Renacer, el desafío de La Angostura
Mientras recupera su atractivo natural, persisten las secuelas del profundo impacto social
VILLA LA ANGOSTURA.- Reconvertirse. Reinventarse. Renacer. Son las tres palabras más escuchadas en esta aldea de montaña a sólo nueve meses de la erupción del volcán Puyehue, que condenó a sus más de 12.000 habitantes a convivir con ceniza en sus casas y lugares de trabajo, y a tener que replantearse qué hacer con los sueños que impulsaron a muchos a abandonar sus lugares de origen en busca de un cambio de vida radical.
"A mi casa la hice con mucho esfuerzo, pero ahora está en venta. No tengo plazos, pero me voy a ir. Acá no tengo nada para hacer. Estoy muy limitada. Esto no se va a acomodar ya. Socialmente va a tardar años", vaticina Bárbara Paz, una artista que hace 13 años se instaló en Villa La Angostura y ahora planea mudarse a Bariloche.
El sol asoma entre las montañas y baña con una luz cálida, brillante, cada rincón de este pueblo encantado. Casi no hay rastros de la arena que tiñó de sepia la vida de los pobladores, y ante los ojos inexpertos de los pocos pero fieles turistas que visitan la villa, parece que todo está como siempre o, incluso, mejor. Hasta es posible toparse con algún extranjero que, ajeno al drama que atravesó el lugar, pregunta "qué es eso del volcán".
La avenida principal que concentra los negocios prolijamente preparados para el turismo está impecable, al igual que los jardines de las casas privadas y de las pintorescas hosterías que se mimetizan con los lagos y montañas. Fueron largos meses en que el único trabajo rentable era sacar con pala y carretilla la arena de las casas y comercios, actividad por la que se llegó a pagar $ 6 el metro cuadrado y hasta $ 12 en los barrios cerrados como Cumelén.
La naturaleza, el gran atractivo de la villa, está intacta y hay quienes explican que la arena volcánica benefició la floración de las especies silvestres y autóctonas porque "protegió" el suelo de las fuertes heladas del siempre crudo invierno patagónico.
Las heridas sociales demorarán algo más en sanar. Como Bárbara, otros de sus amigos también se fueron. "En total son siete familias. No vuelven más. Algunos por miedo a desarrollar problemas de salud. En mi caso, mi voz no es la misma desde el volcán -dice-. Sé cuando está por despedir ceniza porque unos días antes me salen ampollitas en la panza. A mí no me hizo mal psicológicamente, pero hubo mucha gente con depresiones y ataques de pánico que recién ahora está saliendo".
En varias farmacias y centros asistenciales confirmaron a LA NACION que desde la erupción se duplicó la venta de antidepresivos y ansiolíticos. Sandra Olivero, que tiene un local de venta de artículos de cuero sobre la avenida principal, contó que recurrió al psiquiatra para poder seguir adelante: "Pasás por muchos estados de ánimo. Llegó un momento en que sentí que todo dependía de mí. Estaba angustiada y necesité medicación".
Miriam Comatoli estuvo 30 días con licencia psicológica en su trabajo y después empezó un tratamiento. "Hacía 6 años que no iba al psicólogo, la necesidad volvió a partir del volcán, que erupcionó y erupcionaron un montón de cosas en las personas. Tengo ganas de irme, pero a mi hija le faltan dos años para terminar el secundario. Y mi marido no está convencido de irse."
Redes de contención
Más allá del apoyo psicológico y la medicación, lo que para muchos fue sanador fueron las redes de amistad y contención que se armaron a raíz del volcán. "Nos hacemos llamar «las volcánicas» porque nos hicimos amigas a raíz del Puyehue", contó Paz. Y Comatoli agregó: "Bárbara y Sandra tuvieron mucho que ver en que me levantara anímicamente. Empezamos a charlar por Facebook y esas charlas cibernéticas se trasladaron a las casas, donde nos juntábamos a tomar mate. Así fuimos saliendo".
A nueve meses del estallido del Puyehue, Olivero siente que el volcán la fortaleció. "Tengo tres hijos de 19,17 y 9 años y no nos queremos ir. El volcán nos sacudió a todos, pero creo que fue algo positivo. En lo personal siento que crecí. Hice amistades nuevas y además me reinventé."
En septiembre pasado, Olivero, además de atender su local, empezó a ejercer la docencia, su verdadera vocación. Ella se había recibido de profesora de Geografía, pero nunca había ejercido. Hoy está al frente de dos cursos en escuelas secundarias. "Surgieron varias horas que, si bien no me alcanzaban para vivir, me sirvieron para cubrir algunos gastos y para revalorizar lo que yo había elegido estudiar. El volcán nos obligó a reinventarnos, a pensar alternativas, a salir de ese lugar de supuesta seguridad. Y también le di un giro a mi negocio: antes acopiaba mercadería, ahora no. Esta situación me demostró que hay que tener lo necesario."
Olivero no es la única que logró despertar una vocación dormida. Ana Speroni se recibió en 2008 de Socióloga en la Universidad de Buenos Aires (UBA), pero, desde hace dos años -el tiempo que lleva viviendo aquí- trabaja en un comercio. Jamás había ejercido su profesión hasta que el estallido del Puyehue la puso frente a esa posibilidad.
"En mi caso, el volcán, lejos de cerrarme puertas, me las abrió. Me convocaron de Desarrollo Social, donde había dejado un currículum cuando llegué acá, y me llamaron para hacer unos proyectos de contención y armar un diagnóstico social y económico sobre la situación en la villa", contó.
Ella integra un equipo técnico que en se encarga de proponer soluciones para la situación actual. "Ahora hay que empezar a trabajar fuertemente porque muchos se están yendo. Son los que aguantaron hasta que terminara la temporada y se van porque acá no pueden trabajar", dice.
Lo peor, por venir
No son pocos los que piensan que lo peor, desde el punto de vista económico, está por llegar. Una de ellas es Natalia Granzurger, que hace siete años se instaló aquí buscando nuevos horizontes. Un mes y medio antes de que estallara el volcán había cumplido su sueño de abrir Bauhaus, un local gastronómico ubicado a 300 metros de la entrada del cerro Bayo que sirve cerveza artesanal tirada y elaborada por ella misma.
"Ahora va a empezar la peor parte, que no tiene que ver con la arena que cae del cielo o que a las tres de la tarde ya es de noche, sino con las consecuencias socioeconómicas porque llegan los meses más duros. El lugareño se guarda, no sale, y mucho menos piensa en gastar después de las malas temporadas que tuvimos", reflexiona.
Para Granzurger lo de la cerveza surgió como un hobby, pero después empezó a tomar vida. "Por el volcán estuvimos 21 días cerrados. Pero nunca pensé en irme. En nuestro caso, nos ayudó a crecer, tuvimos que plantearnos cómo seguir y armamos una sala de elaboración en el local porque hasta ese momento la cerveza se hacía en mi casa. A partir de ahí pudimos vender el producto embotellado fuera de La Angostura. Con esas ventas nos sustentamos todo este tiempo", recordó.
Gabriel De Laforé, el chef y socio de Granzurger en Bauhaus, agregó: "Esto no es un negocio para ganar plata. Es un proyecto de vida. Por eso decidimos seguir apostando a esto. Mi sueño era tener un lugar propio en el Sur; el de ella, una cervecería artesanal. Vamos a seguir hasta donde se pueda".
Uno de los más convencidos de que el volcán fortaleció a la villa es Leandro Andrés, chef y socio del restaurante Tinto Bristó, en el que come la princesa Máxima Zorreguieta cuando visita, cada invierno, La Angostura. Además de ser el restaurante de su hermano, Martín Zorreguieta, es la propuesta gastronómica más ambiciosa de la villa, donde se sirven platos de autor.
"Esta situación sacó a relucir la solidaridad del pueblo, nos fortaleció como sociedad. En lo gastronómico, después de diez años tuvimos que volver a hacer cosas que hacíamos cuando empezamos. Yo, por ejemplo, volví a la cocina porque no pudimos darnos el lujo de contratar a nadie. Y fue buenísimo", confiesa.
A nueve meses del estallido del Puyehue, Andrés también está asombrado de cómo respondió la naturaleza. "Ves este paisaje maravilloso, los colores, las flores y no lo podés creer. El volcán dejó muchas cosas positivas. Yo aproveché durante ese tiempo a extender la huerta que tengo en casa, a traer cosas que cosecho al restaurante. Todos de una u otra manera nos reconvertimos -concluye-. Desde lo económico lo difícil empieza ahora porque la temporada no dejó ese colchón que te permite llegar al invierno tranquilo. Pero mucha gente volvió a elegir la villa. Yo volví a elegirla. Y de acá no me voy ni loco".
Un drama que desnudó falencias en servicios básicos
VILLA LA ANGOSTURA (De una enviada especial).– Para muchos, el volcán dejó al descubierto las falencias estructurales de la villa, como el tendido eléctrico. Ante la emergencia, el pueblo se quedó sin luz ni agua ni gas por varios días y en algunas zonas faltaron esos servicios básicos por hasta 40 días. "Estuvimos aislados, más allá de la ayuda provincial, que fue mucha. Pero no tuvimos apoyo del Estado nacional", afirmó Sandra Olivero. Tal es la fragilidad de ciertos servicios básicos que la villa ostenta el récord de tener más equipos electrógenos por habitante en toda la Argentina.