Río de la Plata. Romances turbulentos del pintor de la vida social de la región
En Uruguay, basta que se diga "el Pintor de la Patria" para que todos sepan a quién nos referimos. Juan Manuel Blanes, nacido en la efervescente Montevideo de 1830 y autor del cuadro que evocó un episodio de la fiebre amarilla en Buenos Aires, en 1871.
Blanes ha realizado magníficas pinturas sobre los acontecimientos que tuvieron lugar en la Banda Oriental del Río de la Plata. También se destacó como retratista, a pesar de que renegaba de esa disciplina: "Yo no voy pasar la vida pintando retratos", había dicho alguna vez. Esta capacidad que no le agradaba, y que fue tan elogiada por los críticos de arte, marcaría no sólo su destino trágico, sino el de su familia.
Uruguay estaba partida en dos durante la década de 1840. El enfrentamiento entre el partido Blanco (encabezado por Manuel Oribe, aliado de Juan Manuel de Rosas) y el Colorado (fundado por Fructuoso Rivera, amigo de los opositores) dio lugar al período llamado Guerra Grande y su principal consecuencia fue el Sitio de Montevideo: las fuerzas de Oribe cercaron la ciudad durante ochos años, a partir de 1843.
La Guerra Grande y el talento del pintor
El sitio fue determinante para la familia Blanes. Pedro y María Isabel Chilavert –los padres de Juan Manuel– se separaron luego de 25 años de matrimonio. Pedro quedó en la ciudad, trabajando como repartidor en una panadería. Ella partió con sus tres hijos varones (el conocido, más Gregorio y Mauricio; las hermanas ya se habían casado) al campo sitiador, es decir, al campamento de Oribe.
El escenario fue inspirador para el joven Blanes, quien comenzó a mostrar destellos de su talento artístico. Una vez que concluyó la Guerra Grande, los chicos y la madre regresaron a la ciudad. Juan Manuel montó un taller de retratos. El fin de la década de 1840 era el tiempo en que las pinturas competían con los daguerrotipos, en el nacimiento de la fotografía. Blanes y sus colegas daban realce al color y al tamaño, terrenos donde el daguerrotipo era vencido.
El estudio del joven Juan Manuel en la calle Reconquista, no estaba muy lejos de la casa de la familia Copello, que nos interesa para el relato. Estaba conformada por María Linari, su marido Giuseppe Copello (ambos nacidos en Génova) y Ana María, hija del matrimonio, de 7 años. También eran siete los años que le llevaba María Linari a Juan Manuel Blanes, quien sintió una fuerte atracción por esta mujer que le imantaba la mirada cada vez que pasaba por la puerta del taller. La conquista en la calle Reconquista demandó poco tiempo. La pareja tenía encuentros furtivos en el estudio del pintor. Algo pudo haber sospechado Giuseppe cuando su mujer mostró signos de embarazo. Pero el nacimiento de la criatura fue lo que despejó todas las dudas: ese niño no se parecía en nada a él. El tano Copello maldijo a los cuatro vientos y juró vendetta. En el vecindario todos sabían a quién señalar. Blanes no tuvo más remedio que huir. María tomó a sus hijos –Ana María Copello y el recién nacido que luego bautizarían Juan Luis– y acompañó a su amante de 24 años en la retirada. Se instalaron en Salto, donde vivía el hermano mayor, Gregorio Blanes.
Juan Manuel obtuvo encargos de inmediato, tanto en la ciudad uruguaya como en Concordia. Fue entonces cuando el Presidente de la Confederación Argentina, Justo José de Urquiza, conoció su arte y lo convocó para que pintara frescos en la galería de la residencia presidencial: el Palacio San José en Entre Ríos. El pintor plasmó ocho obras que representan acciones militares en las que actuó el dueño de casa.
Durante la estadía de la familia Blanes en San José soportaron la dolorosa pérdida de Nicanor, un hijo recién nacido que hubiera sido el segundo de la pareja. Hubo otra necrológica: en 1859, mientras el artista decoraba la capilla de la casa del poderoso caudillo entrerriano, llegó la noticia de la muerte de Giuseppe Copello, el furioso marido de María Linari. Al año siguiente, el 23 de agosto de 1860, Blanes y su amante, ya viuda, se casaron en Montevideo y poco tiempo después celebraron el nacimiento de otro de los protagonistas fundamentales de esta historia, tome nota, por favor. Le pusieron el nombre del hijito que habían perdido: Nicanor.
Los éxitos profesionales de Juan Manuel Blanes le valieron una beca para perfeccionarse en Europa. El hombre aprovechó muy bien la oportunidad y regresó a Sudamérica para dar lo mejor de su producción. Los hijos no habían heredado la vocación, pero él los empujó al estudio de las artes. Por lo tanto, los Blanes formaron una familia de pintores. En 1871, Juan Manuel alcanzó su consagración con el cuadro de la epidemia.
La vida del grupo había alcanzado la estabilidad luego de los vendavales. Sin embargo, en 1872, un acontecimiento en apariencia ajeno e insignificante para ellos cargaría con manchas indelebles la pintoresca armonía familiar: un caballero llamado Emeterio Regúnaga pasó a mejor vida. El finado, que apenas había alcanzado los cincuenta años de edad, era una personalidad relevante en la política rioplatense. Pariente político de Francisco Acuña de Figueroa, el autor del himno de Uruguay. Cojo por culpa de una bala que le inutilizó una pierna durante el Sitio de Montevideo. Ministro de dos presidentes, Lorenzo Battle y Tomás José del Carmen Gomensoro. Una figura de los quilates de Regúnaga tendría una sepultura a su altura. Por ese motivo, el presidente Gomensoro decretó que su ataúd sería recibido en el Panteón de los Próceres.
Un nuevo flechazo
En un principio, la pérdida significó para los Blanes lo mismo que para el resto de los uruguayos. Pero en 1874 ingresó la viuda de Regúnaga en el estudio de Blanes con dos fotografías del que fuera su marido. Quería que el pintor volcara en el lienzo la imagen del difunto. Juan Manuel Blanes, el pintor de Urquiza, el hombre que huyó con su vecina y fue construyendo su fama artística con impecable maestría, cayó rendido de pasión ante esta viuda fornida, de 27 años, rostro grecorromano y sonrisa corta. Es probable que hoy pasara desapercibida, pero entre los caballeros de aquel tiempo era poco menos que la belleza más encantadora de Uruguay.
Se llamaba Carlota Ferreira. Establecer su filiación fue tarea complicada debido a la confusa información que dio la dama. Ricardo Goldaracena, uno de los grandes genealogistas del Río de la Plata, allanó el camino. Su madre fue Mercedes, a su vez hija del pulpero Benito Ferreyra. En cuanto a la identidad del padre de Carlota, es un misterio que su madre se llevó a la tumba.
Los rasgos de la niña eran espléndidos. Este encanto de mujer que capturaba la mirada de los hombres hechizados por su figura, y que se había convertido en compañera de Emeterio Regúnaga, entregó a Blanes las fotos de su marido y le encargó el trabajo.
Aquel primer encuentro no tuvo más novedades que el embelesamiento del pintor. Realizó el retrato al óleo, pero se tomó su tiempo, lo que llevó a que fuera visitado por la clienta más de una vez. Hay quienes suponen que el pintor y la viuda –adicta a la morfina, según revelaron personas que la han tratado– comenzaron a afianzar el vínculo en esos días. Sin embargo, el tiempo llevó a cada cual por su camino. En 1881, siete años después de aquel primer encuentro en el taller de la calle Soriano, Blanes viajó con su mujer e hijos a Europa. Carlota también tomó un barco, pero para Buenos Aires, donde se casó por segunda vez. La ceremonia tuvo lugar en la iglesia de La Merced (actuales Reconquista y Perón). El novio, Ezequiel de Viana Oribe, era representante comercial de firmas del Uruguay.
El matrimonio fue de corta duración porque Viana Oribe partió al más allá para hacerle compañía a Emeterio Regúnaga. Viuda por segunda vez, la escultural Carlota volvió a Montevideo, donde se reencontró con el Pintor de la Patria. Blanes y ella descubrieron varios motivos para reunirse. De los profesionales y de los otros. Juan Manuel inmortalizó a su amante en un cuadro que la crítica ha puesto no sólo entre las principales obras del artista, sino también, como uno de los retratos destacados de la pintura uruguaya.
Toda esta situación se vivía con mucho escándalo. Los comentarios acerca de la viuda y el artista iban y venían. María Linari debió soportarlo en silencio y con mucha pena. En cuanto a los hijos, Nicanor –quien a veces firmaba sus obras con el seudónimo "Yo"–, entró en competencia con el Tata (así llamaba al padre). Llegó el momento en que Juan Manuel Blanes y su hijo menor se disputaban el amor de Carlota Ferreira. En julio de 1886, el joven de 26 años y la dama de 41 huyeron a Buenos Aires, donde se casaron por iglesia. Ella se presentaba como Carlota Blanes. La unión matrimonial duró lo que un suspiro. Aquí las versiones difieren. No hay acuerdo acerca de quién exigió la separación.
Mientras el padre de Nicanor aseguraba que ella gestionó la nulidad en Montevideo, la reconocida periodista uruguaya Zulma Núñez afirmó que fue el joven quien movió aire, mar y tierra para disolverlo. El huracán de pasiones desatado por esta femme fatal dejaría hondas huellas en la familia Blanes. En 1889 murió María Linari, mientras que Juan Luis, el hermano mayor de Nicanor, se unía en matrimonio y formaba la primera familia Blanes sin vaivenes emocionales.
Pero a esta pareja la felicidad le duró seis años, ya que Juan Luis moriría en Montevideo, el 18 de marzo de 1895 (tenía 40 años) durante un fatídico viaje en tranvía. Un caballo que guiaba una jardinera –es decir, un carruaje para cuatro pasajeros– se desbocó. La lanza de la jardinera (la vara que se emplea para dirigir el carro) se incrustó en el tranvía y quebró el tórax del hijo del pintor. La muerte fue casi instantánea. El fatal accidente ocurriría un año antes de que Juan Manuel Blanes terminará un óleo de un tamaño grande como su título: La ocupación militar del Río Negro por el Ejército Nacional el 25 de Mayo de 1879, que ilustra el dorso de los billetes de cien pesos que llevan el retrato de Roca.
¿Dónde está Nicanor?
Aún golpeado por la ruptura con Carlota, partió a Europa. Pero de repente, dejó de tenerse noticias de su paradero. En 1898, Juan Manuel Blanes abandonó trabajos pendientes y se embarcó rumbo a Europa. Lo hizo con Beatriz Manetti, quien había sido recomendada por el joven Nicanor para que actuara de modelo. Acerca de esta mujer, dice el historiador de arte José María Fernández Saldaña que era "demasiado incorrecta de formas para ser buena modelo" y, a la vez, "demasiado joven para ser una simple ama de llaves".
Don Blanes y su nueva compañera se instalaron en Pisa, en 1899, y el artista comenzó una búsqueda frenética del hijo. Se carteó con embajadores y también consultó al arzobispo uruguayo Mariano Soler si existía la posibilidad de que Nicanor estuviera recluido en un convento. La respuesta, fechada en Roma el 16 de mayo de 1899, sostenía que no era posible que hubiera entrado a un convento dada su condición de hombre casado, y agregaba que "quizás ha querido ocultarse para siempre por los disgustos que le causara la persona que debería ser su auxilio".
El 15 de abril de 1901 murió Juan Manuel Blanes en Pisa (la causa fue una bronconeumonía), sin haber hallado a Nicanor. En cuanto a Carlota, no la dé por perdida: la encontrará en un capítulo próximo.
El lienzo original de Roca en el Río Negro se encuentra en la sala principal del Museo Histórico Nacional, ubicado en Parque Lezama, y es uno de los dos cuadros de mayor tamaño (7,10 metros de ancho por 3,55 metros de altura), junto con la Conducción del cadáver del general Juan Lavalle por la Quebrada de Humahuaca, que se encuentra en la misma sala, pero en la pared opuesta (5 metros por 3,55). Como ya sabemos, el de Roca lo pintó Juan Manuel Blanes. El de Lavalle también es de un Blanes: Nicanor.
El célebre lienzo que inmortalizó a Carlota había quedado en manos del Pintor de la Patria. Luego de su muerte, esta obra y otras pertenencias pasaron a un depósito judicial. El día en que se subastó la obra, se hizo presente en la sala de remates Manuel Mendoza Garibay, cuyo interés era doble. Por un lado, su conocimiento y paladar pictórico, ya que se considera que este cuadro ha sido el más exquisito que haya realizado Blanes. Por el otro, una cuestión muy personal: Carlota había sido su madrina.
Muy dispuesto a quedarse con el cuadro, Mendoza Garibay lanzó su primera oferta. Más allá de algún tímido contrincante, no parecía que su deseo recibiera dura oposición. Sin embargo, en un rincón de la sala, un hombre de aspecto sencillo y algunos inconfundibles rasgos que mostraban los inmigrantes italianos, comenzó a pujar por la obra. El mano a mano fue de corta duración debido a que el italiano percibió que Manuel Mendoza no estaba dispuesto a dar el brazo a torcer. Cuando se concretó la compra, su competidor se acercó y entre ellos se produjo un diálogo, que el afortunado propietario del retrato siempre evocaba:
- –¿Me perdona, don Manuel, que le hiciera subir el cuadro?
- –¿Y por qué lo hizo subir? ¿Usted también entiende de arte?
- –Mire, don Manuel. No es que yo entienda de arte, ¿sabe? Pero esa señora venía a tener el cuerpo más o menos, que mi finada. Y yo había pensado llevármelo a casa y, en todo caso, hacerle cambiar la cabeza.
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