Salió hace 6 meses. La historia del joven que recorre la Argentina a caballo
Partió el 7 septiembre de 2020 desde el Paraje El Chumbeado, partido de General Alvear (Buenos Aires) y ya llegó a Tierra del Fuego
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“No estamos cuidando a nuestro país, lo estamos olvidando”, afirma a un costado del camino en las afuera de Río Grande (Tierra del Fuego), Marcos Villamil, ingeniero agrónomo de 28 años.
Con esa preocupación en mente, hace seis meses tomó una decisión: conocer nuestro país a caballo y en soledad. “No me gusta que me digan cómo son las cosas: tengo que verlas y sentirlas”, sostiene. Luego de cabalgar más de 3.800 kilómetros concluye que tierra adentro se vive con un cambio menos y con otros valores. “No hay grietas”, confiesa.
El país que cabalga Marcos es el de la gauchada, alejado de ruidos urbanos y de personas. “Tengo docenas de historias de gente que me han ayudado en el camino”, afirma. Salió el 7 septiembre de 2020 desde el Paraje El Chumbeado, partido de General Alvear (Buenos Aires), aún en épocas de la cuarentena por el Covid. “Salvo algún policía”, nadie lo trató mal. “Viajo por los caminos de la soledad, si alguien me lo pide, tengo mis papeles en regla”, sostiene.
Antes de salir, sintió que tenía que despedirse de un ciclo en su vida. “Pinté todo el casco de la estancia familiar”, afirma. “Un tributo a mi bisabuelo, que la compró: me pude ir en paz”, acuerda Villamil. Los primeros días del viaje fueron de miedo, con todo el país confinado, los naturales silencios de los caminos de tierra lo llevaron a cruzar por parajes y campos bonaerenses que lo recibieron con las tranqueras abiertas. “Siempre estamos pensando en lo malo, debemos ver más las cosas buenas que hacemos como sociedad”, agrega. “Tierra adentro, he conocido los mejores hombres dispuestos a darte una mano como sea”, afirma. Claves de un país en calma.
En estos días está en Tierra del Fuego. “Prefiero cruzar de vuelta la cordillera que llenar tantos papeles en la aduana para llegar hasta la isla”, sostiene al referirse a la burocracia de ambos países para pasar. En territorio chileno tuvo que alquilar un flete, no podía cruzar el Estrecho de Magallanes a caballo en la balsa.
Idea
Su idea es llegar hasta Ushuaia y desde allí llevar los caballos en flete hasta Santa Rosa (La Pampa) para retomar el camino que dejó cuando se fue al sur. Subir cabalgando por Córdoba, Tucumán, Catamarca, Salta, Jujuy, Chaco, bajar por el litoral y regresar al punto de partida, en General Alvear. “Si sale todo bien, en diciembre habré terminado este viaje”, afirma.
¿De dónde nació la idea de cabalgar por el país? ¿Por qué su mirada es necesaria en estos tiempos? “El argentino está acostumbrado a que le digan cómo son las cosas, qué tiene que pensar: quise conocer todo mi país para verlo con mis propios ojos”, sostiene Villamil. Su relación con los caballos es temprana. En el campo familiar, aprendió a montar antes que a caminar.
“Todo comenzó cuando un tío me regaló un caballo”, recuerda. Lo fue a buscar a San Antonio de Areco, a 265 kilómetros de General Alvear. El tío le ofreció un flete. No lo quiso. “Lo voy a llevar andando”, le respondió. “Me dijo que estaba loco”, confiesa y se largó a la aventura. Fue su primer viaje a caballo. “La pasé muy mal”, recuerda. “Estuve cuatro días sin comer”, afirma.
En el camino perdió la billetera, y el celular, durmió a la intemperie. “No me podía comunicar con nadie, pero me sirvió”, sentencia. De aquella primera oportunidad vio nacer un impulso, que lo guió hasta la actualidad: “No puedo viajar de otra manera que no sea a caballo”, asegura.
Convenció a dos amigos para hacer un viaje de 1000 kilómetros por tierra bonaerense. En el 2015 lo hicieron. Entonces tuvieron éxito y la recorrida marcó un antes y después para Marcos. Todo ese universo rural de buenos modales, saludos, conversaciones, mates y asados compartidos penetró en su forma de ver las cosas. “Descubrí que la mejor manera de conocer nuestro país es a caballo”, afirma. Desde aquel año comenzó a diseñar los recorridos que lo llevarían a dónde se encuentra en la actualidad: lejos de su casa, a cielo abierto, con sus tres caballos más queridos.
Antes de comenzar “el viaje de su vida”, les comunicó la idea a los socios de sus dos emprendimientos. Uno, Fuego y Fierros, un catering de asados, y el otro Jornaderos, una red social que apunta a “disminuir la brecha entre escuelas rurales, la universidad y el campo”, vinculando jóvenes estudiantes que quieren trabajar y productores agropecuarios. “Entendieron y dejé todo arreglado con ellos”, afirma Villamil.
“Siempre tuve un vínculo especial con los caballos”, confiesa. Los tres caballos que lo acompañan, Guaira, Mora y Tordo, los domó y crió él. “Nos conocemos desde que son recién nacidos, la relación es directa y muy emocional”, determina. “Cuando estamos los cuatro en los caminos rurales, somos una familia”, asegura.
Inspiración
¿Por qué tres caballos y no dos? El viaje referencial fue el que hizo el suizo Aimé Félix Tschiffely con los legendarios caballos Gato y Mancha, y que significó acaso una de las mayores hazañas del siglo XX. Tschiffely salió desde Buenos Aires en 24 de abril de 1925 con dos caballos que le había regalado el estanciero Emilio Solanet, quien los había traído de una toldería tehuelche de Chubut, atravesó todo el continente americano y culminó su aventura el 20 de septiembre de 1928 en Nueva York.
La dinámica que eligió Marcos es singular y efectiva. Lleva uno montado, el otro va con toda la carga y el tercero, suelto. “Los voy rotando”, explica. “El caballo sabe que hoy es montado, mañana es carguero y al tercero va al ritmo que se le canta. Le hace muy bien a la psiquis”, agrega.
El punto de partida fue General Alvear, cruzó las sierras de Pigüé hasta los montes de caldenes pampeanos, penetró el salvaje valle de Río Negro y se pegó a la Cordillera de los Andes. Allí comenzó a bajar hasta cruzar el Estrecho de Magallanes y alcanzar uno de sus grandes objetivos: el fin del mundo, la Tierra del Fuego.
“Me guía el pasto y el agua”, afirma a la hora de proyectar sus caminos. “Se van haciendo mientras avanzo”, confirma. “El mapa es la gente, que me va diciendo por dónde me conviene ir”, agrega. Las estaciones son cruciales y determinan su viaje. “De nada me serviría llegar en invierno a Ushuaia”, explica.
Por día avanza un promedio de 35 kilómetros. Arranca a las 7.30 y para a las 16, no cansa para nada a sus caballos. A las 20 horas ya está durmiendo. “Muchas veces a la intemperie, me acuesto viendo las estrellas al lado de un fueguito”, relata. “Y ahí te das cuenta qué diferente sería la vida si nos detuviéramos un poco en mirar la naturaleza”, confiesa.
“No como mucho, sólo frutos secos durante la marcha y sí ceno”, explica. Alimentos deshidratados, fideos y asados que va aceptando en el camino. “Siempre te invitan, es ley”, acuerda. En Perito Moreno tuvo que ir a un supermercado. Vio un dulce de leche. “Moría por comprarlo, pero no quise, quiero volver a una vida más rústica”, afirma. “Controlar esos impulsos, son herramientas que tengo para seguir adelante”, sentencia.
Como todo viaje, hay momentos malos y buenos. Lo peor fue el cruce de los Andes para continuar camino al sur. Una de las yeguas tuvo stress. “Tuve que acampar en la nieve con los vientos más fuertes que sentí en mi vida”, recuerda. Lo mejor: cuando se le enfermó otra y un paisano de Santa Cruz la cuidó en su campo diez días y se la llevó, recorriendo un largo trecho hasta alcanzarlo.
Las conclusiones luego de seis meses de viajar a través del mapa de la soledad, son claras. “La televisión no te puede decir qué hacer, qué pensar: necesitamos pensar por nosotros mismos”, agrega. “Por todas partes veo gente gaucha, pero por su forma de ser, no de vestir”, afirma mientras se prepara para cabalgar por los ondulantes e inhóspitos caminos de la Tierra del Fuego.
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