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Como decía Truman Capote, “el lugar más lindo del mundo es aquel en el que nos imaginamos a nosotros mismos comprándonos una parte”. Buenos Aires nos convierte sintomáticamente en los ilusos propietarios de decenas de edificios históricos con fachadas deslumbrantes, casi siempre firmados por arquitectos egresados de las mejores escuelas europeas del siglo XX. La fantasía de poseerlos incluye la vida cotidiana en sus interiores: en la postal nos vemos habitándolos rodeados de detalles constructivos originales y mobiliario acorde a la época.
De la ciudad que no miramos, quizá el área de Once en el barrio de Balvanera sea una de las menos apreciadas por los porteños, pese a que aloja en su caótico paisaje a las arquitecturas más eclécticas y singulares de la ciudad. Basta caminar un fin de semana por la zona para descubrir las impactantes visuales que ofrece el conjunto de cuadras en las que conviven curvas, líneas rectas, ornamentos y magnificas herrerías aunque, si bien la mayoría de los edificios mantiene sus características, las fachadas deslucen por la profusión de carteles comerciales, balcones con ropa tendida y aparatos de aire acondicionado colgados sin ningún criterio de preservación. El “eleven”, como le llaman los porteños, debió haber sido un lujo al principio de esta arbitraria modernidad.
La historia de un edificio que reinterpretó el art decó
Restaurado en 2018 como parte del plan Once Peatonal lanzado para poner en valor un sector comercial de este barrio donde vivieron Discépolo, Aristóteles Onassis, Bernardo Houssay, Carlos Gardel y Luca Prodan, entre otros personajes, la Torre Saint volvió a brillar luego de que entonces se recuperaran las dos torres de este edificio icónico anclado sobre calle Perón al 2600.
Quienes saben de su existencia recordarán que fue construido para uso residencial en 1925 por encargo del empresario Emilio Saint, heredero de la famosa fábrica de chocolates Águila. En esos años, el mundo entero asistía a los primeros hallazgos de las tumbas en Egipto, por lo que la influencia de los faraones, las momias y las pirámides no tardó en manifestarse en las corrientes estéticas del momento, especialmente en el arte y la arquitectura. El impacto se reflejó en el movimiento conocido como art decó surgido entre las dos guerras mundiales, por lo que a las líneas geométricas características se sumaron columnas con capiteles estilizados, obeliscos, motivos de palmeras y figuras de animales como leones y halcones. Un divino cocoliche resuelto casi siempre con maestría.
Fascinado por esta novedad, Saint contrató al arquitecto francés Robert Charles Tiphaine y al ingeniero Ítalo Galli para interpretar las tendencias en una gran estructura de hormigón armado ubicada en la parcela de la ex calle Cangallo, casi esquina Paso. Se inauguró en 1928. Su calidad constructiva era naturalmente buena en ese tiempo de mármoles, carpintería y herrería europeas... y conciencia de lo que significaba vivir en un consorcio: la Torre Saint tiene cámara de aire entre las paredes divisorias, lo que impide escuchar la intimidad de los vecinos
Un exterior, muchos interiores
Con la llegada de las inmobiliarias a las redes sociales el negocio de los bienes raíces se ha transformado en un espectáculo gratuito para esos soñadores sin crédito que miran diez veces el mismo reel para comprobar la perfección del diseño de sus plantas y la maravilla de las terminaciones.
Los vendedores repiten en sus textos y parlamentos las palabras que necesitamos escuchar: “edificio de valor patrimonial”, “detalles arquitectónicos”, “exclusividad”, “lujo del pasado”. Pero en rigor, en muchos casos, cuando en el video se abre la puerta o llegamos a la segunda foto del carrete, la ilusión - que es un bien demasiado volátil- se desvanece. Lo que en nuestra postal era un refugio lleno de belleza y carácter ahora es un espacio cualquiera en un edificio cualquiera, sin pasado ni gloria, y encima está sobrevaluado por el mercado. Con tristeza comprobamos que las puertas originales fueron reemplazadas por otras enchapadas, que los pisos de fina madera desaparecieron bajo el porcelanato más feo de todos; las boiseries están pintadas con esmaltes brillantes y por encima de los zócalos corre un inoportuno cablecanal y, lo peor, se tiraron paredes para integrar ambientes al estilo norteamericano.
La unidad que por estos días se encuentra a la venta en el emblemático edificio ocupa un piso bajo, pero la decepción es grande cuando entramos a la galería de imágenes y comprobamos que el encanto de ese pasado faraónico se esfumó con los dudosos criterios de la contemporaneidad, pues tratar de imitar el interior de una cabaña revestida en piedra y madera parece una aberración adentro de una arquitectura que se anticipó a las vanguardias. Pero cierto es que cada quien vive como quiere y que el respeto por el patrimonio no es parejo. Eso sí: sigue siendo la fabulosa Torre Saint, y nunca faltan almas sensibles dispuestas a invertir en una obra de puesta en valor.
Atrapada en la dinámica que convirtió el área en un eje comercial que nunca descansa, por suerte la propiedad cuenta con la protección de la Ley Anchorena (N° 3056) que salva de la picota a las edificaciones anteriores a 1941 (aunque no a todas, ya sabemos el conflicto que atraviesa la ciudad en este punto). En su último libro, el arquitecto Fabio Grementieri, especializado en patrimonio urbano, describía al proyecto de Saint como una reinterpretación del art decó, y por la profusa mezcla decorativa en la que destacan “pilastras egipcias, columnas Luis XVI, contrafuertes góticos, urnas griegas y templetes sajones” lo compara con el Waldorf Astoria y otros grandes paquebotes coronados por torres dobles ubicados en torno al Central Park, en Manhattan.
Como sugiere el prospecto que acompaña a los medicamentos de la farmacia, “antes de consumir consultar con un profesional de la salud”, en este caso, antes de picar paredes mejor consultar siempre con un arquitecto amigo.
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