Rómulo Macció: retrato de un pintor intuitivo
1963, gran año para la nueva figuración: el artista hace Aquel hermano loco de Theo, que hoy convive en el Malba con otras obras de este movimiento
Pocos artistas logran atravesar la historia del arte argentino como lo hizo Rómulo Macció. Integró el grupo Siete Pintores Abstractos con Jorge de la Vega, Ernesto Deira y, fugazmente, Enrique Sobisch; Boa con artistas como Clorindo Testa y Rogelio Polesello; y en 1961, fundó el mítico Nueva Figuración junto con Luis Felipe Noé, Jorge de la Vega y el mismo Deira.
Bajo el lema: "Somos un conjunto de pintores que en nuestra libertad expresiva sentimos necesidad de incorporar la libertad de la figura", el grupo quebró la antítesis figuración-abstracción y recuperó la vitalidad de la pintura, inaugurando así la contemporaneidad en el arte argentino.
Recién en 2007, pudimos saldar en Malba una deuda pendiente con Macció gracias a la incorporación de la obra Aquel hermano loco de Theo (1963), que se sumó al acervo del museo y permitió reunir en la misma sala a los cuatro grandes referentes de la neofiguración local, junto a piezas clave como Pruebe de nuevo, de De la Vega, Los premios, de Deira, y Dos mujeres, de Luis Felipe Noé -de mi colección personal-, todas del año 1963, período de maduración del grupo y año en el que Macció representó a nuestro país en la Bienal de San Pablo.
En Aquel hermano... Macció evoca un universo de ideas e imágenes que conviven enmarañados y en forma anárquica con rostros que se superponen y desdoblan. A través de una paleta de colores primarios y fondos plenos, la obra transmite la fuerza y el gran temperamento del artista.
Macció fue un cosmopolita. De formación autodidacto e iniciado en el campo de las artes gráficas y la publicidad, jamás abandonó del todo su interés por el dibujo y la figuración. Viajó mucho y vivió en Nueva York, Londres, Madrid y París, ciudades que de algún modo fue incluyendo en sus pinturas. Fue más bien reacio a la teoría y a la crítica de las artes visuales; confiaba más en la intuición y en la emoción estética, que lo guiaron desde temprano en su carrera. Amante de la pintura, las artes visuales se sujetaban a sus límites. No había nada más allá de la pintura.
Aunque quienes lo conocieron más aseguran que era de pocas palabras, tímido hasta el punto de rehuir las escenas sociales y su ruido, todos reconocen su especial sentido del humor y su gusto por la vida. No la dejó pronto -estaba por cumplir 85 años cuando falleció, en marzo de este año-, pero la vivacidad de sus trabajos nos hace sentir especialmente su partida. Su obra nos acompañará siempre, desde un lugar excepcional en la historia de la pintura argentina.
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