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La relación entre La Matanza y el peronismo es tan larga como asimétrica.
Calles rotas, basurales al aire libre, hospitales derruidos, monoblocks amenazantes, villas impenetrables y una seguidilla de crímenes. Es evidente que los políticos peronistas que gobiernan el distrito desde hace casi 40 años obtuvieron mucho más que los matanceros de ese vínculo histórico.
Sin embargo, hay señales de que algo podría cambiar en esa simbiosis que antes parecía inexpugnable. Los indicios primero fueron tenues, apenas visibles, pero hoy resultan más evidentes.
Un joven encendió la cámara de su celular en clase para mostrarle al mundo el burdo adoctrinamiento que su profesora intentaba camuflar como contenido educativo. Otro se subió al escenario de lo que se suponía era una capacitación, y él denunció como propaganda, para gritarles “chorros y vagos” a los políticos que estaban en la sala.
Ese descontento luego se tradujo en votos. O en su ausencia. En las últimas PASO, el Frente de Todos perdió 17 puntos porcentuales en relación a los que obtuvo en 2019. Fueron 174.000 votos menos, la mayor fuga registrada a nivel municipal en todo el país. Y esta semana, hubo furia, insultos y marchas por el asesinato de Roberto Sabo, el kiosquero ejecutado a balazos durante un asalto de su local en Ramos Mejía, el enclave de clase media de La Matanza.
“Esto es un desastre, no se puede vivir así. Con 20 años menos estaría en Ezeiza, yéndome del país”, se queja Jesús Undagoitia. Tiene 81 años y está sentado en un banco de remisería, a la vuelta del kiosco donde mataron a Sabo. Las conversaciones de los vecinos son agrias y giran todas alrededor del mismo tema.
¿Qué está ocurriendo en el bastión más emblemático del peronismo? ¿Se está quebrando la fidelidad histórica entre los matanceros y el partido que los gobierna de manera ininterrumpida desde 1983?
De ser así, la ruptura tendría consecuencias mucho más allá de los límites del distrito. La Matanza tiene peso folklórico en el imaginario peronista pero, sobre todo, influye a la hora de contar votos. Con 1.148.935 electores habilitados, el municipio es un gigante que altera las ecuaciones políticas. Concentra el 8% de los votos bonaerenses y el 3% de los nacionales. Su relevancia sólo es superada por cinco provincias.
Lo particular es que aquí no solía haber competencia. En las PASO 2019 el Frente de Todos le sacó más de 40 puntos de diferencia a Cambiemos, y ese porcentaje se vuelve abismal por la cantidad de votos en juego. Cualquier intento opositor serio para penetrar en la provincia de Buenos Aires supone romper, o por lo menos lastimar, la hegemonía del peronismo en el distrito. Su actual intendente es Fernando Espinoza, que va por su tercer mandato.
¿Quiebre?
“Acá hay un quiebre del kirchnerismo con su base electoral”, se ilusiona Héctor “Toty” Flores, diputado nacional de Juntos por el Cambio y vecino de Gregorio de Laferrere, uno de los distritos de La Matanza. Según Flores, el peronismo del distrito se sostiene sobre la base de una maquinaria clientelista que promete, pero también amenaza. “El clientelismo no es sólo la promesa de algo, también el temor a que te quiten el plan, o te manden una inspección. Y ahora la gente perdió el miedo a ese chantaje”, asegura.
El problema es que su espacio político no está recogiendo lo que pierde el peronismo. Juntos cosechó apenas 6 de los 17 puntos que se fugaron del PJ. El resto fue para opciones a la derecha o la izquierda del partido de Flores.
Jorge Ossona, un historiador que sigue con atención y escribe sobre el conurbano, es cauto. La Matanza, dice, es un distrito tan enorme y heterogéneo -”una aberración disfuncional que habría que dividir”, dispara- que es difícil desentrañar su comportamiento. Esto no impide que detecte cambios. “Hay algo que está conmoviendo a las propias bases del peronismo. La gente está perdiendo el miedo y esta tensión implica un cambio. Pero ojo que en la historia los cambios son lentos”, señala.
Barrio conmocionado
El hartazgo y la bronca son notorios en Avenida de Mayo al 800, la cuadra donde queda el kiosco que atendía Sabo. Es una zona de clase media venida a menos, con cervecerías que conviven con carnicerías y fiambrerías. Las fachadas esconden edificios viejos, muchos sin revoque, y las luces comerciales se apagan a apenas unos metros de la avenida, donde comienza la zona residencial.
“Es un desastre”, dice Carlos Zuñiga, que tiene 77 años y quiere volver a su Mendoza natal. “Estoy hecho mierda”, concede con la mirada baja Roberto Maccarone, dueño de la agencia de lotería que queda a metros del kiosco. Sabo era su amigo y él también sufrió robos a mano armada, por eso no abre en horarios poco concurridos.
Javier Araya atiende la remisería y ya no toma viajes de personas que se le acercan al local. “Les digo que se vayan a la casa y me llamen de ahí, puedo perder un cliente, pero es más seguro”, explica. Tiene un hijo de 12 años y quiere que se vaya del barrio. “Por lo menos que se mude a la Capital, acá te roban hasta la ilusión”, se queja.
La desazón y la bronca por la muerte de Sabo se amplificó porque Ramos Mejía es una zona pudiente, pero los asesinatos abundan en La Matanza. La semana pasada hubo ocho homicidios en el distrito. En lo que va del año, ya son 103. En cuanto a los robos, crecieron 20 por ciento en relación a 2020.
Distrito multiclase
“A Ramos íbamos sólo cuando andábamos con plata, o acabábamos de cobrar”, se ríe Lionel Montiel, oriundo de Laferrere, un barrio más proletario del distrito. Montiel tiene 34 años, es licenciado en Ciencia Política, militante de Cambiemos y empleado del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires. Dice que le robaron el auto a mano armado y que a dos de sus amigos los secuestraron. También cuenta que algunos de sus conocidos del colegio secundario son delincuentes, o están presos.
La condición multiclasista de La Matanza se hace evidente en una simple recorrida. Las viejas casonas de Ramos Mejía desembocan en la plaza de San Justo, el centro administrativo del municipio. Chica, prolija y recargada, contiene todos los símbolos locales: la vieja estatua de San Martín convive con un cenotafio por los caídos en la Guerra de Malvinas y un mural de las Madres de Plaza de Mayo. El santo grial del peronismo está representado con tres bustos. Perón, en el medio, está custodiado por Evita y un Néstor Kirchner con su mirada estrábica muy bien lograda.
Sobre la ruta 3, la arteria que nace en la General Paz y parte al medio La Matanza, sobreviven los restos del Metrobus. Fue inaugurado por Mauricio Macri y María Eugenia Vidal durante los años en que gobernaban, pero está vandalizado, con el cemento y las luminarias rotas. En el centro de Laferrere hay un McDonald’s que está entre los que más facturan del país y una plazoleta de pasto raído donde se acumulan los puestos de campaña.
Paisaje del conurbano
La larga secuencia del paisaje del conurbano se complementa con viviendas bajas a medio construir, autos con el capot levantado, otros derruidos que hacen las veces de remises comunitarios (los llaman 0,50 porque eso costaban en sus inicios), villas semi urbanizadas y moles de cemento ideadas por urbanistas bienintencionados y que hoy son aguantadero de narcotraficantes.
También hay chicos con los uniformes de los pequeños colegios privados en los que sus padres invierten para intentar forjarles un destino lejos de la pobreza que se abre camino en cada esquina. Las pintadas que proclaman “Santilli=Macri”, el argumento de la campaña del miedo con que el oficialismo local busca recuperar votos, completan el panorama.
En el medio de esa secuencia sobresale un predio con construcciones nuevas y mucha gente. Es la obra de padre Nicolás Angelotti, el padre Tano, el sacerdote detrás de la escuela primaria, el jardín de infantes, el polideportivo, la sala de primeros auxilios, el comedor popular, la granja para recuperación de adictos y las casas para desamparados que revolucionaron la zona.
Angelotti va resolviendo requerimientos mientras avanza entre la multitud, pero se excusa para no hablar sobre los problemas de seguridad con LA NACION. Sabe que está demasiado expuesto y cualquier animosidad política puede complicar la obra. “El padre Tano hizo más por La Matanza en tres años que el municipio en 40″, lanza un médico que circula por la sala donde están vacunando.
La obra del sacerdote es el último mojón de esperanza antes del retén de Gendarmería que marca el ingreso al “Triángulo las Bermudas”, como se conoce a la zona de las villas Puerta de Hierro, San Petersburgo y 17 de marzo. En La Loma, otros de los barrios carenciados que abundan en La Matanza, Edith Tejada se alegra por el basural que pudieron reconvertir en cancha de fútbol 11, pero tiene miedo. Con 61 años y cinco nietos, está asustada por la inseguridad. “Los sábados a la noche escuchás tiros”, se queja.
Hubo un intento de instalar una alarma comunitaria -una sirena que se activa con controles remotos repartidos entre los vecinos- pero no les alcanzó la plata. El mismo domingo que balearon a Sabo hubo otro asesinato en su barrio. René Mendoza tenía 78 años y esa tarde había recibido a vecinos para hablar de los problemas de seguridad. Un par de horas después dos jóvenes tocaron la puerta, preguntaron por él y lo balearon.
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