Un monumento a Bartolomé Mitre, que irrumpe en tierras cercanas a Bahía Blanca, simboliza un sueño que comenzó en 1909
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La ruta 22 nace en la rotonda al pasar Bahía Blanca, al sur de la provincia de Buenos Aires, en el partido de Villarino, y distribuye los destinos hacia la Patagonia, la soledad pampeana y el alto valle rionegrino. Un puñado de pueblos bonaerenses la decoran, pero uno llama especialmente la atención. Desde el camino, se distingue una imponente estatua, en medio de la vegetación de la zona. Algunos conductores frenan. Pocos conocen el porqué de su ubicación y su origen.
La historia comenzó en 1909, cuando alguien soñó con crear un pueblo y llamarlo Mitre Ville, en honor al escritor y expresidente Bartolomé Mitre. El monumento es de él. “Las grietas políticas de aquel momento impidieron que se denominara así”, cuenta Mauro Houbey, nacido en esas tierras.
Mitre Ville nunca llegó a desarrollarse, pero queda su historia inconclusa en la memoria de los 60 habitantes de La Mascota, el pueblo que se ubica a un costado del monumento. “Se decía que acá se iba a fundar la segunda Mendoza”, afirma Laura Córdoba, una de las vecinas.
¿Cómo llegó la estatua de Bartolomé Mitre a esta solitaria tierra a 700 kilómetros de la Casa Rosada? La admiración y la obsesión fueron las claves. Cuando Julio A. Roca dio por terminada la Conquista del Desierto, grandes porciones de tierras quedaron liberadas y a la venta. El inglés Tomás Ronaldson adquirió una gran extensión. Visionario, pensó que esos campos serían apreciados por la alta sociedad de Bahía Blanca, ubicada a 40 kilómetros.
“Era un vergel”, afirma Córdoba. La napa de agua estaba a solo cuatro metros. La fertilidad de la tierra era inédita y prometía grandes rindes. En 1901, llegó el primer poblador, un italiano, y con él se abrió la puerta para pensar en grande. También en esa época entró en escena Ricardo Rosas, quien compró más tierras. Pero fue Ronaldson quien vio más allá. Para sentar las bases de un pueblo, envió a un joven apoderado de apenas 20 años, Mariano Ferro, gran admirador de Bartolomé Mitre.
“Ferro quería fundar un pueblo porque sentía que con el tiempo sería el sitio de veraneo de los ricos de Bahía Blanca, y pensó en algo que simbolizara el progreso de la nación: Mitre”, se lee en un diario de 1916. Mitre murió en 1906.
“La estatua la mando a hacer en 1908 y un tren especial salió de Buenos Aires para traerla e inaugurarla en 1909, invitando a toda la clase alta de la capital y de Bahía Blanca”, afirma Houbey. La soledad era absoluta en el páramo. La única confirmación de presencia humana la constituían la estación ferroviaria La Mascota, a metros del monumento, un par de casas y el plano catastral de una quimera y de un sueño: Mitre Ville.
La construcción de un sueño
“Mitre Ville está a 150 metros de la Estación La Mascota del F.C.S (Ferrocarril del Sud) y será la villa más bonita de los alrededores de Bahía Blanca, el `Adrogué' de esta región, por sus condiciones especiales para construir chalets y quintas de veraneo”, se puede leer en el diario El Censor, en una edición de 1910.
La energía de Ferro no tenía límites, ideó un plano con las calles del pueblo y les agregó nombres, algo poco común en aquel entonces. En el centro de esta ciudadela imaginó una plaza con el monumento a su máximo referente.
La inauguración del monumento fue todo un evento social en el desértico pero promisorio paraje. Hubo incluso una banda musical y algunas guirnaldas entre los curtidos árboles. Los lotes se comenzaron a vender con grandes publicidades. Mitre Ville, Ferro así lo dibujaba en su mente, sería el pueblo de la aristocracia. Había señales para creerlo. Adolfo Bullrich y Cia fue la empresa encargada de vender las tierras. La publicidad destacaba la fertilidad del lugar.
“Medio millón de vides plantada en el invierno pasado, sin poderse hallar seca una sola. Recuérdese lo que significa una hectárea de vid sobre riel y con un puerto al Atlántico cerca. La semilla de Alfalfa, que ya cotiza cerca de un peso el kilo. El Olivo, industria naciente, que promete dar fama mundial. El espárrago, producto nobilísimo como la frutilla. La papa, que debiera servir de alimento de nuestro ganado doméstico, y que nuestra incuria lo ha transformado artículo de lujo… ¡Si todo esto no excita la codicia de los hombres de trabajo!”, describía uno de los avisos de la época.
El sueño de Ferro se encontró con un duro adversario: Mr. Arthur Coleman, inglés, administrador del Ferrocarril del Sud, y quien tenía tierras allí. No sólo defendía los capitales de su país de origen, sino que tenía gran simpatía por Roca, quien había estado en la estación La Mascota en 1898. “No quería que el mitrismo tuviera lugar en la región, fue el gran obstáculo de Ferro”, narra Houbey. Llegó el momento de dirimir el nombre del pueblo y el joven idealista no pudo imponerse. “Coleman era fuerte en el lugar y Ferro se quedó sin chances”, completa Houbey.
Mitre Ville no se creó. Sin embargo, el monumento a Mitre jamás se movió. El pueblo tomó el nombre de la estación, La Mascota, pero no pudo desarrollarse como tal. Las vides debieron ser arrancadas, pues el entonces presidente, Agustín P. Justo en 1934, por medio de la Ley 12.137, prohibió que se comercialice vino que no fuera de la región cuyana y de provincias cordilleranas del norte. En La Mascota se plantaron eucaliptus, cuyas raíces necesitan mucha agua, y un ciclo de sequía complicó el panorama. Aquella “segunda Mendoza” se desertificó y sus tierras se volvieron secanas.
“Que no se difunda, pero La Mascota es un pueblo tranquilo”, expresa Yanina Mc Coubrey, una de sus habitantes. La estación de tren fue desmantelada y donde antes se hallaba el andén hoy crece el pastizal. Una vieja casa de chapa queda en pie, el correo. La escuela, que llegó a tener en la década del 50 y 60 hasta 100 alumnos, hoy está cerrada pero reconvertida en una sala de té y eventos. Los propios pobladores se hacen cargo. Es una buena señal. “En pandemia estuvimos abiertos y nos fue bien”, afirma Florencia González, también vecina. “En La Mascota todo lo hacemos juntos”, agrega Maximiliano Giambartolomei.
Los pocos habitantes de La Mascota tienen sus casas distanciadas entre sí. No hay orden vial y abundan las esquinas abandonadas. Pero existe belleza.
A lo lejos se ve un club. Fausto Funes es el habitante más antiguo, su casa es un museo muy peculiar compuesto por cientos de piezas halladas en la zona. Llaves, cartuchos de diferentes calibres, herramientas y una pistola al lado de una foto de Perón. Creó un muñeco en el hall de entrada muy similar a él. “Si me vienen a buscar, pueden charlar con el muñeco hasta que llegue”, asegura.
El movimiento de la ruta 22 no cesa. A tres kilómetros está Argerich y a cinco, Médanos, la capital del distrito. “La Mascota llegó a pelear ese lugar”, considera Laura.
En un extremo del caserío, rodeado por un perímetro de tamariscos y escoltado por eucaliptus, la estatua de Bartolomé Mitre no se inquieta. El tiempo parece no pasar para él. “Mucha gente se detiene para conocerla”, comenta Córdoba. El pueblo que no fue tiene una historia para contar.
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