"Renunció a la NASA porque no podía trabajar en paz", dice el biógrafo de Neil Armstrong
De los tres astronautas de la misión Apolo 11, aquella que el 20 de julio de 1969 llegó por primera vez a la Luna, solo dos siguen con vida: Buzz Aldrin y Michael Collins. Pero el tercero, Neil Armstrong (1930-2012), fue el más importante de todos: él fue quien comandó la misión de cabo a rabo, quien con una colosal sangre fría y casi sin combustible logró alunizar la nave a metros de un peligroso cráter, y fue, además, el primer hombre de la historia de la humanidad que imprimió para siempre su huella en el satélite natural de la Tierra.
Ese momento épico, alcanzado a sus 38 años, marcó también el fin de sus sueños. Porque Armstrong no disfrutaba de haberse convertido en un ícono de escala planetaria y hubiera preferido seguir piloteando naves en vez de tener que sacarse fotos aquí y allá con los famosos de turno. Por eso, poco tiempo después renunció a la NASA y se refugió en una pequeña granja de su Ohio natal, desde donde siguió respondiendo las cartas de admiradores y descreídos, según lo explica en diálogo con LA NACION el profesor James Hansen, especialista en historia de la astronáutica y la única persona a quien Armstrong accedió a contarle a fondo su vida.
Tras muchas horas de entrevistas con él, sus familiares, amigos y colegas, Hansen publicó en 2005 El primer hombre: la vida de Neil. A. Armstrong, la biografía que cuenta cómo el niño que amaba los aviones llegó a convertirse en esa leyenda que nunca terminó de aceptar, y que el año pasado fue llevada al cine bajo el título El primer hombre en la Luna, con Ryan Gosling como protagonista.
–Armstrong es considerado un héroe. ¿Cómo era el Neil de carne y hueso?
–Era un hombre tranquilo, modesto y sin pretensiones. Ante todo era un ingeniero: un hombre muy práctico e inteligente. Y era ambicioso, pero de una forma muy positiva, sin meterse con las ambiciones de las personas con las que trabajaba.
–¿En qué sentido?
–Sabía jugar en equipo: podía pensar más allá de sí mismo y enfocarse en los objetivos de las misiones en las que participaba. Tenía un sentido del humor irónico y podía parecer frío y distante a quienes no lo conocían bien, pero con sus amigos era extraordinariamente sociable y considerado.
–Convertirse en la primera persona de la historia que pisa la Luna fue un hecho muy extraordinario. ¿Ese episodio no lo transformó?
–No, el alunizaje no cambió lo que él era. Para Neil no fue una epifanía ni tampoco modificó la mirada que tenía sobre la vida y sobre el universo. Al contrario, la experiencia de mirar la Tierra desde la Luna reforzó la idea que tenía sobre nuestro planeta desde antes del Apolo 11.
–¿Cuál era esa idea?
–Imaginaba a la Tierra como una especie de nave espacial, un tipo raro de nave espacial que lleva a su tripulación en el exterior en vez de en el interior. La nave Tierra, pensaba, navega alrededor del Sol y también alrededor de una galaxia con órbita, dirección y velocidad desconocidas, pero en constante cambio. Armstrong creía que solo viajando muy lejos de nuestro planeta los humanos podemos entender mejor el lugar que ocupamos en el universo y apreciar realmente este frágil hogar que es la Tierra. Creo que es una perspectiva tan válida y profunda como cualquiera de las otras que se hayan producido como resultado de nuestros viajes a la Luna.
–Si para él era tan importante viajar al espacio, ¿por qué no volvió a hacerlo?
–La NASA no lo dejó volver a volar porque lo consideraba un símbolo demasiado valioso para la humanidad, el primero de nosotros en pisar otro mundo.
–¿No querían arriesgarlo?
–No querían poner en riesgo su vida y además había un montón de otros astronautas esperando para entrenar para las siguientes misiones del programa Apolo. Si hubiera podido elegir, Neil hubiera elegido seguir siendo astronauta y comandar otra misión. Pero no tuvo esa opción.
–¿Eso lo frustró?
–Sí, y más lo frustró que al empezar a colaborar como Administrador Aeronáutico Asociado de la NASA no lo dejaran trabajar en paz. Todo el tiempo lo llamaban para que apareciera en la oficina de algún político o en alguna embajada, para sacarse fotos con funcionarios y personajes importantes. Odiaba esa situación y eligió renunciar del todo a la agencia. Entonces volvió a Ohio y ocupó un cargo como profesor de ingeniería en la Universidad de Cincinnati: quería seguir aportando a los campos técnicos en los que se había formado.
–Y no tener tanta exposición pública...
–No le gustó la atención incesante de los medios que recibió: se abstuvo de ser un foco de atención nacional e internacional y eligió vivir en una granja en una zona rural. Y para gestionar la gran cantidad de correo que recibía, contrató una secretaria.
–Varias personas antes intentaron escribir la historia de Armstrong, pero él siempre fue esquivo y concedió pocas entrevistas. ¿Cómo lo logró usted?
–Una vez, en 1999, les conté a mis alumnos de la Universidad de Auburn mi deseo de escribir un libro con la biografía de Armstrong, pero les dije que no creía que fuera posible porque era muy difícil ponerse en contacto con él. Ellos me alentaron a hacerlo: conseguí el número de su casilla de correo en Ohio, le escribí y para mi sorpresa me respondió. Fue una cortesía del tipo "no en este momento", pero mis alumnos me animaron otra vez a no rendirme y para su cumpleaños le envié algunos de mis libros como regalo. "Vamos a seguir hablando", me dijo. Esa fue una buena señal y con el tiempo terminó contándome toda su historia. Fueron 55 horas de entrevistas grabadas.
–¿Qué recuerda de esas charlas?
–Lo que más me sorprendió fue que, una vez que accedió, Neil no intentó interferir de ninguna manera con mi investigación ni con la forma de contar la historia de su vida. Lo consideraba mi libro, no el suyo, y simplemente respondió las preguntas que le hice. Nunca intentó guiarme hacia algún tema en particular, ni alejarme de ningún tema en particular. Yo sabía que un libro sobre él no solo sería una biografía sino también una iconografía y una de mis tareas principales era deconstruir el mito, explicar cómo la sociedad y la cultura habían proyectado significados sobre los astronautas, especialmente sobre Armstrong, que dicen más de nosotros mismos que los hechos veraces de su propia vida.
–Como aquellos que plantean que la llegada a la Luna fue un montaje. ¿Qué pensaba Armstrong sobre este tema?
–Después del alunizaje, Neil recibió decenas de miles de cartas, y muchas de esas eran de personas que no creían que los aterrizajes de la Luna hubieran sido reales. El respondía ese tipo de cartas brevemente, en general argumentando que era más difícil organizar una conspiración así, y mantener callados a los más de 400.000 estadounidenses que trabajaron en el programa Apolo, que haber logrado el alunizaje. A aquellos que no cedían en su postura y seguían escribiéndole con sus dudas, Neil optaba por no responderles más. Entre sus archivos hay varios con la etiqueta "Quacks" ("charlatanes" en inglés): allí guardó todas las cartas locas de los teóricos de la conspiración y de otros chiflados que recibió a lo largo de los años.
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