Rodolfo Terragno: "El conformismo educativo, la idea de que la escuela debe contener, me parece un peligro"
Hace 30 años Rodolfo Terragno publicó LaArgentina del Siglo 21 y anticipó los modelos de éxito de las naciones más desarrolladas de la actualidad. Raúl Alfonsín dijo, en su momento, que ése era su libro de cabecera, y convenció al autor, que no era radical, de sumarse a su gobierno. Hoy alejado de la actividad política, Terragno recuerda entrañablemente al ex presidente y admite que su propia experiencia con la Alianza fue "no positiva".
Sin embargo, su visión de la Argentina no ha cambiado. Asegura que con una educación de calidad, apostando a la alta tecnología y las ciencias básicas, con inversión en infraestructura y energía, el país podrá insertarse en ese grupo de naciones que ha sabido hacer la transición de la Revolución Industrial a la Revolución Digital. "Todavía quedan 85 años de siglo XXI -dice, un poco en serio y un poco en broma-. Estos procesos son lentos." Con todo, sostiene que no hay tiempo que perder y que para tener ciertos avances dentro de tres décadas hay que empezar a hacer cosas ahora.
-¿Qué tan lejos está la Argentina de hoy de la que usted imaginó en su libro, hace 30 años?
-Creo que algunas cosas se hicieron. Por ejemplo, la Argentina no hubiese tenido la posibilidad de crecer tanto en la última década, por la irrupción de China en el mercado mundial, y por lo tanto con la suba estratosférica de los precios de las materias primas, si no hubiese adoptado las semillas genéticas. La biotecnología, la revolución verde, la idea de multiplicar la capacidad de producción agraria, eso está en el libro, y se hizo. Pero otras cosas, no. Una de las claves del libro es la educación de alta calidad, que a mi juicio requiere exigencia y disciplina. El conformismo educativo me parece un peligro. La idea de que la escuela debe contener; que no debe promover la competencia; que la promoción debe ser automática, al menos en ciertas condiciones; que el ingreso debe ser irrestricto; que no debe haber cupos, y que se puede hacer una universidad en cada pueblo. Todo eso que en apariencia es progresista termina siendo profundamente reaccionario, porque lo que hace es mantener un nivel educativo muy bajo, lo que favorece la manipulación de la gente. Casi podría decir que en eso hemos retrocedido, no avanzado.
-¿Qué pasa en la Argentina con las tecnologías de la información?
-Estamos algo retrasados. El otro día estaba viendo un trabajo del coordinador de la reunión global que se hace sobre las tecnologías de la información y las comunicaciones [TIC], y que este año se va a realizar en Barcelona, y estaba leyendo las exposiciones de varios de los ponentes, y es tan claro que hoy en el mundo desarrollado no se concibe la organización de una empresa sin las TIC. Esto todavía no está incorporado a la cultura empresaria argentina. Y está sólo débilmente integrada al sector público.
-¿Cuál sería el modelo para insertarnos en esta corriente de progreso en la que están Alemania, Francia, Estados Unidos, Canadá, Suecia, Noruega? ¿El de India o de Corea del Sur? ¿Hay un modelo diferente para nosotros?
-Bueno, modelo es una palabra muy ambiciosa. Creo que aquí lo que juega es la educación y la visión de la dirigencia, en algunos países heredada de la época colonial, que, con todo lo que tenían de negativo, formó élites. Corea tenía el 99% de la población rural y un analfabetismo total, y años después estaba exportando tecnología. Creo que allí contribuyeron dos cosas. Una, entender que el mercado es el mundo, porque cuando un país se encierra en su propio mercado, aunque sea relativamente grande, como el argentino, lo que hace es comprar ineficiencia e incapacitarse para convertirse en un proveedor internacional. Japón y Corea hicieron exactamente lo contrario. No se plantearon crecer a partir del mercado interno, sino tomar oportunidades o nichos en el mercado mundial. Después, la idea de que hay que atraer las mejores capacidades y organizaciones. En la Argentina, en cambio, está la idea de la licitación. Todo hay que licitarlo, porque se supone que eso garantiza la transparencia. Y yo, que he estado en el gobierno, le puedo asegurar que no hay ningún método que habilite más la corrupción que las licitaciones. Pero, bueno, aquí se sospecharía mucho de un gobierno que hiciera lo que hizo Irlanda, por ejemplo. Cuando Irlanda entra en la Unión Europea quiere convertirse en un polo tecnológico, entonces no es que llama a la licitación y si se presenta Dell entonces trae a Dell. Va a buscar a los que quería y les ofreció condiciones especiales, incluso impositivas. Eso parecería un acto de corrupción, pero cuando no se sospecha de quien lo hace, es un acto que promueve el desarrollo. Es decir, imaginar que el mercado es Europa o el mundo y traer a los número uno. Entonces, una dirigencia entrenada, una visión del mundo, poner la educación como un objetivo, tener desprejuicio para buscar lo que más le conviene al país y no lo que podría ser más barato o lo más cubierto de apariencia de legalidad por una licitación, creo que todas esas cosas contribuyen al desarrollo económico.
-No sería el caso de la Argentina...
-Prácticamente hemos hecho lo contrario en todo, con la idea del mercado interno, sin visión internacional; la idea de que las compañías que pueden traer tecnología en realidad nos sustraen nuestras riquezas y se las llevan; la poca importancia que se le da a la ciencia, y una tendencia a ablandar la exigencia en el campo de la educación.
-Usted escribió: "Alguien que no haya incorporado la teoría de la relatividad, la teoría de la evolución, los hallazgos sobre la base química de la vida o la idea de inteligencia artificial, puede tener cultura, talento, creatividad y, sin embargo, ser incapaz de comprender su tiempo". ¿Qué grado de comprensión tiene la clase política argentina de estos temas?
-Hay casos aislados, pero la regla no es esa comprensión. Hay algo que se ha dado en el siglo XX que también impide esta formación. A fines del siglo XIX uno tenía, por ejemplo, un Bartolomé Mitre, que era historiador, militar -de batalla, no de escritorio-, periodista, fundador de LA NACION, poeta, aunque no fuera lo más notable de él, traductor, fue senador, presidente de la Nación, y todo eso formaba un conjunto: el político era la expresión de toda una cultura y conocimiento que además trataba de infundir, de transmitir. Toda una generación hizo eso. Hoy la mayoría de los políticos son políticos profesionales. Viven de y para la política. No hacen otra cosa.
-¿Por lo tanto?
-Por lo tanto tienen una visión muy estrecha, muy ligada a los aspectos tácticos de la política, a los posicionamientos.
-Hace 30 años usted vio una serie de líneas a las que había que prestarle atención, y acertó. ¿Qué ve hacia adelante? La inteligencia artificial parece ser una, ¿no?
-Sí, claro, últimamente ha habido una discusión bastante intensa sobre la inteligencia artificial. El desarrollo de la computación, vista inicialmente como una manera de facilitar el cálculo y la escritura, se ha transformado en las TIC. Es muy pero muy difícil desarrollar una capacidad productiva sin TIC. Después, cosas que hay que pensar con una mente científica y no con una mente política. Creo que la producción que no dañe, o dañe mínimamente, el medio ambiente es una evolución. En una época era imposible producir energía sin carbón. Hubo una época en la que era imposible hacer minería sin que los mineros entraran en el socavón con pico y pala. Las condiciones de producción eran muy perjudiciales para el medio ambiente. Ahora hay una reacción a todo eso y un culto de la ecología. Pero muchas veces no se hace con una base científica, sino con prejuicio político, y eso puede ser un freno muy importante. Si, por ejemplo, nosotros aceptamos, y es lo que sostienen muchos, que no hay que hacer minería, que no hay que extraer petróleo, que no hay que construir autopistas ni centrales hidroeléctricas, bueno, vamos a tener un país pastoril. Pensando en las líneas que usted decía, creo que una línea muy importante que hay que desarrollar es la de una ecología científica.
-Cuidar el medio ambiente sabiendo que de verdad se lo está cuidando y no cuidarlo para ser políticamente correcto.
-Exacto. De otro modo se traba el desarrollo económico y tecnológico. Veo esto como un peligro, porque, además, se infunde miedo. Por ejemplo, si usted es un habitante de Gualeguaychú y le dicen que las dioxinas y los furanos de esa planta que se está haciendo enfrente va a provocar muertes prematuras e hijos malformados, usted no tiene la capacidad de dirimir quién tiene razón, técnicamente. Por eso hablo de una ecología científica que determine los verdaderos peligros y los modos de contrarrestar esos peligros y de administrar situaciones de riesgo. Sin eso va a ser muy difícil avanzar.
-¿Qué estamos haciendo con el tema de la energía?
-Nada loable. Primero hay que pensar a qué tasa de crecimiento aspiramos. Supongamos que aspiramos a duplicar el PBI en una década o un poco más, entonces tenemos que crecer al 7% anual. En ese caso debemos ver las actividades que nos van a permitir ese crecimiento y calcular cuánta energía vamos a necesitar para eso. Porque no sólo va a crecer el consumo domiciliario, sino el otro, el relacionado con la producción. Para multiplicar la producción hace falta mucha energía, y nosotros hoy no tenemos ni siquiera para nuestra producción actual. Los secretarios de energía, que han dado muestras de una conciliación de criterios muy importante, han hecho varios cálculos. [Daniel] Montamat había calculado que para duplicar el PBI en una década hacía falta una inversión anual en energía de 9000 millones de dólares. Y esto no se ha planteado. Tuvimos la lotería de la soja, y en lugar de transformarla en un factor para aumentar la capacidad energética y la infraestructura, la usamos para una distribución que en definitiva es pan para hoy y hambre para mañana. Si se hubiera invertido en energía e infraestructura, la sociedad estaría estructuralmente mejor.
-¿Qué es hoy un Estado industrial?
-Creo que hay que pensar más en un Estado tecnológico. La producción física sigue siendo indispensable, pero hoy el desarrollismo no podría plantear que la autosuficiencia económica depende de los altos hornos, de la siderurgia. El otro día leí que hay tres empresas argentinas entre las más grandes del mundo: YPF, Tenaris y MercadoLibre.
-Apple es la más rica del planeta.
-Sí, pero en ese caso también hay hardware, hay un proceso industrial. Pero de todas maneras, sí, también Apple es el soporte industrial de una actividad que está vinculada al software. Creo que los servicios con mucha tecnología incorporada son factores de desarrollo económico que no se pueden subestimar. Hoy el desarrollismo tendría otra conformación. Ya no vivimos en el mundo de Henry Ford.
-¿Cree que en la Argentina esto se entiende?
-No, creo que no se entiende. Seguimos siendo usuarios de tecnología. La idea de la ciencia pura es muy difícil de imponer. Por ejemplo, la visión que hay de la tecnología en la Argentina pasa por la exaltación de nuestros premios Nobel y por investigaciones que conduzcan a la cura del cáncer o el sida. La cosa aplicada. Y, hablando de premios Nobel, está el caso de [César] Milstein, que hacía ciencia pura, ciencias básicas, cuando descubrió los anticuerpos monoclonales.
-¿Volvería a ocupar un cargo público?
-Depende de qué cargo. Voy a decir algo que puede sonar pedante, pero que tiene una razón de ser. Presidente de la Nación, sí. ¿Por qué digo esto? Si su pregunta tiene que ver con las cosas que yo creo que se deben hacer, le digo lo siguiente: mi experiencia, salvo en el caso de Alfonsín, que tenía esa visión y nos respaldaba, es que desde las funciones complementarias no se puede hacer mucho. Si uno tiene esa idea de que hay que transformar el país, usar la ciencia y la técnica para vincularla a la producción, que hay que aumentar la productividad y redistribuir el ingreso, bueno, eso no se lo puede hacer desde un ministerio o una banca en el Congreso.
Bio
Profesión: abogado
Edad: 71 años
Rodolfo Terragno es periodista, historiador y escritor. Se exilió en Venezuela y Londres, en 1976, perseguido por la dictadura militar. Al volver al país, fue secretario de Estado y ministro de Obras y Servicios Públicos del gobierno de Raúl Alfonsín. Más tarde, integró el Congreso, en bancas de diputado y senador, y fue jefe de Gabinete de Ministros de Fernando de la Rúa. Entre otros libros, es autor de La Argentina del Siglo 21 y Urgente. Llamado al país, además de varios trabajos sobre San Martín; el más reciente, Josefa (Sudamericana). El mes próximo, recibirá el premio Pluma de Honor de la Academia Nacional de Periodismo.
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