Coronavirus: crónica de sábado a la noche, entre las restricciones y las reacciones de los jóvenes y los dueños de los bares
"En los próximos diez minutos se estarán cerrando los restaurantes", advierte el megáfono de una camioneta de bomberos. Sus luces rojas se suman a las azules de los múltiples autos y motos de la policía, que encandilan a quienes caminan por Plaza Serrano a las 0.50 del domingo. Los grupos de personas eligen sentarse en el cordón de la vereda, hablando unos con otros y sosteniendo vasos de plástico. Mientras el personal de los bares guarda las sillas y las mesas dentro de los locales, un agente de control habla con un oficial de la policía. "Cerramos acá y me voy a supervisar costanera. La noche recién comienza", exclama. Para muchos otros, termina.
La escena es producto de las medidas que entraron en vigor en la Ciudad de Buenos Aires a partir del decreto presidencial que busca frenar el incremento de casos de Covid-19. Desde la madrugada de hoy, se restringió la actividad nocturna de los comercios y se limitó aún más el número de personas en encuentros sociales, pero se dejó libre la circulación.
"Se pudrió acá la noche, ¿no?", le dice Jorge Ibarra, de 23 años, a sus cuatro amigos a la salida del bar Ragnar. "Ahora nos vamos cada uno para su casa. Esta medida es totalmente innecesaria, pero ya me acostumbré y no quiero pelear ni transgredir. No me puedo seguir enojando por este tipo de cosas, ya bastante con lo duro que fue el año pasado", reflexiona mientras se despide del resto.
Agustina Pagano, de 27 años, comparte el mismo plan. "Vinimos acá, a un bar, y ahora cada uno se vuelve solo", dice sonriendo, mientras se acomoda el barbijo. La medida en sí misma le parece bizarra. "Si tomaste algo a la una de mañana, vas a querer seguir en algún otro lado. Deberían aumentar los controles, estar más pendientes de las fiestas clandestinas, pero no cerrar los bares. Es cualquiera", opina.
El propietario de Borges bar, Matías Dugo, observa incrédulo la calle junto a uno de sus empleados. "Esta medida me parece 100% ridícula. Hubiese preferido que me digan que hay un cierre total a las diez de la noche, donde no se pueda ni circular. La gente se queda en la calle y nosotros no podemos trabajar. Somos los únicos perjudicados, y mientras tanto los contagios continúan", enfatiza.
Carolina Huerta está parada con sus amigas en la Plazoleta Cortázar, en la vereda de enfrente. "Vamos a terminar nuestros tragos y ya nos vamos. Pinchó la noche porque no hay propuestas tentadoras. Es lo que hay hoy. Igual, la medida es inútil. El virus no va a aflojar porque decidan cerrar los bares a esta hora. Lo que están haciendo es dejar a la gente sin trabajar, mientras las fiestas van a seguir. Siempre digo: "hecha la ley, hecha la trampa". Por más medida que haya, siempre va a haber algo", comparte.
Pasada la primera hora del domingo, la zona de bares frente al Cementerio de la Recoleta está en silencio. De adentro de los comercios salen los trabajadores con sus mochilas, listos para emprender su partida. Franco Gutiérrez, de 23 años, está conversando con dos amigos. "Hablale por whatsapp a ver qué van a hacer", le dice a uno. "Teníamos una fiesta multitudinaria en Villa Adelina y vinimos acá pensando que iba a ser divertido. Pero no… Además, organizan el velorio de Maradona para un millón de personas y ahora deciden implementar esto. Es cualquiera. Los políticos se juntan todo el tiempo y ni siquiera usan barbijo. Te comen la cabeza todo el día que te pongas alcohol en gel, y mientras tanto cierran esto", comenta.
En la zona de Parque Rivadavia, mirando a la calle, uno podría olvidarse que estamos en plena pandemia por la cantidad de autos que circulan. Sin embargo, en la plaza no queda nadie. La situación es parecida en Parque Centenario, donde las últimas personas salen haciendo afuera, escoltadas por una oficial de la policía. "Vinimos acá a disfrutar el aire libre un rato, pero ahora nos volvemos. Me encantaría pensar que esta medida pueda solucionar el tema de los contagios, pero lo dudo. Incita a la clandestinidad. Las fiestas no van a frenar, aunque controlen la circulación", dice Camila Ibáñez, de 21 años.
El último en salir del parque es un grupo de nueve amigos. Dos de ellos tienen bolsas de hielo; otro una botella de fernet y coca. Los demás tienen cervezas. "Chicos, se tienen que dispersar. No pueden estar juntos. La aglomeración no se puede permitir", les grita la oficial desde las rejas de la plaza. "Puede haber uno acá y otro allá", dice mientras indica con sus manos dos direcciones contrapuestas. Uno de los jóvenes la mira sonriendo.
- "¿Cómo no vamos a poder estar juntos si somos todos amigos? Es lo mismo. ¿Las parejas también se tienen que separar para caminar?", le pregunta.
- "Las parejas sí pueden, porque no son un grupo grande como el suyo", responde ella.
- "Ah… las contradicciones…", contesta bajo otro de los chicos, sosteniendo una botella cortada con fernet.
- "Vos, contradicción, dejá el alcohol. En la calle no se puede, eso sí que lo deberías saber", dice la oficial, cerrando la reja.
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