Saint-Exupéry, el eterno insatisfecho que cautivó a todos
El aviador y escritor francés vivió en nuestro país entre octubre de 1929 y marzo de 1931
Si el misterio no se lo hubiera tragado un mediodía de verano en algún punto cercano al puerto de Marsella, en el sur de Francia, Antoine de Saint Exupéry, el papá de El Principito , cumpliría hoy cien años.
Había nacido en Lyon un día como hoy, pero de 1900. Tercero de cinco hermanos, Antoine tenía algo de tinte azul en su sangre. Su padre, del que quedó huérfano a los cuatro años, era un conde (aunque trabajaba en una compañía de seguros). Su madre, Marie Boyer de Fonscolombe, también provenía de una familia noble.
Suena bien para comenzar una historia. Pero lo cierto es que la de Antoine de Saint-Exupéry atrapa por muchos otros motivos. Primero, porque es difícil apagar el deseo de saber algo más acerca del personaje que fue capaz de imaginar al melancólico Principito . Segundo, porque además de haber sido el autor de uno de los libros más bellos jamás escritos, la propia vida de Saint-Exupéry fue una novela llena de aventuras. A los argentinos, además, nos hechiza especialmente, porque muchas de esas aventuras ocurrieron en nuestro país.
Un pionero en la Argentina
El corpulento aviador-poeta de nariz respingada vivió alrededor de un año y medio en Buenos Aires, entre 1929 y 1931 y fue uno de los pioneros en el transporte del correo aéreo.
Venía del Norte de Africa, donde durante algunos años había transportado bolsas de cartas, tarjetas y encomiendas sobre el desierto del Sahara, desafiando tempestades, tormentas de arena y caravanas de beduinos poco amistosos que -se decía- castraban a los pilotos en emergencia que lograban aterrizar entre las dunas.
Pero, ¿por qué vino aquí? Saint-Exupéry trabajaba para la Aeropostal, la primera línea aérea del mundo, cuya sede se ubicaba en Toulouse. Y la Aeropostal -el primordio de nuestra Aerolíneas Argentinas- no se andaba con chiquitas: la empresa, ya afianzada en el continente negro, se proponía ganar el mercado del transporte de correo por aire entre América del Sur, Africa y Europa, además de liderar ese mercado dentro del nuestro. Se necesitaban pilotos experimentados. Y Saint-Exupéry era uno.
Por eso, cuando en octubre de 1929 el escritor desembarcó en el puerto de Buenos Aires, se abrían rutas por todos lados, desde la Argentina hasta Venezuela. El aviador francés, que por sus hazañas se había ganado un bien remunerado puesto de oficina como jefe de Tráfico de la Aeropostal en nuestro país, no quiso quedarse sentado detrás de su escritorio. En parte, seguramente, porque no había lugar que le sentara más cómodo que el aire. Entonces, decidió poner su propio cuerpo al proyecto. Muchas de las líneas que conectaron Buenos Aires con la Patagonia fueron voladas por primera vez por él mismo en verdaderas proezas.
En tierra, por el contrario, Saint-Exupéry era un eterno insatisfecho. Detestó la vida del desierto, hasta que vino a la Argentina y sólo entonces las dunas del Sahara le parecieron el mejor lugar del mundo. Luego detestó nuestro país y, especialmente, Buenos Aires: "No se puede salir nunca de la ciudad -escribió, según cuenta su biógrafo Curtis Cate-. Afuera no hay más que campos cuadrados, sin árboles, con una barraca en el centro y un molino metálico." Sin embargo, años más tarde, tras la quiebra de la Aeropostal, reconoció que recordaba sus días en la Argentina entre los más felices de su vida.
Buena vida
A orillas del Plata, Saint-Exupéry -que entonces rondaba los 30 años y vivía en la calle Florida, en la Galería Güemes- se daba la gran vida. Su sueldo le alcanzaba para noche tras noche visitar cafés y cabarets, invitar a sus amigos y hacerles regalos a las muchas mujeres que lo rodearon aquí.
Es que los aviadores de aquellos tiempos estaban rodeados de un misticismo y una magia tan grande que aún hoy perdura entre los comandantes de grandes jets. Esa, claro, era la llave para asistir, por ejemplo, a encuentros de la sociedad porteña y, en el caso de Saint-Exupéry, para codearse con gente del ámbito de la cultura.
Y fue precisamente en uno de esos encuentros donde el piloto conoció a su futura esposa: Consuelo Gómez Carrillo, una viuda salvadoreña, descendiente de españoles, que estaba de visita en nuestro país con un grupo de intelectuales.
Se cuenta que Saint-Exupéry la invitó a volar y ella aceptó; era la primera vez que la mujer se subía a un avión. Ya en el aire, y luego de varias piruetas que la dejaron aterrorizada, Antoine le pidió a Consuelo que lo besara. "Le dije que en mi tierra sólo se besa al que se ama -relató la mujer a La Nación , durante una visita al país que realizó en 1968-. Me contestó que yo no lo quería besar porque pensaba que era feo y pelado... Me tragó entera hasta hoy, que sigo conversando con él". Aunque nunca se sabrá con exactitud qué ocurrió dentro de la cabina del viejo avión Laté 25, se dice que Consuelo regaló aquel primer beso bajo presión, cuando Antoine la amenazó con estrellar el avión contra el suelo si no lo hacía.
Cuando en 1931 Saint-Exupéry retornó a Europa, llevaba consigo una prometida y un libro -"Vuelo nocturno"- donde contaba sus experiencias en la Patagonia. Faltaba poco tiempo para que la muerte lo sorprendiera a bordo de su avión, el 31 de julio de 1944. Pero ese período de trece años, tiempo que para el común de los mortales puede parecer escaso, resultó notablemente fructífero. Fiel a su espíritu aventurero, lo nutrió de anécdotas y episodios que recorrieron el mundo.Además, por si fuera poco, escribió la cautivante historia de El Principito , su obra cumbre.
Homenajes
Distintos actos y festejos recordarán hoy al autor de "El Principito".
A las 15, saldrá un desfile desde el atelier del artista Carlos Regazzoni (Libertador y Cerrito) que llevará una escultura de Saint-Exupéry hasta la puerta de las Galerías Pacífico con el acompañamiento de la banda musical de la Fuerza Aérea. Y a las 18, en el Centro Cultural Borges (Viamonte y San Martín), chicos de escuelas bautizadas con el nombre de Saint-Exupéry participarán de una videoconferencia con sus pares franceses. Luego, distintos coros que llevan el nombre del aviador harán su homenaje y se entregarán premios.
En el hangar en Quilmes, donde se guarda uno de los aviones pilotados por el autor (en Otamendi y calle 75 de la Ribera) se podrá visitar hoy el artefacto, así como un globo aerostático. Además, el Correo Argentino lanzará una estampilla alusiva. La Alianza Francesa montó la obra de teatro "Saint-Exupéry y los 44 atardeceres" que recorrerá todo el país hasta septiembre.
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