Restricciones: el contraste entre dos ferias en Bernal y Villa Domínico frente al Covid
En el Triángulo, manteros, puesteros y vendedores ofrecen lo que tienen en un ambiente desordenado y ausencia de medidas de prevención; en Avellaneda, el mercado al aire libre funciona con protocolos establecidos
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Apenas 30 cuadras sobre la avenida Mitre alcanzan para mostrar los contrastes. Del lado de Bernal, Quilmes, en la feria conocida como El Triángulo, cerca de dos manzanas de manteros, puestos y vendedores se disponen a ofrecer lo que tienen, en un ambiente desordenado y ausencia de medidas de prevención contra el Covid-19. Al otro, en Avellaneda, aparece la feria municipal de Villa Domínico con protocolos establecidos. Los fines de semana, en ambos lugares, los feriantes hacen su despliegue, sin discriminar y con atención para todos. La necesidad de vender y la oportunidad de ganar algunos pesos extra son los denominadores comunes de este movimiento. Pero, en plena segunda ola de coronavirus, hay diferencias evidentes entre estos mercados al aire libre.
“No, trueque no acepto, necesito el efectivo. Tal vez, algún otro quiera acceder. Yo no, necesito del billete”, señala uno de los manteros sobre el gran predio de césped donde dispuso su manta para exhibir algunas ropas usadas. “Sale $1000, pero hasta $800 llego, trueque no. Te aseguro que funciona, le falla la batería nomás, pero comprándole una nueva, funciona bien”, dice otro feriante ante la consulta del precio de una cámara de filmar. Sobre el piso, en mesas, con carritos ambulantes, los vendedores de la feria del Triángulo de Bernal, se disponen a darle la bienvenida a los locales.
Detrás de un terraplén que da sobre la avenida Mitre, aparecen infinidad de vendedores. Bajo la modalidad del regateo, cada uno de los presentes supera sus ofertas a la hora de las consultas. Bajo escasos controles y sin protocolos sanitarios, el único orden a la vista es el horario de apertura y clausura, de 8 a 13 horas: “Vamos levantando que ya estamos en horario”, se escucha a un hombre vestido de negro gritar cerca de la una del mediodía.
Allí no hay un sentido de caminata, ni distanciamiento. Hay aglomeraciones, visitas sin barbijo y mates que van y vienen. Los puestos se entremezclan unos con los otros, y la mercadería –cubierta en tierra– aparece tendida sin orden. Son pocos los lugares con productos nuevos, en su mayoría son usados, con excepción de la comida, la venta de yerba y enlatados. En uno, por ejemplo, se encuentran zapatos usados, muñecas y camisas. A continuación, platos, trofeos y libros “Anteojito” de alguna colección de antaño. Entre disfraces usados para niños, aparecen latas de arvejas, paquetes de fideos y camperas de abrigo. Están los cables alargadores al lado del par de zapatillas junto a controles de remoto viejos, relojes despertadores y velas. Sin sentido, todo a disposición y con la voluntad de venta.
“Siempre se llena, como es horario corto viene todo el barrio y también personas de otros lados. No se vende tanto últimamente, pero hay que estar”, cuenta uno de los vendedores. “Andá a pedir cambio que vino alguien a comprar”, le ordena una madre a su hijo no mayor a los seis años.
Carteles y controles
Mientras tanto, en la feria municipal de Avellaneda aparecen por entre la mercadería los carteles oficiales que señalan: “Cubra nariz y boca, no atendemos sin tapabocas”. Y es así. Una mujer se acerca a preguntar el precio de un jean y la dueña le hace señas con la mano para que suba su barbijo hasta el lugar correcto. “Ahora sí, decime”, la invita a comprar. A cada rato pasan los organizadores para asegurar la correcta implementación de los protocolos, y entre gritos y ofertas, los feriantes acatan y atienden a las familias presentes. Además, regulan los horarios, de 8 a 18, si bien muchos con la llegada del otoño prefieren levantarse a eso de las 16.
“Mirá, están los manteles que buscaba. Son buenos esos, vamos a ver”, apunta una señora de unos 40 años a su esposo mientras tranquila y a la distancia se acerca al puesto. Durante el recorrido por la feria, el flujo de visitantes es constante. Los puestos, amplios, se ven ordenados. Hay mercaderías nuevas, llamativas, con los logos de las marcas más conocidas brillantes y exhibidos. Se observan medidas de prevención: incluso, algunos puestos de indumentaria colocaron mesas anexas para poder tener un mayor despliegue y distanciamiento. “Mandame un mensaje y en la semana te lo consigo, acá ya ese talle de pantalón no me quedó”, le dice una vendedora de ropa deportiva a un adolescente. Un clima familiar, cotidiano, se respira en las casi ocho cuadras de extensión.
Anexa al Parque Domínico, un espacio verde amplio con canchas de fútbol, institutos educativos, bancos y senderos, se dispone la llamada Feria de los Pájaros. Abre sus puertas bajo el régimen municipal, con personal que custodia, ordena y brinda seguridad al lugar. En épocas normales, los puestos sumaban el doble, pero hoy los protocolos sanitarios permiten una determinada cantidad. Mientras antes se observaba un pasillo fino con stands a ambos lados, hoy solo se pueden ver y comprar en los de un sector; para disfrutar de los otros, habrá que esperar al próximo domingo. La nueva organización para los feriantes implica abrir cada quince días, de ese modo se genera mayor espacio y los peatones pueden circular respetando las distancias.
Menos gente
“Últimamente viene menos gente, no sé si es el miedo al contagio, esta segunda ola o la pobreza que hay, pero los domingos que estamos no vemos que se incrementen las visitas ni los ingresos. Igual, en la semana es peor: a otros lugares a los que vamos, no va nadie. Por eso agradecemos esta oportunidad acá”, describe el dueño de un puesto de productos de limpieza.
Ningún rubro está ausente. Se intercalan desde comidas regionales, parrillas, licuados y sandwiches, hasta venta de indumentaria, productos para el hogar, para el cuidado personal y decoración. Sorprende la aparición de venta de peces y anfibios, como de cotorras en puestos lindantes. Están quienes venden adornos, sahumerios y electrodomésticos, como quienes aún se animan a la venta de películas y DVD, y artículos para el celular.
Con o sin regulaciones, cada una a su estilo, el trasfondo para ambas ferias es igual, basado en la necesidad. Las 30 cuadras intermedias apenas son el límite de una situación que se extiende por todo el conurbano.
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