Refugio de artistas: La historia de la guardiana del mítico y único hotel centenario de Pinamar
PINAMAR (De un enviado especial).- "El hotel antes se llamaba Termas, pero siempre que algún turista preguntaba por él, la respuesta era ‘el viejo’. No porque haya uno nuevo. Si no por lo antiguo. Por eso decidimos agregarle la palabra viejo al nombre y pasó a llamarse Viejo Hotel Ostende", resume Roxana Salpeter, dueña del hotel que sus padres compraron hace medio siglo y que ella administra desde hace tres décadas.
Entrar en el edificio, inaugurado en 1913, es un viaje en el tiempo. Cuatro de las 57 habitaciones están igual que cuando un matrimonio belga decidió construir la estructura que estaba escondida entre médanos y que fue refugio de artistas y escritores como Antonie de Saint-Exupéry, autor de El Principito, y Adolfo Bioy Casares que llegó hasta este lugar en la década del 40 junto a Silvina Ocampo y fue el lugar donde escribieron Los que aman, odian, novela inspirada en hechos reales ocurridos en el Hotel Ostende en los años 30 y 40.
"El hotel no es para cualquiera. Pocas habitaciones tienen televisión y, ahora con la pandemia, avanzamos para que tengan wifi. Pero tenemos una selección de 300 películas y cine con butacas antiguas para el que quiera ver televisión", cuenta Salpeter.
El desembarco de Roxana y sus padres se dio casi por casualidad. No estaba en los planes familiares tener un hotel de referencia. Sí un lugar pequeño que le permitiera a la joven pareja juntar dinero para poder terminar sus estudios de medicina.
"Llegamos en 1970. Yo era muy chiquita, pero me acuerdo un montón de cosas. La primera impresión, cuando llegamos desde Buenos Aires, fue impresionante. Ellos buscaban un hotelito pequeño en la costa para trabajar en verano y con ese dinero del verano mantenerse el resto del año y seguir estudiando medicina. No buscaban ser hoteleros, buscaban ser médicos. Tenían entre 32 y 33 años", recordó la mujer, que cuando conoció el hotel apenas tenía 8 años.
La elección del la construcción llevó tiempo: "Recorrieron la costa de punta a punta y no encontraban nada que los convenciera o no les alcanzaba el dinero, hasta que un día a mi padre, Abraham, le hablaron del Viejo Hotel Ostende. Él no conocía ni Ostende. En esa época nosotros veraneábamos en Villa Gesell o Uruguay. Cuando lo vino a conocer se volvió loco. El hotel estaba muy caído, pero trabajaba muy bien y tenía muy buena clientela. Él le vio que tenía mucho potencial".
La madre, la única de los dos que terminó su carrera de medicina y cumplió con el plan original, le dijo a su esposo que le parecía una locura pero lo acompañó en el desafió que ya lleva 50 años y tiene a Roxana, su única hija, como continuadora de la tradición.
"Nunca pensé en dedicarme a la hotelería. Si bien soy licenciada en turismo, quería dedicarme a desarrollar políticas públicas en torno al turismo, el apoyo a lugares desconocidos y demás. Es todo lo que no hice, pero sí lo hice. Porque hacerme cargo de esto con una mirada prospectiva, también tuvo que ver con el desarrollo y afianzamiento de un lugar que tenía mucho para dar, pero que le faltaba todavía", recordó Roxana.
Sobre los primeros años, detalló: "Al principio nos quedamos a vivir acá. Yo iba al colegio en Pinamar. Era todo agreste. Si llovía, tenía que ir caminando por la playa. Hicimos en paralelo la carrera universitaria mi mamá y yo el colegio primario. Terminamos al mismo tiempo".
"El Viejo Hotel Ostende es un lugar muy particular, muy austero, muy consciente de lo que es. Un lugar antiguo, pero muy vivo y vital. Es alegre y respetuoso de su pasado, pero con los ojos mirando hacia el futuro. Pasado, presente y futuro, es el trípode que nos sostiene".
La cultura atraviesa al VHO
"El hotel siempre estuvo atravesado por la cultura. Este año, por la pandemia, cambió un poco. Pero siempre teníamos talleres de lectura, presentaciones de libros, música y otras actividades artísticas. Tratamos de que la circunstancia de este verano no afectara a nuestra esencia", detalló la mujer, que pasa sus días entre el barrio porteño de Congreso y Ostende.
La construcción, situada en Biarritz esquina Cairo, a tan solo "un médano" de la playa, tiene 57 habitaciones distribuidas en dos plantas y media. Fue diseñado por los fundadores de la ciudad, el belga Ferdinand Robette y el italiano Agustín Poli sin un estilo arquitectónico definido. En la actualidad, cuatro de las habitaciones se conservan igual que en su inauguración en diciembre de 1913. Los mismos pisos, roperos y baños que fueron ligeramente actualizados permiten hacer un viaje en el tiempo un siglo hacia atrás.
"Se actualizó la infraestructura, pero se trató de que los espacios que no tenían uso pasaran a tener un uso público. Por ejemplo, donde estaba la panadería ahora es un bar de pileta. Donde estaban las caballerizas hay un desayunador", graficó Roxana, que tomó el control hace poco más de tres décadas.
El nombre también mutó y fueron las referencias sociales las que derivaron en el actual. "Cuando se fundó se llamaba Hotel Termas o Termas Palace Hotel. Así le pusieron los belgas por un hotel de Ostende en Bélgica y que era termal, pero acá no había termas. Después de unos años pasó a llamarse Hotel Ostende. En la jerga cotidiana local. Cuando se hablaba del hotel, la gente decía '¿Cuál, el viejo?' y la respuesta siempre era 'Sí, el viejo'. No es que había otro hotel nuevo con el mismo nombre. Entonces, un día decidimos incorporar al nombre la palabra 'viejo'", recordó Roxana.
¿Les molestaba que lo llamaron viejo? "No porque lo que tratamos de que se entienda es que el hotel es un concepto que va más allá de un lugar para dormir y, eventualmente, para comer. Todo lo que hacemos, además de que esté mantenido lo más impecable posible, lo hacemos como para que los que lo visitan sientan una experiencia única. Que responda al concepto de único en su clase. No lo hace ni mejor ni peor, es distinto. Entonces, el que busque tener un apartamento con vista al mar y un brutal televisor de pantalla plana para tirarse a mirar cuando vuelve de la playa, no lo va a encontrar acá. Acá encontrará una biblioteca circulante con 500 títulos. Una videoteca con 300 películas. Un pequeño cine donde poder verlas, no para llevarlas a su cuarto, sino para ir a la sala que cuenta con butacas antiguas donde se puede reservar el horario y verlas. También tendrá una comida casera excelente, ya que es con régimen de media pensión que incluye desayuno y cena".
"Solo unas habitaciones tipo apart, el resto no tiene televisor y ninguna tiene teléfono. En parte, es viaje en el tiempo, pero sin tiempo. Como una medida distinta del tiempo. Es como un hotel de sierra pero en el mar. Un lugar donde la tecnología llegó, pero de forma distinta. Por ejemplo, este año, por la pandemia se aprovechó y se puso wifi en todas las habitaciones", dijo Roxana.
Un público variopinto
"Tenemos un público variopinto. Hay familias, matrimonios jóvenes y adultos. Parejas con hijos pequeños. De actividades diversas. No todo es intelectualidad. En general, es gente que tiene una cierta sensibilidad para apreciar el lugar en el que están. Por ejemplo, la comercialización del hotel no se hace ni en plataforma, ni en agencias de viajes. Tenemos nuestra propia estructura", explicó Roxana.
El motivo de esta decisión, contraria a cualquier manual de marketing y ventas actual se debe, según la dueña, a que no tienen dos habitaciones iguales: "Son como hechas a medida. Mi abuelo era sastre y en la venta y aproximación al huésped del hotel hay como una tarea de cosas hechas a medida. De conocerlos. Que no sea impersonal".
Quizás ese interés por lo único y a medida sea lo que le permite al hotel seguir funcionando como tal desde hace 107 años y ser una de las tres construcciones originales de Ostende que siguen en pie. Las otras dos son la casa de Ferdinand Robette, que hoy se conoce como Fasel, y la Villa Soldaini, que es una residencia de retiro espiritual utilizada por monjes de la orden salesiana.
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