“Revivimos el club de varones que fundaron nuestros abuelos”
Un grupo de jóvenes amigos sigue la tradición de los hombres de su familia en el espacio donde se reunían en el siglo pasado
"Vení pasá", dice Patricio al abrir la pesada puerta del club que fundó su abuelo, Arturo Belgrano, junto con otros vecinos de San Isidro en 1955. La idea original era tener un lugar donde encontrarse, compartir un vermú, tomar un whisky, jugar a las cartas o ir a comer.
Dentro de la casona construida en 1912, todo sigue igual. Entrar en los distintos salones es escuchar el crujir de la pinotea antigua bajo cada paso, se ven las mismas mesas de madera robusta, la luz blanca de las arañas colgando bien altas, los sillones de cuero verde para hundirse a leer el diario. Ubicado a dos cuadras de la Catedral de San Isidro, en la zona norte del gran Buenos Aires, el Club 300 conserva la misma estética de otros tiempos. Y hoy, una tarde otoñal de 2017, además de Patricio, están sentados frente a una mesa, Benjamín Alsina –otro nieto de fundador– y Tomás Giribone. Todos ellos de 30 años, son amigos de la infancia.
“Nosotros empezamos a venir los jueves porque había una señora que cocinaba para la mesa de mi tío. Los segundos martes de cada mes venían los socios más viejos, y el resto de los días el club tenía muy poco uso”, cuenta Benjamín después de buscar el mate y un termo en la cocina. Detrás de él, distintas fotos en blanco y negro de los primeros socios vestidos con traje y sombrero decoran las paredes color tabaco que rodean la misma barra donde solían acodarse a conversar los caballeros de las familias más tradicionales de San Isidro, como los Ochoa, los Isla Casares, los Guyot o Beccar Varela.
En los años 40 y 50, los clubes sociales constituían el principal punto de reunión de los hombres inmigrantes. Esto generaba un fuerte sentido de pertenencia identitaria. Pero con el pasar de los años, los distintos gobiernos dictatoriales, el cambio de ciertas costumbres y el surgimiento de countries y gimnasios híper equipados, los clubes se fueron vaciando de socios y actividades. Muchos se transformaron en viejos bodegones para ir a comer comida casera o en salones de fiestas en alquiler. De los pocos que sobrevivieron –tres mil en todo el país, según los datos del Programa Clubes Argentinos, del Ministerio de Educación y Deportes–, casi todos dejaron de ser exclusivos para hombres y abrieron sus puertas a toda la comunidad. Se generaron espacios más familiares que varoniles. “Y un día de 2014, el presidente del club, que en aquel entonces era Germán Bincaz, reunió a los referentes de las distintas mesas y dijo que tiraba la toalla, que ya no quería ocuparse y si nadie lo hacía, entregaría la casona a la Municipalidad. Entonces, junto a otros nietos de fundadores, decidimos involucrarnos y ver cómo podíamos reactivarlo”, cuenta Benjamín.
La posibilidad de tener una sede propia donde reunirse con amigos, hacer un asado o festejar un cumpleaños, manteniendo el mismo espíritu de camaradería masculina que tuvieron sus abuelos 62 años atrás, fue suficiente para convencer a su círculo social de pagar una membresía de 180 pesos mensuales y restaurar la casa. Empezaron a organizar campeonatos de ping-pong, pool, metegol y truco contra otros clubes sociales de la zona, y todos los miércoles, a partir de las 20, abren las puertas al público, ofreciendo pizzas y cerveza con música en vivo. Así, en 3 años, el Club 300 pasó de tener 30 socios de entre 50 y 80 años, a 90 miembros, en su mayoría hombres sub 35.
“Entramos con la idea de mantener y conservar el club como lo que era. Muchos traían propuestas que no comulgaban con la esencia del lugar. Gente que quería sacar un rédito económico y éste es un club sin fines de lucro”, explica Tomás Giribone, psicólogo, docente del colegio Godspell College de Pilar y socio del club 300 desde que sus amigos de confirmación lo invitaran a ser parte.
Casi todas las noches distintos grupos de hombres se reúnen a comer y charlar de “fútbol, mujeres, rugby, alguna noticia que haya salido en el diario, lo de siempre, bah…”, confiesan los tres jóvenes al unísono.
Germán Bincaz llega más tarde y se sienta a la mesa al lado de su ahijado, Benjamín Alsina, cuando afuera ya es casi de noche. El ex presidente del club tiene 54 años y es padre de cinco hijos y secretario del Club Náutico de San Isidro. “Yo veía que ellos tenían la misma onda que los fundadores: un grupete de amigos a los que les gusta juntarse. Y lo mejor era que ellos querían compartir eso con nosotros. Yo crecí acá, para mi viejo ésta era su segunda casa”.
Respetando el estatuto escrito en 1955, las mujeres pueden ingresar sólo si son invitadas y, hasta ahora, modificarlo, no fue un tema a debatir en la nueva Comisión Directiva, integrada por tres generaciones de socios. “Históricamente fue así, pero solamente en los papeles y en la prácticas de actividades, porque en el resto, las mujeres siempre estuvieron muy presentes. Mi abuela, por ejemplo, venía todas las semanas”, cuenta Patricio. Pero, por su parte, Benjamín opina que, si en algún momento se llegara a votar, él levantaría la mano para que el club siguiera siendo sólo de hombres. “Para mí este lugar es un espacio de encuentro para hombres. Es importante como tradición.”
Para experimentar
Tres de los pocos clubes tradicionales que quedan
Lomas English Social Club
Fundado en 1893 por inmigrantes británicos instalados en la zona, funciona como un lugar de encuentro entre amigos, aficionados al slosh, snooker y los dados. Las mujeres sólo tienen permitido ingresar al club cuando se organizan las fiestas llamadas “Noches de Brujas.” Dirección: Almirante Brown 2115, Lomas de Zamora.
Jockey Club
Símbolo de la aristocracia argentina y la elite porteña, las mujeres pueden ingresar a la sede de San Isidro en su condición de “mujer de o hija de socio”, pero tienen prohibida la entrada a la sede principal, ubicada en Alvear 1345, Recoleta.
Club Universitario de Buenos Aires (CUBA)
Conocido por su equipo de rugby, las mujeres pueden entrar como adherentes sólo si tienen vínculo directo con algún socio. Pero en el caso de que una mujer casada con un socio se divorcie, no pierde automáticamente su membresía. Dirección: Viamonte 1560, Capital Federal.