Salvador “Pocholo” Zeinsteger: el profesor de golf de 76 años que les enseña a los famosos y se atrevió a criticar el swing de Carlos Menem
Como jugador profesional se codeó con grandes figuras del deporte, entre ellas Vicente “El Chino” Fernández; con los años, se dedicó a enseñar y conoció a todo tipo de personalidades; “Hoy tengo un millón de amigos”, celebra
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CARILÓ (Enviado especial).- A los 76 años, Salvador Zeinsteger sigue siendo un apasionado del golf. “Pocholo”, como le decían de chico, conoció el deporte cuando solo tenía 10 y empezó a practicarlo con palos improvisados en la puerta del colegio. En su juventud llegó a ser jugador profesional y como tal venció a grandes exponentes, entre ellos a su amigo Vicente “El Chino” Fernández, un hito que al día de hoy recuerda con gran alegría y humildad. Sin embargo, fue con el correr de los años que descubrió su vocación por la enseñanza y se volcó de lleno a ella.
Durante el año en San Isidro y en temporada en Cariló, entrenó a lo largo de las últimas cuatro décadas a todo tipo de personalidades: desde golfistas profesionales como Roberto De Vicenzo y Luis “Piri” Carbonetti hasta futbolistas como Marcelo “El Chelo” Delgado. También a numerosos actores e incluso a destacados políticos como Carlos Ruckauf y Carlos Menem, cuyo juego se atrevió a criticar para sorpresa del expresidente.
Como cada verano, “Pocholo” disfruta de una charla con amigos en el Cariló Golf Club cuando LA NACION llega a su encuentro. “Podemos hablar toda la tarde, si lo desean”, dice con una sonrisa dibujada en el rostro al comienzo de la charla. A continuación, un repaso por su trayectoria y sus mejores anécdotas.
-¿Cómo empezó su pasión por el golf?
En Buenos Aires. Yo nací el 26 de abril de 1945 en Santa Fe, pero por el trabajo de mi padre, que era martillero, nos vinimos para acá. De chico, como a los 10 años, comenzamos a jugar golf con mis compañeros del colegio. Doblábamos los caños de luz que en ese tiempo recién estaban poniendo en La Horqueta, donde yo vivo ahora, y jugábamos con los coquitos de los pinos frente a la escuela. Cuando el tiempo pasó, ya no podíamos hacerlo y decidimos hacernos caddies, llevando palos en el San Isidro Golf Club.
-¿Por qué la decisión de ser caddy?
En ese tiempo era un mal necesario, era la forma de poder jugar. ¿Qué pasaba? A los caddies se les permitía tener un día de juego a la semana: los lunes. También había una competición interna: el torneo de caddies. Con el paso del tiempo pude jugarlo y lo gané. Poco a poco, formamos un círculo de amistad entre todos nosotros y también empezamos a relacionarnos con jugadores con experiencia. Los acompañábamos, les marcábamos dónde caía la pelota y cuando ya estuvimos cancheros comenzamos a recomendarles con qué palos tirar. Así fuimos aprendiendo.
-¿Y cómo pasaste a ser jugador?
Después de ganar el campeonato de caddies se abrió una vacante a partir de que un profesional, el ya fallecido Osvaldo Manzini, se fue a trabajar a Perú. El presidente del club quería poner a un amigo de él, pero yo era amigo del capitán del equipo. Me acuerdo de que él dijo: “No, esto va por mérito” y por mis antecedentes me puso a mí como starter y aspirante a profesional. Ahí comenzó mi carrera.
-¿Cómo se desarrolla su carrera desde entonces?
A partir de ahí, me ayudaron con colectas para poder ir a jugar por el interior del país y empecé a competir. Por esos años me hice muy amigo Vicente “El Chino” Fernández, uno de los mejores profesionales argentinos, a quien tiempo después tuve la suerte de ganarle en Corrientes. Así que soy de Santa Fe, pero soy campeón correntino. Con él forjamos amistad cuando jugábamos interclubes de caddies. Él era de Hindu Club Golf, así que a veces jugábamos ahí y otras en San Isidro.
De todas maneras, no fue fácil empezar a competir, porque para jugar mis primeros campeonatos con el club necesitaba ser socio de la Asociación de Profesionales de Golf. Y la verdad es que tuve suerte, porque la gente de San Isidro me ayudó mucho. Es importante decir esto porque creo que en la vida hay que ser agradecido. Pienso que la persona que no lo es, no sirve. Gracias al apoyo del club, di examen en el año 70. Tuve que esperar ocho años desde el 62, cuando empecé como aspirante. No te hacían socio así nomás, había que demostrar y jugar, como en cualquier profesión. Hice la prueba con Juan Carlos Cabrera, el discípulo de Roberto De Vicenzo, otro gran amigo mío, y pasamos.
-¿Cuáles fueron sus máximos logros como profesional?
En 1972, cuando le gané al “Chino” en Corrientes por el torneo nacional. Fue tras la inauguración de la cancha de la provincia. Yo tenía un amigo que era el dueño de la Tipoití, la fábrica de hilados más importante de la Argentina. Se llamaba Eduardo Seferian y era el soltero más codiciado del país. Él fue quien me llevó a Corrientes, donde conseguí ese importante triunfo. En los años sucesivos continué compitiendo bastante bien, siempre parejito, y siempre en la Argentina. El “Chino” me quiso llevar al extranjero, pero nunca quise ir afuera. Soy bien argentino. Y con los años empecé a volcarme hacia el lado de la enseñanza. Con los chicos recuerdo que gané el torneo La Nación a comienzos de los 80.
-¿Y de qué forma se dio el giro entre el profesional y el profesor de golf?
Me propusieron serlo mientras todavía competía y acepté para probar. Me gustó. Cada vez empecé a dar más clases y en 1978 o 1979, cuando me trajeron a Pinamar porque hacía falta un profesor en la temporada, comencé a dedicarme de lleno a la enseñanza. Aquí me contrató Carlos Guerrero, quien era el dueño anterior de las canchas, que ya tenían el nombre de Cariló Golf Club. Enseñar para mí fue algo intuitivo. No solo me gustaba, sino que tenía facilidad para hacerlo. Tan así es que tengo tres campeones nacionales acá. Uno fue Miguel Ángel Prado. Después una chica, María Marta Abramoff, que me regaló la medalla de oro, un gesto que no cualquiera tiene. Y el tercero fue Ángel Rubén Monguzzi.
-¿Qué lo distingue como profesor?
Pienso que el hecho de que me guste tanto dar clases. También lo que aprendí de mi maestro, el uruguayo Rodolfo Sereda, quien me enseñó prácticamente todo. Era el swing más lindo de Sudamérica, su estilo era único y yo no lo copié, sino que aprendí de él. Al momento de enseñar creo que lo más importante es saber transmitir la sensación. El golf es sensación y es necesario saber transferir ese movimiento y ese estilo. Y a su vez, el ser profesor me permitió conocer a mucha gente buena y eso es importante. Yo creo que la persona si no es buena, no sirve; tengo ese concepto. El sol sale para todos, pero más para la gente buena.
-Y a lo largo de sus años como profesor, ¿a qué personalidades tuvo la posibilidad de entrenar?
A muchas. El principal fue el golfista Roberto De Vicenzo, con quien nos hicimos muy amigos. Venía a jugar los campeonatos a San Isidro y yo le decía: “¿Por qué me llamás a mí, Roberto? Están los primeros profesionales del club”. Y el me respondía: “Yo quiero que me mires vos, porque sabés mucho”. No me preguntes por qué, nunca lo supe. Con él nos hicimos muy amigos, hablábamos por teléfono todos los viernes. Tuvimos relación hasta el día de su muerte. Recuerdo que como profesor siempre le decía: “Roberto, sacá el palo derechito, así lo traés derechito”, porque para mí el swing tiene que ser como la persona: derecha.
Pero además les enseñé a muchos, como por ejemplo a los actores Martín Seefeld, a Gastón Sofriti y a Peter Lanzani cuando eran chicos, al músico César “Banana” Pueyrredón, al golfista Luis “Piri” Carbonetti y al futbolista “Chelo” Delgado, que juega torneos a nivel nacional y me pregunta: “¿Cuándo vas a venir a jugar conmigo?”. Yo siempre le digo: “¡Cuando los sapos críen cola! Porque ya no juego más, únicamente enseño”. También estuve con Orlando Marconi y Silvio Soldán en televisión en los años 80. Tenía un segmento donde daba clases. Tirábamos en una alfombra.
-¿A políticos les enseñó?
Claro. Entre otros, a Carlos Ruckauf y a Carlos Menem. Menem venía a jugar a San Isidro con Jorge De Luca, que era su profesor y a quien yo le había dado clases de chico. Recuerdo que un día Menem vio que yo lo estaba observando y me encaró. Me dijo: “¿Qué pasa maestro, no le gusta mi swing?”. Y yo le fui sincero: “Es horrible”, le respondí. Se sorprendió. Él era presidente en esa época. “¿Qué quiere, que le mienta? Yo no sé mentir”, le expliqué y le di un consejo. Le dije: “Mire, doctor, usted lo que tiene que hacer es acortar el swing, nada más. Hágalo más corto y esa es la solución. Dígale eso a Jorge y dígale que se lo dije yo”. Así lo hizo y mejoró. Lo recuerdo como un tipo sencillo, amable y deportista.
-¿Cómo vive su presente?
Hoy disfruto de enseñar, porque es mi vocación, y también de mis amigos. Mi mayor cosecha es que soy como Roberto Carlos, tengo un millón de amigos. Y eso no se compra. También tengo un programa de radio acá en la 104.3, que lo hago desde 1990. Es un ciclo de golf donde se pasan los últimos resultados y después hacemos el repaso internacional y local.
-Por último, ¿qué puede decir del golf actual en la Argentina?
Lo veo bien, lo que pasa es que la situación está muy difícil. El golf ya no es para todos como era antes. Se volvió un deporte de elite. No porque sean tan caros los palos, ni tampoco la enseñanza. De hecho, yo soy de los pocos que mantengo la tarifa desde el año pasado. Pero tenés el derecho de cancha y ahora ya no hay más caddies, lo que antes te permitía un acercamiento al deporte. Los hay, pero son pocos, porque la Asociación de Golf impuso el carrito, como en Estados Unidos. Entonces, la gente lleva el carro y se ahorra el caddy. Pero el caddy no va a morir nunca, porque es necesario. Si no, mirá los campeonatos.
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