Cuando Boris Bakst tenía veintiséis años formaba parte del elenco de Fuerza Bruta, una compañía teatral argentina cuya marca registrada son los despliegues escénicos: los actores se cuelgan con arneses del techo y hacen escenas en el aire y en el agua. De la mano de "Fuerza", Boris recorrió parte de Sudamérica y, durante siete meses, estuvo de gira por la majestuosa China.
Un día, ya en Buenos Aires, se colocó el arnés y se balanceó sobre el público, como un péndulo. Había repetido esa escena un centenar de veces, pero aquella noche, en la Sala Villa Villa del Centro Cultural Recoleta, algo salió mal. "Sentí un ‘tuc’, que fue el ruido del corte de la cuerda que me sostenía y caí desde siete metros de altura. Me quebré el fémur derecho, el codo y la muñeca", relata sobre el accidente ocurrido el 8 de agosto de 2015 y que signó su vida.
–¿Qué pasó después?
–El público no sabía si había caído de verdad o era parte del espectáculo. Una compañera empezó a los gritos. "Váyanse, váyanse", decía. Encendieron las luces de la sala e interrumpieron el espectáculo. Yo estaba conciente porque no me había golpeado la cabeza, pero del cuello para abajo tenía todo anestesiado. Pedí que me sacaran el arnés, pero nadie quiso tocarme. Cuando llegó la ambulancia me lo cortaron: fue un alivio. De ahí me llevaron al Hospital Fernández y, después, me trasladaron a Los Arcos, donde estuve internado un mes.
SIEMPRE ESTUVO CERCA
Boris nació en Rosario en 1988. Hijo de Duilio (veterinario) y Ana María (actriz) y hermano mayor de Martina (artista de circo), empezó a estudiar actuación a los trece por influencia de su mamá. Cuando terminó el secundario se anotó en la Escuela de Teatro de Rosario aunque, por su cabeza, ya sobrevolaba la idea de venirse a vivir a Buenos Aires.
Durante 2008 y 2009 hizo el intento: repartía sus días entre la Capital Federal, donde tomaba clases de teatro con Raúl Serrano, y su Rosario natal, donde ayudaba a su papá en la peluquería canina "para juntar plata". Finalmente, en 2010, se instaló en Buenos Aires. Ese mismo año –casting mediante- quedó seleccionado para filmar la película Miss Tacuarembó con Natalia Oreiro y logró un papel en la serie Malparida (elTrece). Mientras tanto, empezó a incursionar en el teatro callejero en la Escuela Metropolitana de Arte Dramático (EMAD), donde tuvo su primer acercamiento a las "clases de aéreo" y descubrió su pasión por "volar".
EL CIELO CON LAS MANOS
Cuatro años más tarde, en 2014, se presentó a una audición para Fuerza Bruta. El proceso de selección –cuenta hoy Boris- duró varias semanas. Al final, a mediados de marzo le confirmaron que había quedado dentro de la compañía. "Debuté con ‘Wayra’ en el Centro Cultural Recoleta y, después, nos fuimos un mes a Chile. Volvimos y, al toque, arrancamos una gira por China, donde me quedé siete meses. Hacíamos doce funciones por semana: de martes a domingos, dos por día. En ese momento el espectáculo desembarcaba en Asia, así que nos hacían entrevistas: ¡hasta teníamos un traductor! Fue una experiencia maravillosa", recuerda Boris que, un año más tarde, volvió a dejar Argentina para instalarse con Fuerza Bruta en Brasil durante cuatro meses.
Un punto a destacar: mientras cosechaba éxitos en el terreno profesional, el rosarino también cultivaba una faceta espiritual. "Gracias a Jorge de la Rosa, docente de teatro rosarino, conocí el Budismo Soka y empecé a practicarlo", cuenta sobre la filosofía de vida que fue clave a la hora de sobrellevar los meses posteriores a la caída.
VOLVER A EMPEZAR
Boris mide un metro ochenta y tiene ojos color verde mar. Recibe a LA NACIÓN en su departamento de Almagro, donde vive con su gato Antonio. Viste un pantalón gris y una remera violeta de manga corta, que deja al descubierto sus cicatrices. "La muñeca no la puedo girar y, si camino mucho o corro, empiezo a renguear", explica acerca de las secuelas que le dejó el accidente. Y agrega: "Estuve internado treinta días. Me hicieron dieciséis operaciones y diez transfusiones de sangre".
–¿Por qué tantas intervenciones?
–Tenía el fémur estallado: tuvieron que ponerme tres clavos y, como sucede a veces, se me manifestaron dos infecciones intrahospitalarias. Por otro lado, tenía los glóbulos rojos muy bajos y no podía pararme porque me mareaba. Salí de la clínica en silla de ruedas. Cuando llegué a casa me aflojé y lloré por todo lo que no había llorado. También entendí que se venía otra etapa, que era habitar así.
–¿Tenías bronca?
–Sentía de todo. Empecé a cuestionarme muchas cosas. Me preguntaba: "¿Por qué me pasó esto a mí?". Hasta que un compañero de budismo me dijo que en vez de pensar: "¿Por qué a mí?", me cuestionara: "¿Para qué a mí?". Eso me llevó a indagar más profundo. Comencé a preguntarme si el arte era lo que realmente me gustaba y si quería seguir viviendo en Buenos Aires.
–¿Qué explicación recibiste de la compañía?
–Una falla técnica que después tuvo que ir a constatar un perito de la Asociación de Actores Argentinos. Me dijeron que algo apretó la cuerda que sostenía mi arnés, de manera tal que se generó un corte. La realidad es que, desde que volvimos al Recoleta en 2015, hubo una serie de irregularidades: se inundaba la sala, se cortaba la luz… pero por la misma vorágine del espectáculo, seguíamos adelante.
–¿Cómo fue la rehabilitación?
–Fue dura. No podía estar solo: la silla de ruedas no entraba en la cocina de mi departamento y, para bañarme, tenía que pedirle ayuda a mis amigos. Por suerte, mamá se instaló en casa. "Hasta que no vuelvas a caminar, no me voy", me dijo. El kinesiólogo venía todos los días: se me tiraba encima y me palanqueaba el brazo para aflojarlo porque no podía moverlo.
–¿Pensaste: "No voy a poder"?
–Cuando sentía el límite físico, sí. O sea, cuando le mandaba una orden a la pierna y no me respondía, sentía una gran frustración. Era muy loco: seis meses atrás estaba volando y, de golpe, no podía ni caminar. Fue muy fuerte verme en esa situación: todo flaco, medio verde por los remedios, no tenía hambre… En esos momento me apoyé mucho en la práctica budista. Repetía el mantra: "Nam Myoho Renge Kyo" (N. de la R.: significa fusionar la vida con la ley de causa y efecto a través del sonido de la voz) y trataba de alentarme a mí mismo.
CONTRA TODOS LOS PRONÓSTICOS
En enero de 2016, cuando cicatrizó la herida de su pierna, Boris empezó a hacer kinesiología en el agua. "Me cambió la historia: hice un avance zarpado. Dejé las muletas mucho antes de lo que los médicos habían previsto y, en febrero, pasé a usar un bastón", cuenta.
Para mitad de año, empezó a trotar y retomó las clases de teatro. En 2017 se animó a hacer tele (Simona en elTrece) y teatro (Casa Valentina con Muscari). Culminaba el 2018 cuando empezó a sentir molestias en la pierna. "El hueso se estaba rearmando y los clavos ya no servían así que tuvieron que sacármelos", dice el rosarino que, en ese momento, se enteró de las audiciones para Hombre Vertiente en Carlos Paz: un espectáculo que combina teatro, danza aérea, acrobacia, música electrónica, proyecciones 3D y seis mil litros de agua.
–¿Te presentaste al casting?
–Sí. Y me quedé con el protagónico. (Risas).
–¿No tenías miedo de volver a colgarte de un arnés?
–Antes tomé un par de clases para ver cómo me sentía. Fue alucinante: me reencontré con algo que extrañaba y que me apasiona. Después, me reuní con el equipo técnico de la obra, les conté de mi accidente y les pedí que me hicieran una recorrida por el detrás de escena. Si algo aprendí de todo esto es que, al trabajar en este tipo de espectáculos, uno no puede colgarse y listo. Es importante volar sabiendo cómo funciona el sistema completo. Entender, por ejemplo, que una soga pasa por tal lugar porque hay un motor que la tracciona.
Además de las cicatrices, Boris lleva tatuada en su piel una flor de loto, esa que crece blanca y pura en un pantano. Una especie de recordatorio -muy en sintonía con la práctica budista- que invita a pensar que cualquiera puede cambiar la situación en la que se encuentra. El poder está dentro de cada uno.
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