Rosh Hashaná: la festividad judía que crece y ya fue adoptada por muchos fuera de la colectividad
Renata de Núñez tiene once años y este fin de semana les anunció a sus papás que el próximo domingo tiene programa en la casa de su amiga Tute Goldbar. El festejo de Rosh Hashaná, en la casa de la abuela de Tute. Como todos los años, la celebración del Año Nuevo judío las encuentra a Renata y a Tute, cocinando con la bobe. Hacen jalá, el tradicional pan del pueblo hebreo, preparan guefilte fish y después se sientan todos a la mesa a compartir el momento, y entonces llegan la manzana con miel, para desear un año dulce, el saludo de Shaná Tová y otras tradiciones que llevan 5779 años entre este pueblo y que Renata adoptó como propia. Como los festejos son hasta tarde, en general al día siguiente no va al colegio. Una falta que se justifica en el cuaderno porque es el año nuevo judío, como autoriza el calendario escolar.
María Freire y Santiago, los papás de Renata no son de la colectividad. Sin embargo, suelen salir a comer a alguno de los restaurantes de cocina judía que marchan a la vanguardia de los restaurantes de moda en Buenos Aires. Todos los meses aparece alguno nuevo, que hay que ir a conocer. Pastrami, borsch, varénikes... "De pronto, el dip en todos los restaurantes es hummus", resume Santiago.
Después de semejante paseo de sabores en la casa de Tute, Renata comenzó a pedirle a la madre que le hiciera alguno de esos platos. Pero los tutoriales de youtube que le mostró fueron insuficientes para replicar esas maravillas. La mamá optó por los deliveries de comida judía y encontró varios en la zona de Belgrano.
Además, ayer al mediodía participaron del Rosh Hasaná Urbano, un festival que atrae tanto a judíos como a porteños de cualquier religión. Más de 40.000 personas pasaron ayer por el festejo que se hizo en Palermo, en Austria y avenida del Libertador. Entre las 11 y las 18, miles de personas se acercaron para participar de talleres, en los que se proponía desde aprender a hacer jalá sin gluten, hasta a armar y hacer sonar el shofar, el cuerno de cabra tradicional que se ejecuta al comienzo de la festividad.
"Más de la mitad de la gente que viene a nuestros festejos no pertenece a la colectividad. Y eso nos pone muy contentos. Creemos que cuando nosotros nos abrimos a la comunidad, la comunidad responde con brazos abiertos. Por muchos años la identidad judía se vivió como algo muy de puertas adentro, algo que sólo era para nosotros. Por temor a la discriminación o después de los atentados que sufrimos, la comunidad se cerró bastante. Afortunadamente estamos viviendo otra etapa. Y tenemos un gancho muy poderoso que es la comida. Pastón con pepinos, hummus, knishes… ¿quién puede resistirse?", dice Fernando Rubín, director de Limud Argentina, los organizadores del festejo urbano.
La bobe nunca tuvo mejor prensa que ahora, bromea. Es su manera de sintetizar la tendencia que marca que, desde hace algún tiempo distintos elementos de la cultura judía se pusieron de moda. Obviamente, es una tendencia mundial que llega por influencia de Nueva York, donde desde hace algunos años se instaló el concepto de jewcy, una mezcla de "judío" y "jugoso", que se usa como sinónimo de orgullo judío, ya que hace más de una década, en la Gran Manzana, los elementos de la cultura judía se convirtieron en tendencia.
En Buenos Aires se está desarrollando un circuito similar, en el que las propuestas de consumo interno, atraen a toda la comunidad. Desde los restaurantes hasta los festivales o las propuestas de teatro. El stand up de Roberto Moldavsky, que inicialmente hacía reír a los miembros de la colectividad, hoy convoca a miles de porteños en el teatro Apolo y es nombrado por muchos como el humorista del momento.
"No somos sólo una religión. Somos un pueblo, una cultura, una identidad gastronómica. Quizás lo que generó una mayor apertura en el último tiempo es el judaísmo laico, que se aleja de las tradiciones religiosas pero no de la liturgia y que reconoce que hay muchas formas de ser judío, no una sola", asegura León Naidorf, de la comisión directiva de la organización Limud.
Una de las figuras del festival de ayer fue justamente el rabino laico Andy Faur, un argentino radicado en Israel. ¿Qué es un rabino laico? ¿No es una contradicción? Quien responde a la pregunta de LA NACION es Faur: "Es un guía espiritual del pueblo judío, que entiende que el judaísmo es la cultura, amplia y dinámica, del pueblo judío y no solo su religión. Nosotros planteamos una alternativa no religiosa de la cultura judía, desde una postura humanista, pluralista e incluyente. Está dirigida a aquellos judíos que se identifican con esta concepción del mundo, que son muchos. Son una gran parte de los judíos".
En el país hay unos 200.000 judíos y unos 60.000 que participan de las instituciones de la comunidad. "Significa que hay una buena parte de miembros que viven su judaísmo lejos de las instituciones. Hay una vida judía por fuera de las instituciones. Hace unos 30 años, los judíos en el país eran unos 350.000. Y el número fue bajando: un 40% menos. Lo que está en retroceso es el judaísmo religioso y en crecimiento, el judaísmo laico o cultural", detalla Rubín.
El mayor interés de la comunidad en general por las tradiciones judías, motivó a las autoridades de Limud a impulsar un relevamiento, durante el festejo de ayer. "Para esta edición nos propusimos hacer una encuesta, como parte de una investigación para entender por qué esta celebración atrae tanto a judíos como no", detalla Rubín. Los resultados estarán en unos meses.
De la mano del "orgullo judío", las bobes se convirtieron en un ícono entrañable. Aunque la realidad demográfica ahora apunte que el perfil de las bobes de hoy es el de una mujer profesional, que luchó por hacerse un lugar en un mundo de hombres y que como parte de una reinvindicación feminista se alejó de las tradiciones culinarias que ataron a sus madres a la cocina. En cambio, son las madres que hoy tienen unos 40 años y las hijas adolescentes quienes impulsan el boom de los cursos de cocina en las instituciones judías.
"La tradición de la gastronomía judía se salteó una generación", apunta Judy Berenstein, una de las voluntarias históricas de Limud y tiene una consultora de responsabilidad social empresaria. Así ocurrió con su hija Florencia y su mamá, Dora. Mientras que Judy, por muchos años se mantuvo alejada de la cocina, fue Dora quien le enseñó a Florencia a cocinar y es ella quien hoy se pone al frente de la preparación hogareña del Rosh Hashaná.
Los restaurantes de cocina judía marchan a la vanguardia hoy en las tendencias gastronómicas de Buenos Aires. Mishiguene se convirtió en una parada obligada en el circuito más exclusivo. Un menú degustación con vino y postre se paga 1550 pesos y el promedio del cubierto es 1200 pesos. Algunos lo llaman el sushi club de la comida judía. Y ofrece un paseo por las viejas tradiciones que trajeron las abuelas cuando se instalaron como inmigrantes. El restaurante llevó a la alta cocina las recetas de la bobe. Allí, Olga, la abuela del chef Tomás Kalika, es un ícono. La propuesta atrae tanto a miembros de la colectividad como no y ofrece una mesa del chef, emplazada en la cocina, como los más exclusivos restós de Nueva York.
También lideran la tendencia gastronómicas locales como Fayer y Hola Jacoba, en Thames y Costa Rica, donde el chef combina la cocina de sus dos abuelas para servir platos tradicionales, en una versión muy amigable para el paladar principiante. O Benaim, un gastropub sobre la calle Gorriti, que ofrece comida callejera judía y que es un imán para los millennials.
En el otro extremo, también liderando la tendencia, se inscribe Florentín, ubicado frente a Plaza Francia y al cementerio de Recoleta, y ofrece faláfel, kebabs y koftas, con el propósito unir a árabes y judíos a través de la comida que comparten. En formato de kiosco, con una ventana que se abre dentro de una fachada de metal blanco desplegada, Florentín ofrece sus exclusivas preparaciones para disfrutar al paso. Lleva el nombre de un barrio nuevo en Tel Aviv, Israel,
La influencia niuyorkina es evidente. Aunque el festival de Rosh Hashaná Urbano es menos newyorker y más villacrespeana. "Somos algo más que la versión palermitana del judaísmo. Si estamos de moda, bienvenido sea. Pero nos corremos de las modas, porque pasan", dice Naidorf. "Buscamos promover nuestra cultura, en relación a la comunidad local de la que somos parte y no copiar modelos extranjeros", asegura.