Los movimientos de la vicepresidenta se mantienen bajo un fuerte hermetismo, uniformados y civiles copan la zona y los militantes se retiraron; inquietud de vecinos y comerciantes
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Vestigios de la tensión quedaron atados con cinta adhesiva. Literalmente. Con ese material se sostiene la vidriera de una histórica tintorería de Recoleta ubicada en Uruguay y Juncal. “Ocurrió el sábado de los enfrentamientos por las vallas. Ahora parece que volvió todo a la normalidad”, observa un empleado del local.
A pocos metros, en la entrada de servicio del edificio donde vive Cristina Kirchner se acumulan carteles. Tantos, tantos, que se extienden más allá del marco de la puerta y llegan a la construcción de al lado. Son fotos y palabras de aliento de sus militantes, que durante casi dos semanas se apostaron firmes, mientras Fernando Sabag Montiel y Brenda Uliarte, ambos detenidos por el ataque a la vicepresidenta, merodeaban la zona sin llamar la atención. Se sabe ahora que el agresor llegó al lugar incluso antes del pedido de condena del fiscal Diego Luciani en la causa Vialidad.
Los seguidores que se encontraban allí el jueves 1 de septiembre fueron testigos de un intento de magnicidio. Aquellos que estuvieron cerca de la escena escucharon el sonido del arma cuando Sabag Montiel apretó el gatillo. “Néstor la salvó”, afirmaba una manifestante, Marta -apodada “la nena de Cristina”-, en medio de la conmoción inicial, mientras se repetían las imágenes del ataque en todos los celulares de los militantes. Fueron ellos quienes se abalanzaron sobre el agresor y evitaron lo peor.
El acampe se levantó. El clima festivo se diluyó y quedó una especie de altar solemne a la vicepresidenta, donde seguidores posan a diario para fotos e incluso encienden velas por la noche.
Los movimientos de Cristina Kirchner
Lejos de un escenario cooptado por los militantes, los vecinos parecen haber recuperado el territorio, aunque no la tranquilidad. Aquel día se cruzó un límite.
“¿Alguien me mandaría una foto para ver cómo está la esquina? ¿Todo tranquilo?”, se preguntan en el chat que comparten quienes viven en las inmediaciones del lugar donde la tragedia estuvo demasiado cerca. La dinámica por mucho tiempo no será la misma.
La presencia de la vicepresidenta es esporádica. El departamento de su hija Florencia siempre es su destino alternativo en la ciudad de Buenos Aires. Su llegada y salida ahora se maneja bajo un fuerte hermetismo. Ya no saluda a militantes ni firma libros.
Seguridad reforzada
Los vecinos señalan con asombro la cantidad de uniformados que están dispuestos en la zona. “Ya son muchos más que los manifestantes”, asegura el dueño de un kiosco. Sobre Juncal y Uruguay se plantan de a decenas de hombres y mujeres –algunos de civil-, mientras que otros se reparten por las arterias que nacen del punto que fue el corazón de la jornada violenta.
Ya no son los militantes quienes salen a comprar a pequeños comercios en busca de provisiones, sino los agentes de la fuerza policial. “No sabemos hasta cuándo estaremos, esta es una operación que se evalúa día a día en función de cómo se encuentra la zona”, responde a este medio un oficial de la PFA.
Después de la noche en que Sabag Montiel acercó su Bersa calibre 32 a la cara de la vicepresidenta, se reforzó la seguridad a su alrededor: se incorporaron veinte efectivos más al equipo de cien agentes que debe protegerla. Por lo general, no había custodios dentro del edificio, pero ahora suelen estar en un escritorio en la entrada del inmueble.
Desde el atentado, la sensibilidad es extrema. Cualquier situación fuera de lo normal, altera la tranquilidad e inquieta a los transeúntes. Un confuso episodio alrededor de un edificio cercano lleva esta impronta. Se trata de un inmueble en refacción que tenía andamios colocados en la vereda, por los que días atrás treparon delincuentes que ingresaron a uno de los departamentos.
Una vecina que prefirió preservar su identidad indica a LA NACION detalles del conflicto inesperado. El consorcio decidió retirar los andamios, pero recibieron la prohibición de seguir con la obra sin esa estructura. Según su relato, cuando estaban por reponerlos, un inspector los detuvo. “Nos dijeron que no podíamos poner los andamios porque hay una nueva disposición por si hay un francotirador en alguna terraza y que había que solicitar los permisos correspondientes”, afirma.
Consultados por este medio, fuentes del Ministerio de Seguridad de la Ciudad se desligaron de la orden. “La seguridad de la vicepresidenta está a cargo de Nación, y más ahora”, advirtieron desde el entorno de Marcelo D’Alessandro. Por su parte, el Ministerio de Seguridad de la Nación no contestó la consulta de LA NACION al momento de publicación.
Desde el Ministerio de Espacio Público e Higiene Urbana porteño, responsable de otorgar los permisos para la colocación de andamios, explicaron que el edificio en cuestión no tenía una de las habilitaciones correspondientes para reinstalar los andamios y continuar con la refacción.
Más allá de las versiones contradictorias, lo cierto es que muchos de los vecinos viven todavía con la sensación de una amenaza latente. Y todos los días se encuentran con situaciones que los hacen recordar lo que sucedió la noche del 1 de septiembre. “Hoy al mediodía la Policía Federal esperaba en nuestro hall de entrada que se descargaran los archivos de nuestras cámaras de seguridad”, cuenta otra vecina, Alejandra, que vive en la misma cuadra que la vicepresidenta.
Autoridades intentan reconstruir las horas del día del atentado y de las jornadas previas para desgranar el comportamiento de los responsables. Acuden a dispositivos privados porque en 2016, cuando el gobierno porteño quiso instalar una cámara en la esquina donde vive la vicepresidenta, Cristina Kirchner denunció espionaje y presentó un amparo para quitarla.
Una comerciante advierte que no todos los vecinos volvieron a la costumbre de circular por las calles antes ocupadas por los militantes. Durante las semanas de caos , la mujer perdió miles de pesos en ventas. “Tienen temor y desconocen que ya se ha vuelto a la normalidad. Esperamos que vuelvan, porque los necesitamos”, cierra.
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