ya 2018 fue un muy mal año", reconstruye Cafiero.
A fines de 2017 pasó algo más. Tras el derrumbe estrepitoso de Florencio Randazzo en las legislativas de octubre, campaña en la que él había colaborado, publicó un libro sobre su abuelo, La independencia económica. El pensamiento de Antonio Cafiero . El ex gobernador bonaerense había muerto en 2014. Santiago lo escribió a partir de documentos que había encontrado en el caserón de su abuelo. Lo impactó especialmente un texto de 1949, cuando era agregado financiero de la embajada argentina en Estados Unidos, en el que desalentaba la posibilidad de que la Argentina se incorporara al FMI. "Los inconvenientes están contenidos en las obligaciones a que se someten los países que constituyen la institución", le sugería al presidente Perón.
Santiago se refiere a su abuelo con una mezcla de orgullo y cariño. "Fue hijo de un verdulero inmigrante y llegó a doctorarse en Economía. Debe haber pocos casos así", dice mientras se hamaca en el sillón de lino color crema de su oficina. La presentación del libro se realizó en Punto de Encuentro. Cafiero invitó a Alberto Fernández, que aceptó de inmediato. El nieto de Antonio identifica en esa juntada el kilómetro cero de lo que vendría: "Ese día hablamos sobre la necesidad de unidad. Le mencioné actores que me parecían relevantes y que no estaban integrados a ningún espacio. Entonces armamos el Grupo Callao. Una cosa llevó a la otra y él terminó hablando con Cristina en esos mismos términos. El desenlace es más conocido. Pero ahí empezó todo esto".
Después de Perón, la Triple A, Menem, Cristina, Néstor y Alberto, ¿el peronismo es algo definible?
Que en nombre del peronismo se hayan hecho cosas con las que uno no está de acuerdo no implica que se lo deba criminalizar. El peronismo tiene derrotas, pero son muchas más las victorias simbólicas, históricas, estéticas y éticas. Hay que entenderlo como un movimiento que llega a las entrañas del pueblo: genera empatía, rituales y hasta cuestiones de fe. Hoy visitás un barrio popular y está la figura de Evita. Y eso no está vacío. Es emoción y creencia pura, algo que ninguna fuerza política tiene.
¿Y es positiva esa faceta religiosa?
Creo que sí. Porque el pueblo no te regala nada. No tiene que ver con políticas de manipulación sino con políticas de materialidad. El peronismo ha hecho transformaciones, les ha dado a esos sectores la posibilidad de tener un trabajo, más derechos, una casa o acceso a lo que se les negaba. Cuatro años de Macri lo dejaron en evidencia.
¿Y el ciclo menemista cómo se explica?
Es el menos explicable. Aun así, fue el que terminó con el partido militar en la Argentina.
¿Le reconocés más méritos a Menem que a Macri?
Sí, pero no muchos. Algunos. Hizo las primeras universidades en el conurbano, derogó el servicio militar. Eso no implica que haya sido un gobierno exitoso. Yo estaba en la vereda de enfrente. Hubo un aumento brutal de la pobreza, la desocupación y la destrucción de pymes. Pero Macri fue peor, más entreguista. En cuatro años hizo un ciclo de endeudamiento mucho más profundo que el de la etapa neoliberal del menemismo.
¿Qué diría tu abuelo Antonio al verte militando el pañuelo verde?
Él sería celeste, sin duda. Igual, siempre fue muy democrático. Se bancó cualquier discusión. Tampoco estaba a favor del matrimonio igualitario y, sin embargo, se amoldó a los cambios de época.
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