El color rosado fuerte de sus paredes, el verde claro de ventanas y rejas, dos estatuas de perros que parecen reales en el ingreso principal, junto a un jardín con antiguo aljibe, enamoran a los turistas que se detienen frente a la quinta La Porteña, en el Casco Histórico de San Isidro.
"En este solar vivió y murió Luis Vernet, primer gobernador de Malvinas", dice una mayólica en el frente de la vivienda, hoy propiedad privada, y que forma parte de los imperdibles del circuito de residencias aristocráticas de la Ribera Norte. Si bien La Porteña está cerrada al público, la vista que ofrece desde la vereda permite imaginar cómo eran las casas coloniales y sus jardines durante el 1800.
La casaquinta está ubicada en Calle Belgrano 839 e integra el circuito turístico conocido como Paseo de Los Tres Ombúes, compuesto por calles adoquinadas y un mirador sobre una barranca frente al río, rodeado de casonas históricas como Los Ombúes, que pertenecía a los Beccar Varela y Los Naranjos, entre otras mansiones que aún se conservan en buen estado, dentro del área de preservación patrimonial declarado por la municipalidad.
La Porteña fue reconstruida en 1965, respetando un sector de la casa original de mediados del siglo XIX, momento en el cual allí vivió Luis Vernet, nombrado Comandante Político y Militar de las Islas Malvinas en 1829, quien venía realizando una intensa acción colonizadora en las islas.
La actual dueña de la residencia es Margarita Perkins de Anchorena, una defensora del patrimonio arquitectónico y paisajístico, quien convocó en los 60 a su amigo arquitecto Jorge Bustillo, hijo del célebre Alejandro Bustillo, para que reconstruyera la casa, de acuerdo al estilo que tenía en épocas de Vernet.
"Poco quedaba de la residencia original, sus descendientes la habían modificado, y era un mezcla de vivienda tipo chalet con un estilo racionalista. Bustillo se inspiró en la quinta Pueyrredón, actual Museo Pueyrredón, y lo plasmó en una obra lisa, a la cal, con molduras solo en el frente, sin balustrada, y con pigmentos naturales", cuenta a La Nación Ernestina Anchorena, hija de Margarita, durante una recorrida por la vivienda, que abrió sus puertas por primera vez, ya que los turistas pueden solo apreciarla desde la vereda.
"Nunca pensamos en poner un cerco que tape la vista del frente de la casa. A mamá le encanta que la gente pase y vea su jardín. Es compartir lo propio, es parte del patrimonio, y al mismo tiempo embellece el barrio", señala.
Pero la historia de La Porteña y de los Perkins de Anchorena se remonta a mucho más atrás, cuando Margarita llevaba a su padre enfermo desde el centro de Buenos Aires para ver el río en el mirador ubicado a metros de su casa. "Lo único que lo reconfortaba a mi abuelo era ver el horizonte, ya que había vivido toda su vida en el campo. Permanecían horas en silencio admirando este paisaje. Para mamá fue el último momento de contacto con su padre", agrega Anchorena, mientras abre los postigos de las ventanas de madera para apreciar con luz natural a decoración, totalmente de época.
Según la paisajista, años más tarde, Margarita vio un aviso que decía que se vendía una casa en el Paseo de los Tres Ombúes, e inmediatamente quiso comprarla, pero como no le alcanzaba el dinero para adquirir ni el 10 por ciento de la residencia, entonces vendió un departamento, y pidió plata prestada para comprar su casa soñada. "Fue un acto de locura, pero valió la pena", añade la hija.
Así fue como a lo largo de todos estos años la familia, que iba y venía del campo a San Isidro, se dedicó con esmero a conservar intacta la residencia, que cuenta con muebles de época, algunos de ellos heredados de los Marín, emparentados con los Anchorena. Dos galgos enanos raza whipped descansan inmutables sobre uno de los sillones del living, y al ingresar uno los podría llegar a confundir con una instalación.
Entre los detalles religiosos de la decoración se destaca una colección de santos paraguayos, y una vitrina un Niño Jesús del 1700, tan antiguo que incluso posee pelo natural. Data de cuando a las monjas de clausura, para aplacarles el deseo de ser madres, se les regalaba un Niño Jesús para que lo vistieran y lo adornaran con prendas bordadas en hilos de plata, como si fuera hijo de ellas.
También hay cuadros de Luis Adolfo Cordiviola, amigo y vecino de San Isidro, que plasmó en su obra las viejas esquinas, casonas y paisajes de la zona. Además, en la vitrina de un pequeño hall se destaca una colección de pequeños perros de porcelana. "Los Perkins eran 11 hermanos en total, 7 de ellas mujeres, y cada uno de ellos tenía su propia colección relacionada con algún objeto. "Mamá coleccionaba perritos, hay uno que está roto, fue porque durante una pelea se lo tiró a una de sus hermanas", recuerda Ernestina.
Su estudio está hoy ubicado en una habitación frente a un patio lateral, que originalmente agregó su madre para que su padre, el pampeano Alfredo Anchorena se pudiera reunir allí con amigos. La planta alta, con una terraza desde donde se ve el río, es hoy es un pequeño museo plagado de recuerdos. Antes era el lugar elegido para hacer tertulias.
UNA SUCESIÓN DE PATIOS COLONIALES
El exterior de la casa se caracteriza por tener una sucesión de patios para recorrer, diferentes lugares para estar al aire libre. Están adornados con antiguas coronas de cementerio hechas con flores de chapas, un enorme Cactus Quimil tucumano y una pequeña fuente de cerámicas españolas diseñada especialmente para que los zorzales se bañen o tomen agua.
También hay casuarinas que estaban en la casa cuando fue comprada y una pérgola para dar sombra en el jardín delantero junto a un pequeño patio, cuyo piso está hecho con antiguos ladrillos de la fábrica San Isidro. "Mamá es una artista, una mujer con talento, por eso quiso hacer un jardín compartimentado, como los antiguos jardines de San Isidro, lleno de detalles, como una magnolia de época y dos estatuas de perros en la entrada que junto al aljibe pertenecían a la casa que la familia Noel tenía en el Delta", explica la paisajista.
De ahí que colocara plantas de acuerdo al estilo de la casa: hortensias, camelias, damas de noche y buxus, que rodean las antiguas tinajas que se usaban para contener vino. Pero además rescató varios elementos que eran de la casa, como la reja del espacio destinado a los autos, que era el portón de los carruajes.
Pero la lucha por defender y conservar el patrimonio trascendió los muros de su casa, la Porteña. Margarita Perkins logró juntar a los vecinos para declarar como Casco Histórico a la parte más antigua de San Isidro, apoyó la creación de la Reserva del Bajo de San Isidro y logró salvar los Paraísos del Barrio Parque Aguirre y el centro de San Isidro en épocas de Perón. También preservó las Tipas de la Avenida del Libertador con la colaboración de chicos de secundaria.