La reserva es un pulmón verde en medio de una de las zonas más densamente pobladas del territorio bonaerense y con una superficie que equivale al doble del Central Park de Nueva York
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En un anfiteatro natural de ceibos, palos borrachos y algarrobos convive el silencio con la música de la vegetación que respira a un ritmo orgánico y sereno. De la tierra brota una multiplicidad colorida de hongos. Varios senderos se cubren de hojas, ramas secas y árboles caídos en los que crece el musgo. En el frío otoñal se siente un símil aire serrano que oxigena.
El bosque, en un tiempo antiguo un campo llano, fue plantado hace casi 200 años por una colonia escocesa que arribó al país. De los barcos descendieron inmigrantes forjados con el espíritu de la dendrolatría, el arte sacro de los druidas de adorar los árboles y la naturaleza. Un grupo, de los 220 escoceses que llegaron en la fragata “Symmetry of Scarborough”, se radicó en el municipio de Lomas de Zamora y echó raíces.
Añorando la tierra de la que partieron y con el sentimiento de replicar el bosque del ermitaño de las afueras de su Edimburgo natal, plantaron olmos y otras especies para forestar la zona. Trabajaron el suelo rural de su nuevo hogar, cosecharon y con los años impartieron su técnica hasta formar en la Argentina una verdadera escuela especializada en agronomía y cultivo.
Santa Catalina es un patrimonio histórico de 700 hectáreas, un corazón vegetal rodeado por el conurbano bonaerense. Es el sitio donde se graduó la primera camada de ingenieros agrónomos del país —y de toda América Latina—, y fue una de las semillas que germinaron en el modelo agroexportador argentino, aquel granero del mundo que por generaciones alimentó a cientos de naciones. El predio mantiene hasta la actualidad su función académica en la investigación de las ciencias agrarias, además de ser una barrera ecológica contra las inundaciones por su laguna y el humedal. La posible venta del lugar que pertenece a la Universidad de La Plata amenaza hoy su existencia.
“Este es un bosque centenario que fue implantado cuando llegaron los escoceses en 1825. Plantaron muchos olmos que eran los árboles del lugar de donde vinieron. También sembraron árboles maderables y hay especies de todo tipo. En una época fue jardín botánico y había mucho intercambio de especies y semillas con los jardines botánicos europeos. Hay muchas comadrejas, una variedad impresionante de aves y pájaros, liebres y lagartos overos”, dice Mónica Aulicino, directora del Instituto Fitotécnico Santa Catalina, durante una recorrida de LA NACION en el predio.
La mayor parte de Santa Catalina pertenece en la actualidad a la Universidad de La Plata y cuenta con el Instituto Fitotécnico, que depende de la facultad de Agronomía y se dedica a la investigación genética de las plantas. Allí hacen cultivos de experimentación, mejoramiento vegetal y cruzamientos con parientes silvestres de maíz. Tiene un jardín agrobotánico y un bosque de nueces de pecan que se usa para estudiar las enfermedades de sus árboles en la zona.
La entrada hacia el fitotécnico es una galería sinuosa de árboles que forma un arco natural. A pocos metros del edificio histórico hay diversos invernaderos antiguos que funcionan para la multiplicación de especies vegetales, como crasas, cactus y rosales. Dentro de Santa Catalina, además, hay un tambo y un haras para la cría de caballos que se avista a la distancia en la pradera por la torre de estilo inglés que señala su ubicación. También cuenta con una edificación que, en 1880, durante la presidencia de Julio Argentino Roca, pertenecía al regimiento de caballería. Las caballerizas son numerosas estructuras de ladrillo expuesto que mantienen su aspecto original, sirven como depósito para maquinaria agrícola, y residencia del personal de mantenimiento, investigadores y estudiantes. Todo el predio es un reflejo de la campiña británica.
El casco principal del edificio histórico del fitotécnico por dentro está acondicionado y en funcionamiento y sus salones, y biblioteca son utilizados con múltiples propósitos científicos. A pesar del tiempo transcurrido, el aula original que fue el punto de partida de los estudios rurales en el país, está en perfectas condiciones.
“Acá se recibieron los primeros ingenieros agrónomos y veterinarios en toda América Latina. Los estudios iniciaron en el año 1883; en el 82 se puso la piedra fundamental del edificio. Todo el predio está declarado reserva natural provincial. Hay una parte que es reserva municipal”, explica a LA NACION Bruno Cariglino, subdelegado de la Comisión Nacional de Monumentos por la provincia de Buenos Aires.
Cariglino destaca que el legado británico de Santa Catalina impactó en la economía del país al transformar la actividad del gaucho arriero en solitario, en la agricultura que se realizaba más en familia. El aula histórica es una sala que da al jardín, tiene cruces gaélicas que decoran su cielo raso, un cuadro de la fragata en la que arribaron los escoceses, y una placa que conmemora a la camada original de egresados. Sigue en funcionamiento y asisten alumnos de la Argentina y el exterior para cursos de posgrado y especializaciones en agronomía.
Aulicino explica que el bosque es también una reserva micológica única en América del Sur, con más de 300 clases de hongos y líquenes. “El bosque no se puede talar y la variedad de hongos que hay está censada”, dice la investigadora.
“Hay muchos hongos de repisa que crecen sobre los árboles y se alimentan de la madera putrefacta de los árboles caídos. Es muy importante conservarla porque ahí es donde se mantiene el sustrato. Crecieron variedades extrañas porque esta no era una zona de bosques hasta que llegaron los escoceses, pero la forestación generó un microclima que permitió que se reprodujera una enorme cantidad de hongos”. Los investigadores proyectan plantar además un nuevo bosque con especies autóctonas de la Argentina.
Hasta el 2020, Santa Catalina estaba abierta al público para visitas guiadas por el bosque, actividades escolares y universitarias, cursos agrícolas, prácticas profesionales y de medio ambiente.
“La pandemia cortó todo. El mayor problema fue que entraba mucha gente a robar o hacer fogatas. Se robaron todo, se llevaron la colección de cactus y crasas que teníamos. Con palas removieron el rosal y rompieron los invernaderos. Ahora estamos tratando de repararlos. También estamos tratando de recuperar el mantenimiento del bosque porque estuvimos dos años sin que la gente trabaje por la cuarentena. No pudimos cortar árboles que se cayeron y que se necesitan retirar con maquinaria pesada”, cuenta Aulicino. A raíz del vandalismo, se cerró el predio al público, aunque esperan retomar próximamente las actividades con las escuelas.
“Las 700 hectáreas de Santa Catalina se redujeron a 380 porque con los años se fueron vendiendo muchas tierras. Parte a Fabricaciones Militares, a Gas del Estado, se le vendió a la empresa de residuos Covelia la laguna que limita al campus de la Universidad de Lomas de Zamora, y se le dio una parte a la municipalidad. El futuro de los investigadores y del predio es incierto porque lamentablemente se votó en el Consejo académico de la facultad cerrar el instituto y vender parte del predio”, refiere Aulicino.
Dos semanas atrás, el Consejo directivo de la Facultad de Agronomía de la Universidad de La Plata votó un proyecto a favor de que se avance con la venta o permuta de Santa Catalina y sus inmuebles. En la asamblea, el decano de agronomía, Ricardo Andreau, señaló que “Santa Catalina no está puesta en el centro de atención de la facultad” y que se trata de una superficie “inabarcable e improtegible” y enumeró una serie de hechos delictivos que habrían sucedido como violaciones, asesinatos, venta de droga y casas intrusadas. El resultado de la asamblea se plasmó en un documento que entre los diversos motivos que alega, señala que “Santa Catalina está localizada en el ámbito del conurbano bonaerense dejando de constituir un área rural, lo que lo hace técnica y operativamente inapropiado para actividades académicas”. El predio es compartido por la facultad de Veterinaria, que debe dar también su aval para avanzar con la venta.
LA NACION intentó comunicarse por varias vías con Andreau, el decano de la facultad, pero no tuvo una respuesta.
Guillermo Bindon, de 68 años, es descendiente en su cuarta generación de británicos y conoce Santa Catalina desde que nació. El primero de su familia en llegar a la Argentina fue su bisabuelo que llegó de Inglaterra, de un pueblo a las afueras de Bristol. Era arquitecto y vino contratado para la construcción de Puerto Madero y se quedó a vivir en Lomas de Zamora. “Es una lástima cuando ves todo lo que hay y lo que había. Acá se recreaba lo mejor del mundo y con un proyecto de país. Conozco el lugar desde chico, eran comunes los picnics de los scouts y con las iglesias. Había un arroyo, donde antes te podías bañar”, cuenta Bindon a LA NACION.
“Mi papá se metía en el arroyo Matanza y se veía los pies porque era todo agua transparente y arena. En su época era normal venir a caballo al bosque de Lomas. Se metían en el agua cristalina, que nacía del ahora infesto arroyo que se desprende del Riachuelo acá a unos pocos kilómetros. En los últimos 30 años cambió Lomas de Zamora de un día para otro. Uno no está en contra del progreso, pero los cambios se realizan sin organización y no se hacen estudios de impacto ambiental. En Lomas de Zamora casi no quedan espacios verdes, y menos lugares tan únicos como Santa Catalina”, se lamenta.
Consultados por LA NACION sobre el conflicto, funcionarios de la municipalidad de Lomas de Zamora dijeron: “Se está trabajando desde el Ministerio de Ambiente de la Provincia en una estrategia conjunta con el Municipio, la UNLP y las organizaciones ambientalistas para llegar a una solución común y que los terrenos de Santa Catalina puedan funcionar como reserva natural”.
El predio está en las inmediaciones de la zona con la villa más densamente poblada de todo el conurbano bonaerense, en la que viven 7850 familias, que representan 24.021 personas, de acuerdo con el último censo de barrios populares realizado por el Registro Nacional de Barrios Populares (RENABAP).
El sector de pastizales, bosques y los cascos históricos de Santa Catalina están protegidos legalmente por tres declaratorias: Lugar Histórico Nacional, Patrimonio Histórico Municipal y Reserva Natural Provincial. El edificio principal del Instituto Fitotécnico fue la locación para la reciente producción de El Reino, la serie de Netflix protagonizada por Diego Peretti.
Para dimensionar el tamaño de la reserva, su superficie equivale al doble del tamaño del Central Park de Nueva York.
“Es un lugar vital para la comunidad lomense. Es un pulmón verde, que es tan necesario en las ciudades”, dice a LA NACION Alberto De Magistris, científico y titular de la ONG Pilmayqueñ. “Compensa la falta de espacios verdes en una zona tan densamente urbanizada. Lomas de Zamora sin Santa Catalina no alcanza a tener los metros de espacios verdes necesarios por persona. Es un patrimonio donde lo histórico y natural están trenzados. Bien implementado, el vecino estaría en contacto con la naturaleza sin irse lejos, a pocas cuadras de su casa. Toda reserva tiene que tener un plan de manejo, sobre qué se puede hacer y que no. Sus características le dan múltiples posibilidades, puede haber cabalgatas, paseos por el bosque, turismo regional y ecológico. Se podría hacer un safari fotográfico, actividades para la tercera edad y equinoterapia”.
De Magistris está a cargo del museo de Santa Catalina y refiere que del ecosistema también surgieron especies nuevas para la ciencia. Los especialistas están investigando un insecto que no está clasificado y surgió de allí. Se trata de un tipo de chinche de apenas un milímetro que todavía no está nombrada por los científicos.
La riqueza histórica del predio está también debajo de su suelo, donde abundan las reliquias. En una noche de tormenta, los vientos derribaron un árbol centenario y sus raíces quedaron expuestas. Entre la tierra enraizada los investigadores encontraron una botella de cerveza de Irlanda que data de hace más de 120 años.
“Y siguen apareciendo elementos de fines del siglo XIX y principios del XX por lo que estamos armando un equipo de paleontología de la región y arqueología urbana. El potencial del lugar es gigante. El tambo de cabras que depende de la facultad de veterinaria elabora dulce de leche y quesos. Hay una producción de 3500 huevos por semana que van a los comedores infantiles del municipio de Lomas de Zamora y queremos armar una huerta, pero todos los emprendimientos no pasan la fase de lo experimental porque siempre está la incertidumbre de lo que va a suceder con Santa Catalina”, relata el investigador.
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