Reyes Magos 2023: la singular tradición que celebra un pequeño pueblo español desde hace más de un siglo
En Gaianes, una localidad rural de 500 habitantes en Alicante, España, se hace un festejo se organiza durante varios días
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GAIANES, España.— En Gaianes, un pequeño pueblo rural de España, todos creen en los Reyes Magos. Es la noche del 5 de enero y son las siete de la tarde. Las calles están desiertas y empiezan a poblarse lentamente con familias que marchan hacia el pie del cerro, a donde llegarán los Reyes a caballo, bajando por un camino de olivos y almendros. Desde hace más de un siglo que este pueblo de alrededor de 500 habitantes mantiene esta tradición y se destacan por la cantidad de días que le dedican a organizar y celebrar la Noche de Reyes. Es esperada por niños y adultos. Todos creen en que, cada año, los Magos de Oriente los visitan.
El movimiento se empieza a escuchar con el ruido metálico de los cerrojos de puertas antiguas y pesadas que se abren, para que un desfile de pobladores peregrine hacia la cruz, al final de la calle. Lentamente, se van acomodando en círculo alrededor de una fogata. Todos se abrazan, se ríen, están expectantes y, cada tanto, miran hacia la cima, como sus niños, que corren y cantan, con coronas doradas en sus cabezas. La banda de músicos, mientras tanto, afina sus instrumentos y se acomoda para tocar cuando la luz de la estrella que guía a los Reyes aparezca en la oscuridad.
“Esto lo vivimos así desde hace más de un siglo, igual que lo vivieron nuestros padres, nuestros abuelos y bisabuelos. Nunca se interrumpió, ni siquiera durante la guerra, cuando no había nada para regalar”, comenta Herminia, una escultora y docente universitaria de 65 años, que hace pocos años regresó al pueblo y restauró la casa en la que vivieron cinco generaciones de su familia.
De golpe, la luz de la estrella aparece en lo alto y se pueden ver tres siluetas a caballo detrás. Los niños comienzan a gritar “Ahí están, ahí están”. Saltan, corren hasta el pie del cerro, vuelven con sus padres, los toman de la mano, vuelven a correr. El murmullo se convierte en bullicio, todo es movimiento. Los caballos se acercan y ya se puede ver claramente a tres hombres majestuosos, vestidos con capas de colores y telas brillantes, coronas imponentes y barbas largas. Delante de ellos, el paje real lleva la estrella que los guía.
La banda comienza a tocar canciones navideñas cuando ya están entre la gente. Aplausos y gritos asustan a los caballos que son guiados por los baqueanos del lugar que también participan de la ceremonia con sus hijos. Los niños pequeños miran maravillados hacia arriba de los caballos y mueven sus manitos saludando a Melchor, Gaspar y Baltasar que pasan a su lado. Los pajes que acompañan a los Reyes abren paso para que pasen los caballos y los Reyes marchan por la calle que los conduce hasta la iglesia, un trayecto muy corto que hacen despacio mientras la gente los sigue de a pie. Cuando los Reyes se detienen, las familias sacan sus teléfonos y se hacen fotos con ellos.
El destino es el pesebre viviente representado por un grupo de niños, todos vestidos de blanco, en el atrio de la iglesia. Los Reyes se bajan de los caballos, la gente rodea el pesebre y dejan abierto el espacio donde hay una alfombra roja por la que caminarán hasta llegar al Niño Jesús, representado por el bebé nacido más recientemente en el pueblo. Le ofrecen, simbólicamente, los tradicionales regalos que cuenta la Biblia, oro, incienso y mirra. Uno de los organizadores, por el micrófono, lee un mensaje escrito por los Reyes que invita a todas las familias a volver, porque recorrerán las calles llevándoles regalos a cada casa. Todos ya saben lo que viene, pero lo viven como si fuera la primera vez. Es una confabulación mágica en la que todo el pueblo se transforma por unas horas y siente que los Reyes están ahí.
“En esta celebración, todo el pueblo está involucrado, es un gran trabajo colectivo que se hereda generación tras generación. Mientras yo vengo a ayudar con los trajes, mi marido cuida a nuestro hijo de 6 años. En un rato, a él le toca alcanzar, con su camioneta, a los Reyes hasta el camino donde los esperan los caballos”, explica Estefanía, una de las organizadoras.
Cartas recibidas
Pero la fiesta no comenzó ayer, sino el 1° de enero, cuando por la noche, luego del festejo de Año Nuevo, el pueblo de Gaianes va a la plaza de la iglesia, para recibir al Paje Real. Él les trae las respuestas de los Reyes Magos a las cartas recibidas. Un coro de niños canta villancicos hasta su llegada y luego de eso, el Paje llega, los saluda y hace el mismo recorrido que harán los Reyes, unos días más tarde. Visita, a pie, cada casa para entregar en mano una carta dirigida a cada niño, cartas redactadas, en muchos casos, por sus propias familias, lo que la hace más personal a esta celebración.
“Esto nos lleva mucho tiempo de organización y trabajo, totalmente voluntario. Lo hacemos porque nos gusta, nos conmueve ver a los niños felices por la llegada de los Reyes y porque nosotros también lo vivimos así cuando éramos como ellos”, dice Muriel, una de los 20 miembros de la organización que, desde principios de diciembre, se dedica a preparar esta fiesta.
Mediante un grupo de WhatsApp se reparten las tareas: el mantenimiento de los trajes y las pelucas, el maquillaje, las cartas, las respuestas, los caballos, la banda de música, el coro, el pesebre viviente, la logística del reparto de los regalos (todos envueltos con el mismo papel madera y una etiqueta con el nombre de los destinatarios) y conseguir la gente de apoyo que sea necesaria.
“Esto pasa de generación en generación”, dice Maribel, voluntaria que se encarga del vestuario. Junto a su hija Eira, de 17 años, se ocupa de la vestimenta y trajo a su hija para que vaya aprendiendo cómo hacerlo. Cristina también está con su hija Lara, de 13 años, a quien maquilla y viste de paje. Recuerda que, a su misma edad, ella no pudo estar en ese lugar porque a las mujeres no se lo permitían. “Hoy, por suerte, todos cumplen cualquier rol y muchos han participado de varias cabalgatas y tuvieron diferentes roles”.
En cada puerta, la familia entera espera que los Reyes pasen. La señal es escuchar a la banda que se acerca. Los niños se mueven inquietos y estiran sus cuellos a un lado y al otro para ver si ya llegan. Las luces de los celulares se prenden constantemente, filmando y tomando fotografías de cada momento, queriendo eternizar este momento. Los Reyes llegan y se detienen. Todo se aquieta en ese instante. Los niños los miran mientras los pajes, con disimulo, reciben de ayudantes los regalos que se transportan en un camión que los sigue detrás. Allí están ordenados de acuerdo al itinerario que recorrerán. El paje se lo entrega al rey y el rey, a sus destinatarios. Los padres suben a los niños a los caballos, le entregan un habano al rey, de acuerdo a la costumbre y le besan la mano. Gaianes, durante estas horas, es un cuento navideño, en donde los protagonistas son ellos mismos.
Melchor, Gaspar y Baltasar sonríen, saludan, cabalgan pero nunca hablan. La voz es lo único que no pueden transformar ni maquillar y no quieren que nadie los reconozca. Entre los niños están sus propios hijos, a quienes entregarán también sus regalos.
“Generalmente, somos padres de niños muy pequeños o ya adolescentes los que los representamos, para no correr riesgo. Te imaginás la emoción de ver la mirada de tu propio hijo cuando te mira deslumbrado”, cuenta Daniel, que este año representó al paje real.
Poco a poco el recorrido se va terminando y los instrumentos musicales se van acallando. Los músicos se van yendo a sus casas, en silencio, con sus instrumentos bajo el brazo. Las calles vuelven a estar desiertas. Se escuchan algunos ecos de gritos y risas en alguna casa donde están abriendo sus regalos. La luz de la estrella se va apagando y va desapareciendo en la oscuridad de la noche, junto a las siluetas de los Reyes, camino a la montaña. No hay nadie para despedirlos. Los trajes vuelven a sus armarios, las pelucas a sus cajas hasta el año que viene, cuando la estrella vuelva a bajar por el cerro y la magia comience otra vez.
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