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A las 7, suenan los despertadores, 7.30 es el desayuno y 7.50 van al colegio hasta el mediodía. De 12 a 13 es tiempo libre, a las 13 almuerzan y 13.30 vuelven a clases hasta las 16.45, hora del té. A las 17, los estudiantes pueden relajarse o practicar algún deporte, aprender un instrumento o tomar lecciones de arte. Pero, a las 19, deben volver a concentrarse en el estudio. A las 20 se cena. 20.30 comienza un nuevo momento de estudio o “tiempo silencioso”, en el que debe haber un ambiente calmo en todo el edificio, y a las 22 se apagan las luces. Esta es la rutina diaria.
En el St George´s College, en Quilmes, uno de los últimos colegios privados pupilos que queda en la Argentina, hay muchas reglas y, el año pasado, durante la pandemia se agregaron algunas más. Ahora, la institución fue elegida como uno de los 100 mejores colegios del mundo, según un relevamiento de la revista británica Spear’s.
La casa principal, que es donde hoy viven los residentes, fue construida en 1929. Si se la mira de frente, el camino de ingreso se abre paso entre dos porciones de césped que fueron podadas con esmero, árboles pequeños con formas bien definidas y algunas flores. Al levantar la vista, sobre el tejado, hay un campanario y un reloj con números romanos. De espaldas a la casa, se ven las dos enormes canchas de rugby. La escena tiene un marcado estilo inglés y no hay nada a la vista que pueda romper con la fantasía de estar en algún campus del Reino Unido.
Otros casos
Según el Ministerio de Educación de la Nación, si bien el St George´s College es el único colegio pupilo privado ubicado en medio de un gran centro urbano, aún quedan escuelas militares, religiosas (como las de la Iglesia Adventista), rurales o instituciones que están ubicadas en lugares de difícil acceso y que mantienen la modalidad de alternancia, es decir que los estudiantes se quedan algunos días o una semana en la escuela, o que cuentan con un albergue para que los alumnos se queden todo el año.
Mateo tiene 14 años. Ingresó al St George´s College en la modalidad flexi boarder, esto quiere decir que podía quedarse a dormir en la institución de manera circunstancial. Según cuenta, el año pasado entraba por dos días y luego volvía a la casa de sus padres, que son médicos. Este año se transformó en un residente semanal, duerme junto a sus compañeros desde el domingo o lunes hasta el viernes. “Mis padres no me pueden venir a buscar porque trabajan mucho, viven en Berazategui, pero están todo el tiempo trabajando. Igual me gusta estar acá, me adapté, en casa me aburro porque soy hijo único”.
Otra residente es Aurora, de 16 años. Su familia es de Coronel Pringles, provincia de Buenos Aires, un pueblo de alrededor de 20.000 habitantes a 525 kilómetros de la habitación donde hoy duerme con una compañera. Su padre es exalumno del St George´s College. “Mi papá lo amó y quería que viva la experiencia. Yo me quedo todo el año acá, solo voy para allá los fines de semana largos o en vacaciones”.
En total, el St George´s College tiene 840 alumnos de los cuales solo 34 son residentes. Estos deben ser estudiantes de sexto grado del primario en adelante. Leonardo Barceló, director de alumnos residentes, explica que antes la palabra pupilo tenía una connotación negativa, pero que ahora es “distinto”. En los últimos años hicieron muchos cambios. Por ejemplo, ahora, la casa de residentes es mixta, si bien hay un sector de varones y otro de mujeres, todos viven bajo el mismo techo.
La estructura fue totalmente refaccionada en 2018. Los estudiantes cuentan con salas comunes con mesa de pool, ping pong, Play Station 4, entre otros divertimentos. Hay salas de estar y una biblioteca de madera estilo inglés de tamaño considerable. El campus tiene 28 hectáreas y cerca de 22 edificios, hay desde aulas y un sanatorio hasta la casa del director de la escuela o de otros integrantes que también conviven en el predio junto a los estudiantes.
Ese es el caso de Barceló, que vive junto a su esposa y sus dos hijas en el campus. También conviven con los chicos, dentro de la casa de residentes, una profesora y un profesor. El lugar es muy agradable, pero el régimen es estricto: no se puede faltar a clases, salvo por un problema de salud, e incluso los fines de semana se deben respetar los horarios de las comidas y los alumnos hacen actividades artísticas o deportivas.
“El colegio pupilo es una modalidad que viene de la Edad Media, en donde los alumnos que provenían de otros lugares dormían en las instituciones. Luego, en el siglo XVII, la idea de que se aprende y se duerme en el mismo lugar tuvo que ver mucho con los jesuitas. Se pensaba en un lugar educativo que se diferencie del exterior. Dentro de la escuela se mantiene todo lo bueno para que el alumno lleve la bondad al exterior. También existía la idea de que el exterior corrompía. En los colegios pupilos, todo lo que pasa es educativo, no hay un momento en donde el alumno deja de ser alumno”, señala Pablo Pineau, doctor en educación y profesor titular regular de la cátedra de Historia de la Educación Argentina y Latinoamericana de la Universidad de Buenos Aires y docente en la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO).
Según Pineau, en el siglo XIX, los colegios pupilos pasaron a estar relacionados con las clases más bajas, porque el colegio ofrecía un lugar donde dormir y alimento, pero también con las clases más altas, que de este modo se aseguraban que sus hijos se junten con otros del mismo nivel económico y social.
El especialista explica que este tipo de instituciones empezaron a desaparecer porque ya no es necesario que el alumno recorra grandes distancias para ir a un buen colegio, ahora hay mucha más oferta. “Además, hubo grandes cambios culturales, ya no se percibe a la juventud como una etapa peligrosa y creció la idea de estar abiertos al mundo. También sucedía que en los internados masculinos los varones debían forjar su masculinidad con la formación militar, esta es una idea que, por suerte, también ha perdido fuerza”, agrega.
El año pasado, el St George´s College tuvo que interrumpir con la modalidad que lo distingue desde 1898. A partir del 20 de marzo, cuando comenzó el aislamiento social obligatorio, los residentes tuvieron que volver de manera paulatina a sus casas. Esto no solo hizo que en ese nuevo ciclo lectivo tengan que volver a acostumbrarse a dormir fuera de sus hogares, sino que, además, el colegio tuvo que implementar estrictos protocolos para volver a recibirlos.
“Me había desacostumbrado a dormir acá, me daba un poco de miedo volver, pero igual quería venir. Siento que acá sos más independiente, te tenés que organizar con el estudio vos sola. Pero bueno, obvio que por la pandemia está el tema de los protocolos, que fueron incómodos, había protocolo para ir al baño, para todo, una fiaca. Se usa el barbijo en todo momento, excepto en la habitación”, describe Aurora.
Si bien este es uno de los pocos colegios pupilos de la Argentina y, tal vez, a algunos padres esta modalidad no los atraiga, según James Belmonte Diver, director general del colegio, las instituciones pupilas están floreciendo en todo el mundo: “Cada vez hay más, debido a la economía global actual, donde los padres se mudan de país con mayor facilidad que nunca. En ese contexto, los colegios con modalidad residencial brindan estabilidad y un lugar para que los niños echen raíces, aunque su familia esté en constante movimiento. Los colegios residenciales también ofrecen a los jóvenes la increíble oportunidad de desarrollar la responsabilidad, la independencia y un enfoque de mentalidad comunitaria, que a menudo falta en la vida de los jóvenes de hoy”.
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